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Presencia
I.F:_ De los capítulos 1, 3 y 18 de "La Presencia del Pasado" de Rupert Sheldrake (1988)
De la ciencia del siglo XIX heredamos una visión dual del mundo: por una parte, el gran proceso evolutivo de la Tierra, por otra, la eternidad física de un universo mecanicista. Se creía que toda la materia y la energía del cosmos eran eternas, que todo estaba gobernado por leyes eternas de la naturaleza.
Desde esta perspectiva dual, la vida evolucionaba en la Tierra en una eternidad física. La evolución de la vida no tenía efecto sobre las realidades fundamentales del universo físico. Lo mismo ocurría con la extinción de la vida en la Tierra. La cantidad total de materia, energía y carga eléctrica permanecería constante,así como las leyes de la naturaleza. La vida evoluciona, pero la realidad física fundamental no.
Esta visión doble del mundo se ha convertido en habitual, y en muchos aspectos continúa configurando el pensamiento científico. En este capítulo examinamos de forma más detallada esta visión convencional del mundo, y analizamos los puntos en que empieza a ser superada. En su lugar surge una visión evolutiva de la realidad a todos los niveles: subatómico, atómico, químico, biológico, social, ecológico, cultural, mental, económico, astronómico y cósmico.
El universo mecánico que heredamos de la física del siglo XIX era eterno. Era una gran máquina gobernada por leyes eternas.
La máquina mundial de la física nació en el siglo XVII. Al principio, se supuso que la había creado Dios, que había sido puesta en movimiento según su voluntad, y que se regía de acuerdo con sus leyes inmutables. No obstante, durante sus primeros cien años de existencia, la máquina newtoniana mostró una persistente tendencia a fallar. De vez en cuando, Dios tenía que dar cuerda de nuevo al reloj celestial.
A principios del siglo XIX se perfeccionó la maquinaria teórica y el mundo se convirtió en una máquina en continuo movimiento. La maquinaria era eterna, y continuaría funcionando, como siempre había hecho, de forma completamente determinística y previsible: o al menos de forma totalmente previsible por un superhombre de inteligencia omnisciente, si existiera tal inteligencia.
Para el gran físico francés Pierre Laplace y para muchos científicos posteriores, no era preciso contar con Dios para mover o dar origen a las cosas. Dios pasó a ser una hipótesis innecesaria. Sus leyes universales permanecieron, pero no como ideas en su mente eterna. No había razón fundamental alguna para su existencia; no tenían propósito alguno. Todo, incluso los mismos físicos, se convirtió en materia inanimada de acuerdo con estas leyes ciegas.
Hacia finales del siglo diecinueve, la máquina empezó a pararse de nuevo. No podía ser una máquina en continuo movimiento, porque según las leyes de la termodinámica no existen máquinas de movimiento continuo. El universo debe dirigirse hacia una muerte final, un estado de equilibrio termodinámico en que la maquinaria dejaría de funcionar, para no volver a arrancar jamás. La máquina se habría quedado sin combustible, y no se podría esperar que un Dios convertido en hipótesis innecesaria volviera a llenar las calderas. Sin embargo, toda la materia y energía del mundo perdurarían por siempre jamás; los vestigios de la maquinaria exhausta no se deteriorarían nunca.
Las revoluciones en la física del siglo XX han trascendido a las viejas metáforas mecanicistas. Las indestructibles bolas de billar que eran los átomos se convirtieron en complejos sistemas de partículas vibrantes y en órbita, que son, a su vez, complejas estructuras de actividad. El determinismo riguroso de la teoría mecanicista clásica se ha ablandado convirtiéndose en una ciencia de probabilidades. La espontaneidad desempeña un papel en todo. Hasta el vacío ha dejado de ser un vacío vacuo; ahora es un agitado océano de energía, que produce constantemente innumerables partículas vibrantes y las vuelve a absorber. "El vacío no es inerte ni sin rasgos característicos, sino vivo, con una energía y vitalidad palpitantes."
La relatividad y la física cuántica han convertido a la máquina de materia del mundo en un sistema cósmico de campos y energía. Tal como lo concibió Einstein, el universo existe eternamente dentro del campo de gravitación universal. Con sus ecuaciones no concluyó que el universo era esencialmente constante, sino que ajustó sus ecuaciones dotando al universo de una estabilidad eterna:
Cuando Einstein aplicó por primera vez sus ecuaciones de campo de relatividad general al problema cosmológico, descubrió que era imposible dar con soluciones estáticas. Como por aquel entonces no existían pruebas que sugirieran que el universo se encontraba en un estado no estático y los prejuicios filosóficos sostenían el concepto de un universo inmutable, Einstein modificó sus ecuaciones de campo incorporando la constante cosmológica. Las ecuaciones de Einstein con la constante cosmológica tienen una solución cosmológica estática: el universo estático de Einstein.
Los modelos estáticos del universo fueron ortodoxos hasta la década de los años sesenta, y muchos de los hábitos de pensamiento engendrados por la idea de una eternidad física aún persisten con gran fuerza.
De la ciencia del siglo diecinueve también heredamos una gran visión evolutiva, cuyo espíritu distaba mucho del universo eterno de la física. Todas las clases de organismos vivos, ciempiés, delfines, bambús, golondrinas y millones de otras formas de vida, se han originado a través de un gran proceso creativo. El árbol evolutivo ha crecido y echado ramas espontáneamente durante más de tres mil millones de años. Nosotros mismos somos un producto de la evolución, y la evolución continúa a un ritmo cada vez más acelerado en la humanidad. Las sociedades y culturas evolucionan, las civilizaciones evolucionan, las economías evolucionan, y la ciencia y la tecnología evolucionan.
Nosotros experimentamos el proceso evolutivo directamente en nuestras vidas: el mundo que nos rodea experimenta más cambios que nunca. Tras los cambios a los que nosotros mismos hemos asistido radica la evolución de la civilización, basada en civilizaciones anteriores y en formas de sociedad más primitivas. A éstas les precede un período largo y misterioso de la humanidad prehistórica; y a éste, nuestros antepasados simios; antes, mamíferos más primitivos, reptiles, peces, vertebrados primitivos, quizás algún tipo de gusano, hasta llegar a las células individuales, a los microbios, y finalmente a las primeras células vivas en la tierra. Antes de éstas nos remontamos al terreno químico de moléculas y cristales, y finalmente a los átomos y partículas subatómicas. Éste es nuestro linaje evolutivo.
Durante el período de crecimiento y educación, la mayoría de nosotros, en aras de la modernidad, hemos aceptado implícita o explícitamente ambos modelos de realidad: una eternidad física y un proceso evolutivo. En ciencia, ambos modelos coexistieron de forma pacífica hasta hace relativamente poco tiempo. Se mantuvieron alejados uno de otro. La evolución se atribuyó a la Tierra, y la eternidad, a los cielos. La evolución terrestre incumbe a la geología, biología, psicología y ciencias sociales. El terreno celestial incumbe a la física, a la energía, campos y partículas fundamentales de la materia.
Charles Darwin y algunos biólogos que le siguieron intentaron adaptar el árbol evolutivo de la vida a un universo mecánico que no evolucionaba y que, en cualquier caso, se iba quedando sin cuerda. La máquina del mundo no tenía propósito alguno, y en ella no se admitía nada parecido a un propósito. Desde el punto de vista mecanicista, los organismos vivos son máquinas complejas, inanimadas y sin propósito alguno. Según la doctrina darwiniana la evolución de los organismos vivos no implica ningún proceso de esfuerzo deliberado, ni está diseñado o guiado divinamente, sino que los organismos varían al azar, su descendencia tiende a heredar sus variaciones, y a través del hacer ciego de la selección natural, las distintas formas de vida evolucionan sin diseño ni propósito, consciente o inconsciente. Los ojos y las alas, los mangos y pájaros tejedores, las colonias de hormigas y termitas, los sistemas de detección por ultrasonidos de los murciélagos, y en realidad todos los aspectos de la vida, se originan por azar, a través de una operación mecanicista de fuerzas inanimadas y de la fuerza de la selección natural.
La teoría darwiniana de la evolución siempre ha despertado cierta controversia, y continúa haciéndolo hoy en día. Algunos siguen afirmando que no ha habido evolución alguna; pero los que han aceptado la realidad del proceso evolutivo han ido mucho más allá que la teoría darwiniana; consideran que el proceso evolutivo no es únicamente un suceso local y temporal de la Tierra en una máquina eterna, sino que forma parte de un proceso evolutivo universal.
Las teorías filosóficas sobre la evolución universal, como la teoría del progreso general tan popular en la Inglaterra victoriana, chocaban con la visión que del universo daba la física. Lo mismo ocurría con las visiones evolutivas, como la de Teilhard de Chardin, quien atribuía al proceso evolutivo un fin u objetivo, un estado inconcebible de unidad final. Desde el punto de vista de la ciencia mecanicista, tales filosofías y visiones se han considerado ilusorias: la evolución de la vida en la Tierra no forma parte de un proceso evolutivo cósmico con un destino determinado; es una especie de fluctuación local en un universo mecanicista sin propósito alguno.
A todos nos parece familiar este punto de vista, que ha ejercido una influencia honda y penetrante en el pensamiento del siglo veinte. Así lo expresaba Bertrand Russell en el contexto de la máquina del mundo:
"Que el hombre es el producto de causas cuyo fin es imprevisible; que su origen, su crecimiento, sus esperanzas y temores, sus amores y creencias, son sólo el resultado de colisiones accidentales de átomos; que no hay fuego, ni heroísmo, ni profundidad de pensamiento o sentimiento que tenga vida propia después de la muerte; que todo el esfuerzo de la eternidad, toda la devoción, toda la inspiración, toda la luz de mediodía del genio humano están destinados a la extinción en la muerte del sistema solar; y que todo el templo de las hazañas del hombre debe quedar inevitablemente enterrado bajo los restos de un universo en ruinas -- todo ello es tan cierto que no puede sostenerse firmemente ninguna filosofía que lo rechace. Sólo considerando estas verdades, sólo sobre la firme base de la desesperación inflexible puede hallarse una morada para el alma."
Esta perspectiva tan triste resultó inevitable para muche gente moderna, y la sustitución de la máquina del mundo por un universo estático einsteiniano no mejoró este panorama pesimista. La teoría mecanicista no es una mera teoría científica: se ha convertido en una espantosa verdad que nadie racional puede negar, a pesar de la angustia existencial que pueda causar. Refiriéndose a esta fe austera, el biólogo molecular Jacques Monod escribía: "El hombre debe despertar de su sueño milenario y descubrir su total soledad, su aislamiento fundamental. Debe darse cuenta de que, como un gitano, vive en el límite de un mundo extraño; un mundo sordo a su música y tan indiferente ante sus esperanzas como ante sus sufrimientos y crímenes."
Pero las teorías científicas están sujetas a cambios, y en la década de los años sesenta el universo teórico de la física se escapó de su eternidad. Dejó de parecer una máquina eterna, para asemejarse a un organismo en proceso de desarrollo. En la naturaleza todo es evolutivo. La evolución de la vida en la Tierra y el desarrollo de la humanidad dejan de ser una fluctuación local en una realidad física eterna; son aspectos de un proceso evolutivo cósmico. Varios filósofos y visionarios han defendido esta posición durante muchos años, pero ahora constituye física ortodoxa.
Actualmente la mayoría de los cosmólogos creen que el universo se inició con una explosión primitiva hace unos quince mil millones de años y que desde entonces continúa expandiéndose. Se cree que esta expansión no fue causada por una especie de repulsión cósmica, sino por el mismo Big Bang. La velocidad a la que las galaxias se alejan unas de otras disminuye gradualmente bajo la influencia de la gravedad. Si la densidad de la materia del universo es suficientemente baja, la expansión continuará eternamente. Pero si se sobrepasa una cierta cantidad de materia en el universo, la expansión se detendrá y el universo empezará a contraerse, produciéndose finalmente una inversión del Big Bang en una implosión terminal denominada Big Crunch. La mayoría de los físicos se decantan por la expansión continua; pero algunos prefieren el Big Crunch, encontrando en él un medio para volver a una eternidad repetitiva: el Big Crunch podría constituir el Big Bang del próximo universo, y así sucesivamente.
Sin embargo, aun suponiendo en aras del argumento que el nuestro es un universo en una serie interminable de universos, jamás podríamos saber si todos ellos se desarrollan del mismo modo o si evolucionan cada vez de forma distinta. Todo lo que podemos llegar a saber se refiere a la evolución del universo en que vivimos.
Existe diversidad de opiniones sobre lo que pasó durante la primera 10exp-30 fracción de segundo, pero según el modelo "inflacionista" actualmente en boga, el universo experimentó un período muy breve de expansión extraordinariamente rápida durante el cual se creó toda la materia y energía del universo a partir de la nada. En lo restante, el modelo inflacionista coincide con el ahora denominado modelo Big Bang "estándar".
Una centésima de segundo después del inicio, cuando el universo se enfrió hasta alcanzar cientos de miles de millones de grados, estaba formado por una sopa indiferenciada de materia y radiaciones. A los tres minutos, los neutrones y protones se combinaron formando un núcleo de helio. A los treinta minutos, la mayor parte de neutrones y protones se combinaban de este modo, o permanecían como protones libres, núcleos de hidrógeno.
Tras 700.000 años de expansión y enfriamiento, la temperatura descendió lo suficiente como para que los electrones y los núcleos formaran átomos estables. A causa de la falta de electrones libres el universo quedó al alcance de las radiaciones, y el "desparejamiento" de materia y radiación permitió que se empezaran a formar galaxias y estrellas.
La evolución de la materia prosiguió en las estrellas, en las que reacciones nucleares produjeron los distintos elementos químicos que se encuentran en las nubes de polvo que existen entre las estrellas, en los cometas, meteoros y planetas. Se cree que tales elementos se forman con especial intensidad cuando las estrellas explotan como supernovas. Las frías condiciones del espacio interestelar permiten la formación de moléculas; y en los agregados fríos de materia, tales como los planetas, se origina una gran variedad de cristales, como los que constituyen las rocas terrestres.
En esta secuencia, lo único, la "singularidad primordial" se diversifica, y a medida que el universo crece, en él se diferencian formas cada vez más complejas.
Esta imagen dista mucho del universo mecánico constante de la física clásica. La concepción evolutiva se amplía a todo, incluso a las partículas fundamentales y a los campos de la física. A continuación reproducimos una descripción reciente del físico teórico Paul Davies:
"Al principio, el universo era un fermento de energía cuántica sin rasgos distintivos, un estado de simetría excepcionalmente elevada. Ciertamente, el estado inicial del universo podría haber sido el más simple posible. A medida que el universo se expandía rápidamente, enfriándose, las estructuras familiares del mundo se "deshicieron" del horno primitivo. Una a una, las cuatro fuerzas fundamentales se separaron de la superfuerza. Paso a paso las partículas que debían constituir la materia del mundo adquirieron su identidad actual... Podría decirse que el cosmos complejo y altamente ordenado que vemos ahora supone una "petrificación" de la uniformidad sin estructura del Big Bang. Todas las estructuras fundamentales que nos rodean son una reliquia o fósil de esa fase inicial. Cuanto más primitivo es un objeto, antes se forjó en el horno primitivo."
El universo se habría desarrollado de forma muy distinta si las leyes y las constantes de la física hubieran sido algo diferentes. A priori no hay razón alguna para pensar que la física debe ser tal como es. Pero es como es, y gracias a ello la vida sobre la Tierra y nosotros mismos hemos podido evolucionar. Las leyes de la física deben dar una explicación al hecho de que la física existe. Esta consideración es esencial para la cosmología moderna, y se expresa en el Principio Cosmológico Antrópico. Actualmente se acepta la forma "flexible" de este principio: "Los valores observados de todas las cantidades físicas y cosmológicas no son igualmente probables, sino que toman valores limitados por el requisito de que existen lugares en los que la vida basada en el carbono puede evolucionar y por el requisito de que el universo es lo suficientemente viejo para que dicha evolución haya tenido lugar."
Algunos físicos van más allá y defienden una "forma rigurosa" del Principio Antrópico: "En alguna fase de su historia, el universo debe haber tenido las propiedades que permiten que la vida haya evolucionado."
A primera vista parece una tautología, una reafirmación pesada de una verdad obvia. Sin embargo, resulta muy controvertida ya que implica que, al fin y al cabo, el universo puede responder a un gran propósito o diseño. Algunos cosmólogos llevan este principio más lejos:
"Supongamos que por alguna razón desconocida el Principio Antrópico Intenso es verdadero y que la vida inteligente debe nacer en alguna fase de la historia del universo. Pero si desaparece en nuestra fase de desarrollo, mucho antes de ejercer una influencia no cuántica sobre el universo, cuesta ver por qué TUVO que nacer. Esto motiva la siguiente generalización del Principio Antrópico Intenso: Principio Antrópico Final: El procesamiento inteligente de información DEBE originarse en el universo, y una vez originado, NUNCA DESAPARECE."
Naturalmente, es una cuestión de opiniones. Pero la misma existencia de tales debates entre los físicos contemporáneos demuestra hasta qué punto la cosmología moderna ha superado la visión dualista del mundo que durante tantos años constituyó la posición ortodoxa. Generaciones de científicos consideraron que la base de toda realidad era una eternidad física sin propósito alguno. Pero ésta no era una verdad científica absoluta, aunque a menudo se considerara como tal; sólo era una teoría -- una teoría desbancada ahora por la misma física. Según la nueva cosmología, tanto si el proceso evolutivo cósmico tiene un propósito como en caso contrario, la vida sobre el planeta y nosotros mismos hemos evolucionado en un universo en evolución.
(...)
La visión dual que heredamos de la ciencia decimonónica, la evolución en la Tierra dentro de una eternidad física, tiene sus raíces en una dualidad cultural mucho más antigua. Refleja la doble herencia cultural de Europa: por una parte las trdiciones intelectuales de las civilizaciones de Grecia y Roma, y por otra parte la fe cristiana. Las eternidades de la física tienen sus raíces en nuestra herencia griega, mientras que nuestra fe en el desarrollo progresivo se fundamenta en la religión de los judíos.
En la síntesis medieval de estas dos tradiciones, se creía que la humanidad experimentaba un desarrollo histórico progresivo a través de la revelación de Dios en sucesos históricos y mediante la fe en los propósitos de Dios. Pero el resto del mundo no progresaba: la esencia de la naturaleza permanecía constante.
A finales del siglo dieciocho, la fe en el progreso humano, gracias a la mayor comprensión del hombre, estaba muy generalizada; los avances de la misma ciencia, así como la revolución industrial, reforzaban dicha fe. Pero se mantenía la vieja división: la humanidad progresaba, pero el mundo natural no.
Con la llegada del siglo diecinueve se adoptó una nueva visión del desarrollo progresivo: se consideraba que todos los seres vivos evolucionaban, no sólo el hombre. Pero la teoría de la evolución continuaba reservándose a la Tierra.
Ahora, finalmente, se piensa que todo el cosmos ha crecido y se ha desarrollado con el paso del tiempo: toda la naturaleza es evolutiva. No podemos continuar pensando en la naturaleza bajo el prisma de la eternidad.
En este capítulo nos referiremos a las raíces religiosas de la fe en el progreso del hombre; al modo en que el concepto de progreso implica una concepción evolutiva de toda la vida del planeta; y a la tentativa darwiniana de hacer encajar la evolución en un mundo mecanicista. Para terminar consideraremos la posibilidad de una nueva síntesis evolutiva en que la evolución de la vida se considera un aspecto del proceso evolutivo cósmico.
Los filósofos griegos, como los filósofos de otras antiguas civilizaciones, se referían en general al tiempo en términos de ciclos infinitamente repetidos: ciclos de respiración, del día y la noche, de la Luna, del año, los grandes ciclos astronómicos de los años y grandes ciclos de ciclos. En algunos sistemas hindúes un gran ciclo o "mahayuga" dura 12.000 años; luego hay otros ciclos antes de llegar al gran ciclo de Brahma, que comprende 2.560.000 mahayugas.
Casi todas las antiguas teorías de ciclos temporales se combinaban con mitos de una edad dorada. El ciclo se inicia con una edad dorada, seguida de sucesivas edades de decadencia y degeneración en todos los aspectos. Al final de la última edad del ciclo el mundo sufre una disolución general y vuelve a generarse. Se entra en una nueva era dorada, y así sucesivamente en una recurrencia eterna.
De acuerdo con esta visión cíclica y eterna de las cosas, las filosofías hindú y budista ven la vida misma en términos de ciclos repetidos de nacimiento, crecimiento y muerte, pasando las vidas humanas por sucesivos ciclos de renacimientos. De modo parecido, los pitagóricos, al igual que Platón, creían en la reencarnación.
En cambio, en la tradición judeocristriana sólo existe un único proceso de desarrollo en el tiempo. La Biblia empieza con la historia de la creación, cuando "Dios creó el cielo y la tierra", y termina con la visión de la nueva creación en el Libro del Apocalipsis: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, ya que el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido." Toda la historia de la Biblia se desarrolla según una visión cósmica de creación, destrucción y recreación. Pero no forma parte de un sistema de recurrencias eternas: a la nueva creación del Libro del Apocalipsis no le sigue ninguna otra fase de disolución, sino que constituye la consumación de todas las cosas, en la que toda la creación es absorbida por la vida divina, pasando de su estado presente de existencia en el espacio y el tiempo a su estado final de realización. Los seis días de creación del Libro del Génesis representan la semana del tiempo y de la actividad terrenal, mientras que el séptimo día es el día de la eternidad, cuando toda labor cesa. Éste es el "mito de la historia" judeocristiano. Se inicia, como muchos otros mitos, con una edad dorada: nuestros primeros padres vivían en el Paraíso en armonía entre sí, con el mundo y con Dios. Luego se produjo la caída, al comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, y finalmente la expulsión del Paraíso a un mundo de trabajo, sufrimiento y muerte. Pero así se inicia un gran viaje hacia un nuevo Paraíso, hacia la nueva tierra prometida por Dios.
El prototipo de este proceso histórico fue el viaje del pueblo de Israel escapando de la cautividad de Egipto, a través de sufrimientos, y la alianza con Dios en el desierto, hacia la tierra prometida. Tras esta metáfora del viaje se oculta el concepto de progreso, de avance. No puede avanzarse a menos que exista una dirección en la que avanzar; y los viajes tienen una dirección porque tienen un destino o propósito u objetivo.
En las civilizaciones antiguas no faltaba la creencia en el desarrollo progresivo. En efecto, las mismas ciudades se consideraban un progreso respecto a un estado primitivo o bárbaro del hombre. Las pruebas estaban a la vista en el esplendor de los edificios, en los avances de las artes y la destreza de los artesanos y en la organización de los imperios. Pero el desarrollo de la civilización se contradecía con el mito del declive de la edad de oro. El futuro sólo podía traer más decadencia y destrucción. En cambio, la tradición judeocristiana profesaba una intensa fe religiosa en el futuro. Como se expresa en la Epístola a los Hebreos:
"La fe es la garantía de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve... Por la fe, Noé, avisado por divina revelación de lo que aún no se veía, movido por el temor, fabricó el arca para salvar su casa... Por la fe, Abraham, al ser llamado, obedeció y salió hacia la tierra que había de recibir en herencia, pero sin saber adónde iba... En la fe murieron todos sin recibir las promesas; pero viéndolas de lejos y saludándolas y confesándose peregrinos y huéspedes sobre la tierra, pues los que tales cosas dicen dan bien a entender que buscan la patria. Que si se acordaran de aquélla de donde habían salido, tiempo hubieran tenido para volverse a ella. Pero deseaban otra mejor, esto es, la celestial. Por eso Dios no se avergüenza de llamarse Dios suyo, porque les tenía preparada una ciudad."
Según una corriente de la fe cristiana, basada en la autoridad del Libro del Apocalipsis, tras su segunda venida Cristo establecerá un reino mesiánico aquí en la Tierra y reinará durante mil años, hasta el Juicio Final. Este período se denomina milenio. A lo largo de la historia de la cristiandad han nacido una y otra vez grupos de milenaristas. Propia de la fe en el milenio es la creencia en la inminente llegada de una nueva era en la Tierra, no en otro cielo terrenal, y no sólo para almas individuales. La salvación de los fieles será colectiva, y la vida en la Tierra se transformará totalmente.
Muchos de los puritanos de la Inglaterra del siglo diecisiete profesaban una fe milenarista ciega en la inminente venida del Reino de Dios. En esta fe los Padres Peregrinos dejaron el viejo continente por el nuevo, una Nueva Inglaterra en el Nuevo Mundo. En la misma Inglaterra, el rey fue decapitado y el viejo orden derrocado; en esa atmósfera revolucionaria empezó a desarrollarse una visión completamente nueva del advenimiento de una nueva era sobre la Tierra: una transformación del mundo gracias al progreso humano, ocupando la ciencia un lugar de vanguardia.
El profeta de esta nueva visión fue Francis Bacon. En New Atlantis, escrita en 1624, poco antes de su muerte, la nueva era de la fe en el milenio se convirtió en una especie de utopía científica. El progreso de "toda la humanidad" se conseguiría mediante el dominio del hombre sobre la naturaleza gracias a medios mecánicos. Sólo el conocimiento científico, basado en el método empírico, podría fomentar la ambición "para esforzarse en establecer y extender el poder y el dominio de la raza humana sobre el universo", como indicó Bacon. Así, la raza humana podría "recuperar el derecho sobre la naturaleza que le pertenece por orden divina". En la Nueva Atlantis de Bacon, el progreso se dejó en manos de un grupo de científicos y técnicos que estudiaban la naturaleza mediante el método experimental. Se obligaba a la naturaleza a revelar sus secretos, de forma que la humanidad los pudiera aprovechar en beneficio propio. Estos científicos y técnicos trabajaban en un instituto de investigación científica prototipo llamado la Casa de Salomón, llevaban ropas especiales y constituían una especie de sacerdocio científico.
En Inglaterra, durante el régimen revolucionario de los puritanos, empezó a constituirse informalmente un grupo visionario parecido de científicos y filósofos. Este grupo, conocido con el nombre de la Escuela Invisible, constituía el núcleo de la Sociedad Real, fundada en 1660, poco después de la restauración de la monarquía. La "Sociedad Real de Londres para la Mejora del Conocimiento Natural" supuso una realización deliberada de la visión de Bacon. La Sociedad Real era la Casa de Salomón. En el mundo occidental se formaron oficialmente cuerpos similares de científicos en academias de ciencias estatales.
Los éxitos de la ciencia y el crecimiento de nuevas industrias confirmaban la fe en el progreso científico, y esta fe crecía y se extendía continuamente en el siglo XVIII por toda Europa y América; en el siglo XIX por los imperios de las potencias europeas; y en el presente siglo hasta los rincones más remotos del planeta. Allí donde habían fracasado los misioneros cristianos, triunfaban los misioneros del progreso tecnológico.
Esta fe se ha exportado desde su tierra natal en el mundo occidental a la Unión Soviética y China en formas marxistas; y en formas capitalistas al Japón y al Extremo Oriente; y en distintas formas a todas las naciones del mundo, que han ido convirtiéndose en "países en vías de desarrollo". Y ahora el proceso de conversión se extiende a las tribus y aldeas más remotas por medio de la educación y el desarrollo económico.
La aspiración al progreso contribuye al desarrollo. Incluso para aquellos sujetos sin educación, son muchas las pruebas evidentes del progreso industrial. ¿En qué lugar del mundo moderno no hay transistores o relojes de pulsera digitales? ¿Y en qué lugar del mundo habían visto algo parecido con anterioridad? No son meras repeticiones de objetos conocidos; son completamente nuevos. Gracias a la ciencia y a la tecnología, en el mundo suceden cosas que no habían ocurrido jamás.
Podemos preguntarnos si estos cambios suponen en realidad un progreso. No obstante, tanto si nos gusta como si no, los procesos de cambio acelerado que nos rodean nacen de la fe en el progreso, una fe que continúa siendo muy intensa. Pero el ideal de la transformación del mundo a través del progreso científico es sólo un aspecto del milenarismo. Vivimos bajo la influencia de otros aspectos.
Nueva Inglaterra fue fundada en el siglo diecisiete por los Padres Peregrinos en un espíritu milenarista. Los movimientos políticos revolucionarios de los últimoa años del siglo dieciocho eran milenaristas: el viejo orden sería derrocado y se establecería una nueva era, una era de Libertad, Igualdad y Fraternidad, según el eslogan de la Revolución Francesa. Y la visión de una era completamente nueva echó los cimientos de los recién formados Estados Unidos. En el sello real de la nación se inscribe: "Novus ordo saeculorum", un nuevo orden secular. Puede leerse en cualquier billete de dólar.
El comunismo es otra forma de fe mesiánica; y ahora, a medida que nos acercamos al final del milenio, las grandes potencias milenaristas de la Unión Soviética y los Estados Unidos se enfrentan mutuamente en la continua preparación de una guerra apocalíptica. En los últimos días de esta era, según el Libro del Apocalipsis, habrá plagas, incendios, la Tierra se sumirá en una profunda oscuridad, estallará una gran guerra en los cielos, y mucho más. Este aspecto apocalíptico de la visión judeocristiana de la historia no se ha desvanecido: muy al contrario, ha adquirido una plausibilidad nueva y espantosa.
El progreso de la ciencia ha tenido lugar en el marco de una amplia visión del progreso humano, desarrollada en el contexto de una fe religiosa en la orientación divina de la historia hacia la nueva creación. Durante el siglo diecinueve, la visión de un desarrollo progresivo se amplió de forma que abarcara a toda la vida sobre la Tierra. La evolución de la ciencia preparó el terreno a la ciencia de la evolución. A finales del siglo dieciocho, para muchos europeos y americanos era evidente que el progreso humano y el creciente poder del hombre sobre la naturaleza tenían lugar gracias al crecimiento de la comprensión humana y, sobre todo, gracias al progreso de la ciencia. Pero, ¿seguía este desarrollo progresivo los propósitos de Dios y estaba guiado por la voluntad divina? Mucha gente respondía afirmativamente, y muchos continúan haciéndolo. Pero para los ateos de la Ilustración, el progreso humano era consecuencia de la misma razón humana. La razón humana era la forma suprema de conciencia en un universo mecanicista; y los únicos propósitos que existían eran los propósitos humanos. Durante la Revolución Francesa, las iglesias de París fueron cerradas, y la catedral de Notre Dame fue transformada en un Templo de la Razón.
Pero si la razón humana estaba desarrollándose, ¿cómo y por qué lo hacía? A principios del siglo XIX el filósofo Hegel encontró una respuesta en términos de un sistema evolutivo que describe los procesos dinámicos de desarrollo progresivo. Hegel veía la evolución del pensamiento humano como un aspecto del proceso del Absoluto, o en lenguaje religioso la manifestación de Dios. Era un proceso rítmico de desarrollo de la totalidad, en el que el pensamiento progresa dialécticamente, a través de la contradicción y el argumento. Dicho proceso tiene su origen en una proposición inicial, la tesis; ésta resulta inadecuada y da lugar a su proposición contraria, la antítesis. A su vez, ésta resulta igualmente inadecuada, y las proposiciones contrarias se fusionan en una síntesis superior. La síntesis conduce a una nueva tesis, contra la que surge una nueva antítesis, y así sucesivamente.
El sistema de Hegel demostró cumplirse por su propia naturaleza; a esta tesis, Karl Marx opuso la antítesis: el espíritu no se desarrolla dialécticamente, sino la materia. El materialismo dialéctico en la tradición de Marx y Engels es una filosofía progresiva y evolutiva que considera que el progreso histórico está gobernado por leyes objetivas y científicas. El progreso humano es sólo un aspecto del desarrollo progresivo general de la materia, del que procede la mente.
En la filosofía evolutiva de Herbert Spencer, el progreso no se consideraba como una mera realidad científica objetiva, sino como la ley suprema de todo el universo. A Spencer, como a Marx, le interesaba principalmente el progreso humano; su filosofía de la evolución universal representó una magnífica generalización que permitió ver la evolución humana como un aspecto de un proceso universal. Spencer, y otros filósofos de la evolución del siglo XIX, como C.S.Peirce, propusieron una visión profunda de la evolución como proceso universal mucho antes de que la cosmología evolutiva se convirtiera en doctrina ortodoxa de la física. La idea de la evolución nació en dichas filosofías evolutivas; sólo después se convirtió en la idea dominante en biología, y mucho más tarde en física.
Fue Spencer, y no Darwin, quien popularizó la palabra "evolución", incluso antes de que Darwin publicara su "Origen de las Especies", en 1859. En la primera edición de este libro, Darwin utilizó muy poco la palabra "evolución"; sólo en la sexta edición empezó a utilizarla refiriéndose a su teoría, y aun con moderación. En su lugar empleaba frases como "descendencia con modificación" o simplemente "progreso".
La palabra "evolución" significa literalmente "desenrollamiento". Originalmente se utilizaba para referirse al desplegamiento progresivo de estructuras embrionarias como yemas. La escuela "evolucionista" de la biología del siglo dieciocho mantenía que el desarrollo de embriones tenía lugar mediante la evolución de una estructura microscópica preformada presente en el huevo fertilizado.
Así, la palabra "evolución" implicaba un plan o estructura preexistente que con el tiempo se desplegaba progresivamente. Probablemente sea ésta la razón por la que Darwin decidió no utilizar este término cuando propuso su teoría. La "evolución" de la vida implicaría la existencia de una estructura o plan previo, presumiblemente un plan divino, y esto es precisamente lo que Darwin quería descartar.
Pero si las formas de vida sobre la Tierra no respondían a un plan divino, ¿cómo podían haber evolucionado mediante procesos naturales espontáneos? Darwin dio con una respuesta en términos que reflejaban procesos propios del progreso en el comercio y la industria: innovación, competencia y eliminación de lo ineficaz. Y, por supuesto, la herencia de bienes.
En el reino de la vida, afirmaba Darwin, los organismos varían espontáneamente, la descendencia tiende a heredar las características de sus progenitores, y en la competencia que inevitablemente resulta de la prodigiosa fertilidad de las plantas y animales, los que no se adaptan son eliminados por la selección natural. Pensaba, pues, que la selección natural podía dar cuenta de las sorprendentes adaptaciones al ambiente por parte de plantas y animales y del desarrollo progresivo de las nuevas formas de vida. Este concepto quedó resumido en el título de su libro más famoso, "El origen de las especies por medio de la selección natural, o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida."
La teoría de Darwin nació en el contexto de un universo mecanicista; su árbol de la vida evolutivo creció un un mundo de eternidades físicas. Consideraremos ahora con más detalle cómo esta trama preevolutiva de pensamiento modeló la teoría de Darwin sobre la evolución. Más tarde consideraremos la posibilidad de una nueva síntesis evolutiva, una síntesis en la que la evolución de la vida pueda entenderse como un aspecto de un proceso evolutivo cósmico en el que no sólo evoluciona la naturaleza, sino también las "leyes de la naturaleza".
Una condición previa esencial para la teoría darwiniana de la evolución progresiva por medio del cambio gradual era la expansión del tiempo terrestre. En general se suponía que la explicación que la Biblia da sobre la creación se refería a sucesos que ocurrieron hace miles de años: según una conocida cronología el mundo fue creado el año 4004 a.C. Pero la cosmología mecanicista aportó un contexto muy distinto para el origen de la Tierra: el universo de la astronomía y de la mecánica celeste, un universo que existía eternamente.
Descartes, por ejemplo, supuso que los planetas giraban alrededor del Sol en un vórtice de éter transparente, y no vio razón alguna para que un vórtice desapareciera mientras otro aparecía en otro lugar. De esta forma, un sol y un sistema planetario, como el nuestro, podía formarse en los constantes movimientos del universo físico.
O, según otras teorías, la Tierra había sido un cometa, formado por condensación de partículas de polvo en el espacio bajo la influencia de la gravedad en un cuerpo sólido, que quedó atrapado en una órbita alrededor del Sol. O la Tierra se formó a causa del enfriamiento de la materia incandescente que el Sol liberó cuando un cometa colisionó con éste.
La teoría que más resonancia obtuvo fue la propuesta por el filósofo Kant en 1755. Según su "hipótesis nebular" el origen de todo el sistema solar fue una nube de partículas de polvo que se condensaron bajo la fuerza de su propia gravedad y que gradualmente adquirieron una tendencia a girar. Pequeñas cantidades se condensaron formando cuerpos sólidos que giraban alrededor de la concentración principal, que se encendió dando lugar al Sol. En la obra "Sistema del Mundo"(1796) Laplace suponía que todas las estrellas se condensaron de igual guisa: de forma de que la mayoría tenía un grupo de planetas girando a su alrededor. La formación gradual de un sistema planetario como el nuestro se convirtió, pues, en un fenómeno perfectamente natural y mecanicista. No era necesario atribuir a Dios la creación de la Tierra, del Sol, o de nada.
Tales teorías fomentaron un sinnúmero de especulaciones en torno a la historia de la Tierra. El Libro del Génesis hacía lo propio: la Tierra y las criaturas vivientes fueron creadas en etapas, representadas por los días de la creación. Tras la creación, una serie de catástrofes asoló la Tierra, en particular las inundaciones.
A lo largo de la larga historia del debate evolutivo, estos dos modelos han continuado chocando e interaccionando mutuamente. Generalmente los mecanicistas preferían el cambio lento, gradual; los que creían en la guía divina de la evolución solían ver en ella una serie de fases y saltos súbitos. Ni que decir tiene que los cambios abruptos no implican necesariamente una intervención divina, pero con la Biblia en segundo plano a menudo se ha considerado así.
A medida que la ciencia de la geología se desarrollaba a finales del siglo dieciocho y a principios del diecinueve, algunos geólogos encontraron en los estratos rocosos pruebas de procesos similares a los descritos en el Libro del Génesis: pruebas de una inundación o de una serie de inundaciones; pruebas de discontinuidades súbitas; y en los estratos situados por encima de las rocas primarias, encontraron fósiles que seguían el mismo orden indicado en el Génesis -- peces, animales terrestres, y finalmente, el hombre.
Otros, a la luz de la eternidad física de la máquina del mundo, intentaron dar con un concepto de la Tierra lo más gradual y no progresivo posible. A finales del siglo XVIII, James Hutton insistía en que el geólogo científico debe hacer cuanto pueda para explicar la estructura de la Tierra en función de causas cuya acción pueda observarse. "No encontramos vestigio alguno de un inicio, ni perspectivas de un final". Descartaba, por falta de rigor científico, la idea de que se hubieran producido catástrofes a una escala que ya no podemos observar. Constatamos que las masas de tierra padecen la erosión continua del agua y del viento; los detritos van a parar al mar y son depositados sobre el fondo oceánico, donde se endurecen formando estratos rocosos; y estas nuevas rocas pueden surgir al exterior a causa de terremotos y formar tierras secas. Los terremotos se originan debido al calor y a la presión del núcleo terrestre, y los volacnes entran en erupción cuando la roca fundida de su interior encuentra su camino hacia la superficie.
Dado que los cambios que observamos son muy lentos, el esquema de Hutton exigía de la Tierra una gran antigüedad, lo que constituía una innovación de gran importancia.
Este sistema fue profundizado por Charles Lyell, cuyos "Principles of Geology" (1830-1833) tanta influencia ejercieron sobre Darwin. Como Hutton, Lyell adoptó un punto de vista estable sobre la Tierra, subrayando el papel de los cambios graduales, de acuerdo con las leyes físicas del universo. Negaba cualquier tendencia direccional en el desarrollo de la vida. Intentaba dar una explicación al creciente número de pruebas fósiles en términos de climas fluctuantes, y suponía que todas las formas vivas siempre habían estado presentes en todos los períodos geológicos y que no se había producido ningún desarrollo secuencial de formas superiores a partir de formas inferiores, salvo en el caso de la aparición del hombre.
Sin embargo, los estudios que de los estratos rocosos efectuaban los geólogos apoyaban la idea de los cambios direccionales en el desarrollo de la Tierra. Las súbitas roturas de la formaciones rocosas implicaban cambios súbitos de las condiciones. Más impresionantes aún eran las distintas clases de fósiles que se encontraron en formaciones rocosas sucesivas. Pero lo más espectacular eran los restos de reptiles gigantes, como los dinosaurios. La secuencia de restos fósiles convenció a muchos naturalistas de que la historia de la vida animal se inició con una era de invertebrados, seguida de otras eras de peces, reptiles, mamíferos, y finalmente del hombre.
Algunos teólogos vieron en este proceso la dirección creativa de Dios. Las nuevas especies no aparecían gradualmente por la acción de las leyes cotidianas de la naturaleza, sino que aparecían a causa de la intervención divina en la historia de la vida. Las extinciones periódicas se producían como resultado de catástrofes, y luego se creaban nuevas formas de vida.
Darwin, en cambio, rechazaba cualquier idea de intervención divina. Insistía en el hecho de que la evolución se producía gradualmente por medio de la lenta acción de las leyes ordinarias de la naturaleza: no había lugar para los cambios súbitos. Este aspecto de su teoría despertó polémicas desde el primer momento, pero Darwin se mantuvo fiel al principio de la evolución gradual a pesar de todas las críticas. Admitir la existencia de cambios abruptos e inexplicables suponía, en su opinión, "entrar en el terreno de los milagros, y abandonar el terreno de la ciencia".
En la sexta edición del "Origen de las Especies", Darwin hizo una concesión a sus críticos:
"Una clase de hechos, sin embargo, apoya, a primera vista, la creencia en el desarrollo brusco: la aparición súbita en nuestras formaciones geológicas del hombre y de formas de vida distintas. Pero el valor de esta prueba depende enteramente de la perfección del registro geológico en relación con períodos remotos de la historia del mundo. Si el registro es tan fragmentario como afirman enérgicamente muchos geólogos, no hay nada de extraño en que aparezcan formas nuevas, como si se hubiesen desarrollado súbitamente."
Este argumento suena familiar, y sigue esgrimiéndose con asiduidad hoy en día. Por lo general los darwinistas han seguido el ejemplo de Darwin al subrayar el papel del cambio gradual, y la falta de pruebas de las conexiones perdidas siempre se ha explicado en términos de imperfecciones del registro fósil. Pero las pruebas de catástrofes y de la aparición brusca de nuevas formas de vida no se han desvanecido. Al contrario, se ha profundizado en ellas con estudios cada vez más detallados sobre el registro fósil. Parece que una evolución que se haya producido a trompicones encaja mejor con los hechos que un proceso de cambio lento y constante, y la primera idea se ha propuesto una y otra vez. Su forma más reciente corresponde a la hipótesis del "equilibrio puntual".
Mientras, la noción de grandes catástrofes globales ha experimentado un reciente renacimiento gracias a una forma científicamente respetable. En 1980, se encontraron cantidades anormales de iridio y otros metales en las capas de arcilla situadas en el límite de los estratos del Cretácico y del Terciario, en otras palabras, en capas que se formaron hace unos 65 millones de años, cuando se extinguieron los dinosaurios y otros muchos animales y plantas. Se sugirió la siguiente explicación: un asteroide colisionó con la Tierra, y como consecuencia de la gran cantidad de polvo lanzado a la atmósfera, la Tierra se quedó sin luz solar durante unas semanas, causando la extinción de los dinosaurios y de muchas otras formas de vida. Esta hipótesis ha adquirido plausibilidad tras los cálculos de los efectos que tendría una guerra nuclear, y en particular de la perspectiva de un "invierno nuclear" provocado por la falta de luz solar debida al humo y a los restos presentes en la atmósfera.
Posteriormente, varios cálculos han sugerido que durante los 250 millones de años se han producido extinciones en masa con una periodicidad de unos 26 millones de años. La regularidad de este ciclo sugiere una explicación astronómica; varias han sido las explicaciones propuestas. Topamos de nuevo con grandes ciclos de tiempo astronómico.
Una de las explicaciones propuestas sugiere que el Sol tiene una estrella acompañante oscura, Némesis, en una órbita muy excéntrica. Cuando Némesis se acerca a la nube de cometas de los límites del Sistema Solar, provoca una perturbación de la misma y desencadena una intensa lluvia de cometas. Las consiguientes series de impactos sobre la Tierra duran hasta un millón de años. Otro modelo propone un ciclo debido a la oscilación del Sol por el plano de la galaxia, oscilación que provocaría alteraciones de la radiación cósmica suficientes para causar grandes cambios climáticos. Otro modelo propone que la Tierra puede haber pasado periódicamente a través de nubes interestelares de polvo o gas. Pero algunos científicos sostienen que las grandes extinciones no siguen ciclos tan regulares. El debate continúa.
Al principio, según el Génesis,
"Plantó Yahvé Dios un jardín en Edén... Hizo Yahvé Dios brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar; y en medio del jardín, el árbol de la vida."
Según la visión evolutiva de Darwin, toda la vida se ha desarrollado con el paso del tiempo como un gran árbol: el árbol evolutivo de la vida. Desde que la primera semilla de vida apareciera sobre la Tierra, este árbol ha ido creciendo por sí mismo, de forma enteramente natural y de acuerdo con las leyes del mundo natural. La evolución, como el crecimiento de un árbol, es un proceso orgánico y espontáneo de crecimiento continuo y de adaptación a las condiciones de vida imperantes. Todo sucede de forma natural.
Para Darwin, ningún Dios plantó el árbol de la vida, ni ningún Dios lo cuidaba: el concepto que Darwin tenía de Dios era muy distinto. Dios era el gran diseñador y creador de la máquina del mundo, y había diseñado todos los seres vivos de la forma más maravillosa y compleja. Todas las criaturas, salvo el hombre, eran inanimadas; eran máquinas cuya inteligencia diseñadora se hallaba fuera de ellas mismas, en la mente de Dios, del mismo modo que la inteligencia diseñadora de las máquinas fabricadas por el hombre no se halla en la materia de las máquinas, sino fuera de las mismas, en sus creadores humanos.
Uno de los exponentes de esta clase de teología fue William Paley. Su "Natural Theology" ( que tanto influenció a Darwin en su juventud) toma los bellos y correctos diseños de los organismos vivos como prueba de una inteligencia diseñadora, y por tanto, como prueba de la existencia de Dios. Este libro empieza con su famoso ejemplo del reloj. Supongamos, escribió, que caminando por un brezal encuentro un reloj. Sin saber cómo llegó allí, su diseño preciso y complejo nos obligaría a concluir: "que el reloj debe tener un creador: que debe de haber existido, en algún momento y en algún lugar, un artífice o artífices que le dieron forma con el propósito de que lo encontráramos; alguien que comprendía su construcción y diseñó su uso."
Luego ampliaba este argumento por analogía con las obras de la naturaleza:
"Cualquier signo de ingenio, cualquier manifestación de diseño, existente en el reloj, existe en las obras de la naturaleza; con la diferencia de que las obras de ésta son mayores o en mayor número, y en grado que supera cualquier cálculo."
Paley comparaba el ojo humano con un instrumento artificial, como un telescopio, y concluía que: "existen las mismas pruebas de que el ojo fue hecho para ver, como de que el telescopio fue creado para asistirlo."
En un universo mecanicista diseñado por un Dios semejante, no hay libertad o espontaneidad en le naturaleza. Todo ha sido perfectamente diseñado. Para que el árbol de la vida de Darwin creciera espontáneamente, Darwin tenía que librarse de un Dios que todo lo diseñaba. Pero para hacerlo tenía que encontrar alguna otra forma de explicar los intrincados diseños y adaptaciones deliberadas de las flores, las alas, los ojos, de cualquier cosa viva. Darwin, como Paley, encontró esta fuerza creadora fuera de los organismos vivos, pero no en Dios, sino en la naturaleza. La selección natural escogía los mejores diseños de entre los que la propia naturaleza generaba espontáneamente. Y, actuando gradualmente generación tras generación, la selección natural ha configurado todas las formas de vida que existen, y todas las formas que han existido.
Darwin partió de la analogía de la selección humana, cuyo poder puede verse claramente en la amplia gama de variedades de perros, palomas, y otros animales domésticos y plantas. Todas estas variedades se han producido por variación espontánea y por reproducción selectiva, por medio de la selección humana consciente o inconsciente. Darwin admitía que podía considerarse que el témino "selección natural" implicaba cierta elección consciente, pero esto no era lo que él afirmaba. La selección natural no era una fuerza activa:
"Se ha dicho que hablo de la selección natural como de una fuerza activa o divinidad; pero, ¿quién hace cargos a un autor que habla de la atracción de la gravedad como si regulase los movimientos de los planetas? Todos sabemos lo que significan tales expresiones metafóricas; que son casi necesarias para la brevedad... Familiarizándose un poco, estas objeciones superficiales quedarán olvidadas."
Y así Darwin sustituyó la inteligencia diseñadora del Dios de Paley por las fuerzas ciegas de la selección natural. Los darwinianos han adoptado esta versión desde entonces.
Richard Dawkins, uno de los modernos defensores del darwinismo más contundente, ha vuelto a responder a Paley recientemente. Su libro "El relojero ciego (The blind watchmaker) (1986) empieza con una declaración de fe: "Este libro ha sido escrito con la convicción de que nuestra propia existencia presento una vez los mayores misterios, pero ha dejado de ser un misterio porque ha sido resuelto. Darwin y Wallace lo resolvieron, aunque continuaremos añadiendo notas a su solución durante un largo período... Quiero persuadir al lector, no sólo de que la visión darwiniana del mundo es cierta, sino de que es la unica teoría conocida que podía, en principio, resolver el misterio de la existencia."
El argumento de Dawkins, como el de Darwin, es la antítesis del de Paley. Pero merece la pena observar que las dos partes de este debate comparten una suposición que ninguna de ambas cuestiona: la visión mecanicista del mundo. Las plantas y los animales son como máquinas; han sido diseñados de forma inteligente por el Dios de la máquina del mundo, o son el producto de las fuerzas ciegas de la evolución a través de la selección natural. Pero, ¿y si modificamos nuestra forma de pensar acerca de la inteligencia diseñadora externa, o acerca de la naturaleza de la vida? Se abren entonces distintas posibilidades que no encajan en ninguna de estas posiciones estándares. Algunas de dichas posibilidades ya han sido exploradas; aquí consideraremos sólo dos ejemplos. El primero implica una concepción modificada de la inteligencia diseñadora externa, y el segundo, la idea de principios organizativos creativos en la misma vida.
Alfred Russell Wallace, como Darwin, comprendió la fuerza de la selección natural; Wallace, como Darwin, la descubrió. Pero se convenció de que los mecanismos darwinianos por sí mismos no podían dar una explicación a la evolución de la vida. Su último libro se tituló "The world of life: a manifestation of creative power, directive mind and ultimate purpose (1911) ("El mundo de la vida: una manifestación de poder creativo, mente directiva y propósito último"). En él proponía que "inteligencias superiores" habían dirigido las líneas principales del desarrollo evolutivo de acuerdo con propósitos conscientes.
"Llegamos a la conclusión, pues, de que debemos postular un cuerpo de lo que podríamos denominar espíritus organizativos, que cargarían con el deber de influir a miríadas de células-alma para que ejecuten su parte del trabajo con exactitud y corrección... En fases sucesivas del desarrollo del mundo de la vida, podrían necesitarse más inteligencias, y tal vez superiores, para dirigir las líneas principales de variación en direcciones definidas de acuerdo con el diseño general a seguir... Semejante concepción, de fuerzas delegadas a seres de un elevado grado de vida e intelecto y a seres de un grado semejante muy bajo, me parece menos improbable que la concepción según la cual la Divinidad infinita no sólo diseñó todo el cosmos, sino ella misma es la fuerza que actúa conscientemente en todas las células de todos los seres vivos que existen o que hayan existido sobre la Tierra."
En cambio, Henri Bergson consideraba que los principios organizativos deliberados del proceso evolutivo se encontraban en el interior de las formas de vida en proceso de evolución. Comparaba el proceso evolutivo con el desarrollo de la mente a través del movimiento hacia adelante del curso de la vida, el "élan vital".
"Esta corriente de vida, que recorre los cuerpos que ha organizado uno tras otro, pasando de generación en generación, se ha dividido entre las especies y distribuido entre los individuos sin perder nada de su fuerza, sino intensificándose en proporción a su avance... Ahora, cuanta más atención prestamos a la continuidad de la vida, más vemos que la evolución orgánica se parece a la evolución de una conciencia, en la que el pasado ejerce presión sobre el presente y origina el inicio de una nueva forma de conciencia, inconmensurable en relación con sus predecesoras."
Sin embargo, Bergson no creía que este proceso de evolución creativa tuviera algún propósito último, externo. Si existía un Dios del proceso evolutivo, no se trataba de un Dios externo, sino de un Dios que se crea a sí mismo en el proceso de la evolución.
Las teorías evolutivas de Wallace y Bergson nos muestran lo que ocurre si escapamos de la antítesis Paley-Darwin. Pero cuando volvemos a adoptar la visión mecanicista del mundo, sólo puede elegirse entre la inteligencia diseñadora del Gran Artífice o los mecanismos ciegos e inanimados de la evolución darwiniana.
Pero, ¿por qué tenemos que seguir considerando a los organismos vivos con metáforas mecanicistas? ¿Por qué no pensamos en ellos como en lo que en realidad son: organismos vivos?
Durante más de sesenta años viene desarrollándose una alternativa a la filosofía mecanicista de la naturaleza: la filosofía del organismo. Esta filosofía, denominada algunas veces "filosofía holística u organicista", o planteamiento de "sistemas", es en cierto sentido una nueva forma de animismo: de nuevo se considera que la naturaleza está viva, y que todos los organismos que viven en ella contienen sus propios principios organizativos. Dichos principios no se consideran almas, como sucedía en la filosofía aristotélica, sino que se les da una variedad de nombres tales como "propiedades de los sistemas" o "principios emergentes de organización" o "patrones que conectan" o "campos organizativos". Pero la moderna filosofía del organismo difiere en dos aspectos esenciales del animismo premecanicista: en primer lugar, es posmecanicista, y se desarrolla a la luz de los conocimientos y descubrimientos de la ciencia mecanicista; y en segundo lugar, es evolutiva.
Como señaló el filósofo Alfred North Whitehead hace más de sesenta años:
"El materialismo se contradice con cualquier filosofía evolutiva completa. La sustancia o materia original, de la que parte la filosofía materialista, es incapaz de evolucionar. Esta materia es la última sustancia. La evolución, según la teoría materialista, es sólo otra palabra para describir los cambios de las relaciones entre porciones de materia. Nada evoluciona, porque un conjunto de relaciones externas es tan bueno como otro conjunto de relaciones externas. Sólo existe el cambio no progresivo y sin objeto alguno. Pero la principal cuestión de la doctrina moderna es la evolución de los organismos complejos a partir de estados anteriores de organismos menos complejos. La doctrina pide a gritos una concepción de organismo en la que éste sea fundamental para la naturaleza."
En el discurso de Whitehead, los organismos son "estructuras de actividad" a todos los niveles de complejidad. Incluso las partículas subatómicas, los átomos, las moléculas y los cristales son organismos, y por tanto, en cierto sentido, están vivos.
Desde el punto de vista organicista, la vida no es algo que ha surgido de la materia muerta y que deba explicarse en términos de los factores vitales del vitalismo. Toda la naturaleza está viva. Los principios organizativos de los organismos vivos son distintos en grado, pero no son diferentes en naturaleza de los principios organizativos de las moléculas o de las sociedades de galaxias. "La biología estudia los organismos superiores, mientras que la física estudia los organismos inferiores", como afirmaba Whitehead. A la luz de la nueva cosmología, la física estudia también el organismo cósmico global, y los organismos galácticos, estelares y planetarios que en éste se han originado.
"El universo nos presenta este hecho evidente pero trascendental. No es una mera confusión, sino que se dispone en unidades que llaman nuestra atención, unidades mayores y menores de una serie de "niveles" discretos, que para precisar denominamos jerarquía de todos y partes. Lo más importante sobre el universo natural es que se organiza como un sistema de sistemas de mayor a menor, al igual que cada organismo en particular."
Pensemos, por ejemplo, en una colonia de termitas, que es un organismo constituido por insectos individuales, que son organismos constituidos por órganos, constituidos por tejidos, constituidos por células, constituidas por átomos, constituidos por unos electrones y un núcleo, constituido por partículas nucleares. Cada nivel está ocupado por todos organizados, constituidos a su vez por todos organizados. Y en cada nivel el todo es mayor que la suma de sus partes; presenta una integridad irreductible.
¿Cuáles son estos evasivos principios de organización que se manifiestan en organismos o sistemas en cualquier nivel de complejidad? En palabras de L.L.Whyte: "Un olvidado principio de orden, o mejor, un proceso de ordenación, está presente en todos los niveles; el universo muestra una tendencia hacia el orden, que denomino "mórfica"; en el organismo viable esta tendencia mórfica se convierte en la tendencia hacia la coordinación orgánica (aún por comprender), y en la mente del hombre sano se convierte en la búsqueda de la unidad que da lugar a la religión, al arte, a la filosofía y a las ciencias."
En un universo evolutivo, los principios organizativos de todos los sistemas a todos los niveles de complejidad deben haber evolucionado; los principios organizativos de los átomos de oro, por ejemplo, o de las células bacterianas, o de las bandadas de gansos, se han originado todos con el paso del tiempo. Ninguno de ellos existía al principio, cuando se produjo el Big Bang.
Pero, ¿se hallaban ya presentes como arquetipos platónicos trascendentes en forma inmaterial, esperando el momento de manifestarse por primera vez en el universo físico? ¿O son como hábitos que se han desarrollado con el paso del tiempo?
Éstas son las cuestiones que exploraremos en los siguientes capítulos de este libro. Empezaremos considerando las estructuras de las moléculas, de los cristales, de las plantas y de los animales, y cómo se originan.
Este libro supone una tentativa de desarrollar una nueva concepción de la naturaleza evolutiva de las cosas. En los tres capítulos finales reemprenderemos la discusión sobre la evolución de la vida y del universo físico, y acabaremos con una reflexión sobre la naturaleza de la creatividad evolutiva.
La eterna cuestión sobre si el proceso evolutivo tiene o no un objetivo último, permanece abierta.
(...)
La creatividad es un profundo misterio precisamente porque comporta la aparición de patrones que no han existido nunca anteriormente. Nuestro método habitual de explicar las cosas es en términos de unas causas preexistentes: la causa de alguna manera contiene el efecto; el efecto surge de la causa. Si aplicamos este modo de pensar a la creación de una nueva forma de vida, una obra de arte nueva, o una teoría científica nueva, llegamos a la conclusión de que de alguna manera el nuevo patrón de organización ya existía: era una posibilidad latente. Dadas las circunstancias apropiadas, este patrón latente se manifiesta. La creatividad, entonces, consiste en la manifestación o descubrimiento de esta posibilidad preexistente. En otras palabras, el nuevo patrón no ha sido creado, sino que simplemente se ha manifestado en el mundo físico, mientras que anteriormente no se había manifestado.
Ésta es esencialmente la teoría platónica de la creatividad. Todas las formas posibles han existido siempre como formas eternas, o como potencialidades matemáticas implícitas en las las eternas leyes de la naturaleza. Como expresa Henri Bergson: "Lo posible habría estado allí desde siempre, un fantasma esperando su hora; y por tanto se habría convertido en realidad por la aparición de algo, por alguna transfusión de sangre o vida." Y viene a señalar que ésta es la concepción inherente en las filosofías europeas tradicionales: "Los antiguos, platónicos en mayor o menor grado... imaginaron que el Ser fue hecho de una vez por todas, completo y perfecto, en el inmutable sistema de las Ideas; el mundo que se revela antes de que nuestros ojos puedan aportar algo al mismo; al contrario, fue solamente una disminución o degradación; sus estados sucesivos se midieron como si fuese la distancia creciente o decreciente entre lo que es, una sombra proyectada en el tiempo, y lo que debería ser, una idea fijada en la eternidad. Los modernos, es cierto, adoptan un punto de vista muy diferente. Ya no tratan al tiempo como a un intruso, perturbador de la eternidad; les gustaría reducirlo a una simple apariencia. Lo temporal es, luego, solamente la forma confusa de lo racional. Lo que nosotros percibimos como sucesión de estados es concebido por nuestro intelecto, una vez aparecida la confusión, como un sistema de relaciones. Lo real se convierte una vez más en eterno, con esta simple diferencia, que es la eternidad de las leyes en las que los fenómenos se resuelven en vez de ser la eternidad de las Ideas, que les sirven de modelos."
Tanto la filosofía platónica como las teorías de la física mecanicista fueron concebidas en el contexto de un mundo que no evolucionaba. Las Formas o leyes eternas parecieron suficientemente apropiadas en un universo eterno. Sin embargo, quedan cuestionadas inevitablemente por la idea de que la evolución es un proceso de desarrollo creativo. Ahora ya no podemos ignorar la posibilidad de que la creatividad sea real; puede que no todo fuese hecho con anterioridad; los nuevos patrones de organización podrían aparecer a medida que el mundo avanza. Todo lo nuevo que ocurre es posible en el sentido tautológico de que solamente lo posible puede ocurrir. Sin embargo no es necesario atribuir a estas posibilidades, que se desconocen hasta que ocurren, una realidad preexistente que hubiese trascendido el tiempo y el espacio.
En este capítulo consideramos diferentes modos de imaginar la creatividad del proceso evolutivo. Pero es importante reconocer al principio que ninguno de ellos puede llegar a disipar el misterio. En caso de adoptar el enfoque platónico, nos quedamos con el misterio de un reino trascendente de posibilidades latentes. Si, en cambio, aceptamos que existe una creatividad genuina en el proceso evolutivo, ¿cómo podemos explicarla? Podemos atribuirla a Dios, o a unos espíritus inteligentes como los ángeles, o bien a las diosas, a la naturaleza misma, al azar, a la vida, o a unos campos. Pero entonces no podemos explicar por qué algunos de estos tendrían la capacidad de crear nuevos patrones de organización: tarde o temprano alcanzamos los límites de nuestro entendimiento. Si atribuimos la creatividad a unos poderes divinos o inteligencias sobrehumanas por una parte, o al azar por otra parte, alcanzamos estos límites antes; si reconocemos que las capacidades creativas son inherentes a los mismos campos mórficos, alcanzamos estos límites más tarde, pero los alcanzamos igualmente.
Empezaremos por considerar el concepto de creatividad inherente a la visión mecanicista del mundo en su forma original del siglo diecisiete y el cambio radical aparecido con la teoría de la evolución.
En la filosofía mecanicista de la naturaleza, tal como fue concebida originalmente en el siglo disecisiete, toda creatividad se atribuía a Dios. Dios era la única fuente de toda materia y movimiento, de todas las leyes de la naturaleza, y de toda la creación de plantas y animales. La naturaleza era inanimada, ciega, inconsciente y mecánica, sin ningún tipo de libertad ni espontaneidad. La naturaleza no era creativa, sino que era creada.
Antes de la aparición de la filosofía mecanicista, se creía que la naturaleza era viva; el mismo mundo era animado, como todos los seres que viven en él. Tenían vida por ellos mismos, y tenían sus propios objetivos internos. La naturaleza estaba personificada, era la Gran Madre. Cuando fue despersonificada, la Madre se convirtió en materia en movimiento, siempre fuente y esencia de todas las cosas, pero ya sin vida o espontaneidad; era gobernada por las leyes eternas del Padre Celestial. En efecto, la filosofía mecanicista consideraba al mundo material en su conjunto como si estuviera muerto; no tenía vida. En la medida en que las estructuras de las flores, las estructuras de los órganos como el ojo, o los instintos de las aves para construir nidos, parecían tener diseños intencionados, éstos, como todos los demás aspectos del mundo natural, reflejaban la suprema inteligencia diseñadora del Dios de la máquina del mundo.
Sin embargo, este mundo mecanicista de los físicos newtonianos no evolucionaba: todo había sido diseñado y creado por Dios al principio, y si no, para aquéllos que rechazaban esta idea de Dios, el universo y las leyes que lo gobernaban eran eternos y autosubsistentes; no había ninguna necesidad de creatividad, porque todo se daba con una necesidad inexorable y mecánica y era por principio completamente previsible.
A medida que la visión evolutiva fue desarrollándose en el siglo diecinueve, empezó a devolver de nuevo la naturaleza a la vida. Una espontaneidad creativa reapareció en el mundo natural.
Darwin lo explicó muy claramente. La fuente de la creatividad evolutiva no está "más allá" de la naturaleza, en los diseños y planes eternos de un Dios productor, el Dios de la teología natural de Paley. La evolución de la vida se ha dado espontáneamente, "dentro" del mundo material. La misma naturaleza ha dado lugar a las innumerables formas de vida.
Darwin nos ayudó a personificar la naturaleza. Y en términos de personificación, su teoría nos dice que la Madre Naturaleza, más que el Padre Celestial, es la fuente de toda vida. La Gran Madre es prodigiosamente fértil; pero también es cruel y terrible, devoradora de sus propios frutos. Este aspecto destructivo de la naturaleza impresionó muy profundamente a Darwin, y en la forma de la selección natural lo consideró como el poder creador primario, "un poder incesantemente preparado para la acción."
De esta manera, a la luz de la tería darwiniana de la evolución, la naturaleza se vuelve creativa, y asume al menos algunos de los atributos de la Madre Diosa arcaica, de cuyas entrañas surge toda vida y adonde toda vida regresa. Cuando se despersonifica, pude llamarse simplemente naturaleza, materia, vida, o evolución emergente. Y así la creatividad evolutiva puede atribuirse tanto a la Gran Madre como a las abstracciones despersonificadas que la sustituyen.
En el materialismo dialéctico, por ejemplo, la fuente creativa de todas las cosas se llama materia y experimenta un desarrollo continuo, espontáneo y dialéctico, que resuelve conflictos y contradicciones en síntesis sucesivas. Pero, claramente, la "materia" en este sentido tiene unas propiedades creativas prodigiosas que no tiene la materia de la física mewtoniana; los átomos permanentes en forma de bola de billar no tenían este poder para crear células o jirafas o las teorías filosóficas de Marx y Engels. Ni siquiera los átomos dinámicos, auto-organizativos, de la física cuántica moderna tienen ese poder creativo. Y si ampliamos el significado de la palabra "materia" de forma que incluya no solamente la materia como los físicos la conciben sino también los campos de energía, e incluso toda realidad física, entonces sí podemos llamarla naturaleza; pero no la naturaleza inanimada, no creativa, de la física newtoniana, sino la naturaleza creativa de un mundo evolutivo.
Henri Bergson atribuyó esta creatividad al "élan vital" o ímpetu vital. Como los darwinianos, marxistas, y otros partidarios de la evolución emergente, negó que el proceso evolutivo fuera diseñado y planeado con anterioridad en la mente eterna de un Dios trascendente; es más bien espontáneo y creativo: "La naturaleza es algo más y mejor que un plan en vías de realización. Un plan es un término asignado a un trabajo: cierra el futuro cuya forma indica. Antes de la evolución de la vida, por el contrario, los portales del futuro quedan abiertos de par en par. Es una creación que se da eternamente en virtud de un movimiento inicial. Este movimiento constituye la unidad del mundo organizado, una unidad prolífica, de una riqueza infinita, superior a cualquier unidad que el intelecto pudiese soñar, porque el intelecto es solamente uno de sus aspectos o productos."
La teoría neodarwiniana de la evolución comparte esta visión de la evolución como un proceso creativo vasto y espontáneo. Como el biólogo molecular Jacques Monod escribió en su libro sobre la visión del mundo neodarwiniano, "Azar y necesidad", "la emergencia evolutiva, debido a que surge de lo esencialmente imprevisible, es la creadora de la novedad absoluta". Lo que Bergson atribuyó al "élan vital", Monod lo atribuyó a los "inagotables recursos del pozo del azar", expresados mediante mutaciones fortuitas en el ADN.
Según esta concepción, el papel creativo del azar, que es indeterminado, es expresado en su interacción con la necesidad, que es determinada. Aquí, de nuevo, es instructivo ver qué ocurre cuando estos principios abstractos son personificados. Del mismo modo en que la naturaleza se convierte en Gran Madre, éstos también llegan a la vida en forma de diosas. En la Europa precristiana, la Necesidad era uno de los nombres para el Hado o el Destino, a menudo representado por las Tres Parcas, las severas hilanderas que alargan, asignan y cortan el hilo de la vida, aplicando a los mortales su destino al nacer. Esta antigua imagen tiene su paralelismo en el pensamiento neodarwiniano de un modo curiosamente literal; el "hilo de la vida", que determina el destino genético de un organismo, está formado por moléculas helicoidales de ADN dispuestas en cromosomas parecidos a hilos. Por otro lado, el Azar es uno de los nombres de la diosa Fortuna. Los giros de su rueda, la Rueda de la Fortuna, otorgan tanto prosperidad como desgracia. Ella es la patrona de los jugadores; otro de sus nombres tradicionales es Dama de la Suerte. La diosa Fortuna es ciega; y también lo es el azar: "El azar por sí mismo está en la fuente de cada innovación, de toda creación en la biosfera. Puro azar, absolutamente libre pero ciego, en las profundas raíces del formidable edificio de la evolución: este concepto central de la biologia moderna ya no es una entre otras hipótesis posibles o imaginables. Hoy es la única hipótesis imaginable, la única compatible con hechos observados o probados. Y nada garantiza la suposición (o la esperanza) de que las concepciones sobre esto debiesen, o pudiesen, ser revisadas algún día."
Sin embargo, el mundo material, reino en el que dominan el azar y la necesidad, es solamente un aspecto de la visión mecanicista del mundo. El otro es el reino platónico de las Formas, leyes o fórmulas matemáticas eternas. Algunos biólogos prefieren ver en este reino, más que en las bases de un azar ciego, la fuente de todas las nuevas formas de vida. La evolución del dinosaurio, de la estrella de mar, o de las palmeras, representa la manifestación de arquetipos no materiales preexistentes. Estos arquetipos, en sí mismos, no emergen, al estar más allá del tiempo y del espacio. O bien son ideas en la mente de Dios, o, si prescindimos de Dios, tienen una existencia independiente que es inexplicable de cualquier otro modo.
Así, el neodarwinismo nos conduce a un atolladero. En la medida en que la creatividad evolutiva depende de la manifestación de Formas o principios de orden eternos, no es creatividad verdadera, sino solamente la manifestación de unos patrones que han existido siempre en un reino no material. Y en la medida en que la creatividad depende del azar ciego, es esencialmente ininteligible, y tenemos que terminar ahí.
Tradicionalmente, en Europa, el reino trascendente ha sido considerado como competencia del Padre Celestial, y el reino material, competencia de la Gran Madre. En estos términos personificados, el enfoque platónico recalca el principio creativo racional masculino, mientras que el enfoque materialista subraya los aspectos no racionales femeninos. ¿Representan estos arquetipos personificados un entendimiento del misterio de la creatividad más profundo que las abstracciones despersonificadas del pensamiento moderno? ¿O acaso representan estas abstracciones impersonales una forma de entendimiento mayor que se ha desarrollado más que los modos primitivos y personificados del pensamiento hallado en los reinos del mito y la religión? Esto es obviamente cuestión de opiniones; sin embargo, cualquiera que sea el punto de vista que se prefiera, los métodos arcaicos y modernos de expresar la creatividad muestran notables paralelismos.
Hasta aquí es donde podemos llegar en el contexto del neodarwinismo. La filosofía evolutiva del organismo nos permite llegar más lejos. Los principios organizativos de la naturaleza no están más allá de ella, en un reino trascendente, sino dentro de ella. No sólo emerge el mundo en el espacio y en el tiempo, sino que estos principios organizativos inmanentes también emergen.
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