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Dios Crucificado
XII.U. Del libro "El Dios Crucificado", de Jürgen Moltmann
(Traducido del inglés)
CAPÍTULO 4: EL JUICIO HISTÓRICO DE JESÚS
(...)
Jesús y Dios: "El abandonado por Dios"
El conflicto teológico de Jesús con la interpretación de la Ley que hacían los fariseos, y su conflicto teológico y político con los zelotes y los romanos, proporcionan una explicación de su condena como "blasfemo" y de su crucifixión como "rebelde"; pero no explican la verdadera interioridad de su sufrimiento y su muerte.
Empecemos considerándolo desde fuera.
Sócrates murió como un sabio. Alegre y serenamente, bebió la copa de cicuta. Esto fue una demostración de magnanimidad, y también un testimonio de la inmortalidad del alma, que él enseñó, como nos contó Platón. Para él, la muerte era una irrupción a una vida más alta y más pura. Así que su despedida no fue difícil. Hizo sacrificar un gallo a Esculapio, lo que sólo se hacía al recobrarse de una grave enfermedad. La muerte de Sócrates fue una fiesta de la libertad.
Los mártires zelotes que fueron crucificados después de sus fracasadas revueltas contra los romanos, murieron conscientes de su rectitud a los ojos de Dios, y esperaron en su resurrección a la vida eterna, así como esperaron también en la resurrección de sus malvados enemigos, y de los transgresores de la ley que los habían traicionado, a la vergüenza eterna. Ellos murieron por una causa justa, la causa de la justicia de Dios, conscientes de que finalmente triunfaría sobre sus enemigos. Muchos maldecían a sus enemigos hasta mientras morían. El rabí Akiba encontró en su muerte en la cruz la libertad que había anhelado, para entregarse completamente al Dios que, según la Shemá de Israel, sólo puede ser amado "con todo el corazón, toda el alma, y todas las fuerzas".
Los sabios estoicos demostraron a los tiranos sobre la arena, donde fueron despedazados por animales salvajes, su libertad interior y su superioridad. "Sin miedo y sin esperanza", como se nos contó, lo soportaron libremente, y demostraron a sus atemorizados déspotas y a las horrorizadas muchedumbres su completa falta de terror aun en su propia muerte.
Los mártires cristianos también fueron tranquilamente y con fe a su muerte. Conscientes de ser crucificados con Cristo y de recibir el bautismo de sangre, y de unirse por lo tanto con Cristo para siempre, iban a su muerte con "esperanza contra toda esperanza". Las últimas palabras de Dietrich Bonhoeffer, con las que se despidió de su compañero de prisión Payne Best mientras se dirigía al lugar de ejecución en el campo de exterminio de Flossenburg, fueron: "Este es el fin -para mí el comienzo de la vida." Como había dejado escrito en una carta, estaba cierto de "que nuestro gozo está escondido en el sufrimiento, y nuestra vida en la muerte".
Jesús murió de una manera claramente diferente. Su muerte no fue una "buena muerte". Los evangelios sinópticos coinciden en que estaba "lleno de pavor y de angustia" (Marcos 14.33 par.) y que su alma estaba triste hasta la muerte. Murió "con fuertes gritos y lágrimas", según la epístola a los hebreos (5.7). De acuerdo a Marcos 15.37, murió dando un fuerte e incoherente grito.
Debido a que, al desarrollarse la tradición cristiana, este terrible grito de Jesús agonizante fue suavizado gradualmente en las narraciones de la pasión y reemplazado por palabras de consuelo y de triunfo, podemos probablemente confiar en que constituye un núcleo de verdad histórica. Jesús murió, claramente, con todas las expresiones del más profundo horror. ¿Cómo se explica esto?
La comparación con Sócrates, y con los mártires estoicos y cristianos, muestra que hay algo de especial aquí en la muerte de Jesús. Podemos entenderlo sólo si consideramos su muerte no con respecto a su relación con los judíos y los romanos, con la ley y el poder político, sino con respecto a su relación con su Dios y Padre, cuya cercanía y benevolencia había proclamado él mismo. Aquí nos encontramos con la dimensión teológica de su vida y su muerte.
Marcos 15.34 reproduce el grito de Jesús agonizante con las palabras del Salmo 22.2: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Esta es seguramente una interpretación de la Iglesia después de Pascua, y, ciertamente, el salmo 22 entero tuvo influencia formativa sobre las narraciones cristianas de la Pasión. Pero parece próxima, a más no poder, a la realidad histórica de la muerte de Jesús. El grupo occidental de textos de Marcos 15.34 ha aguado las palabras, y dice: "Dios mío, ¿qué tienes que reprocharme?"
Lucas omite completamente estas palabras y las reemplaza por la expresión de confianza de la oración judía vespertina del salmo 31.6: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (23.46). Por lo tanto, en Lucas, los discípulos no huyen de la cruz, porque no ven que Jesús muera "abandonado por Dios" sino como un mártir ejemplar. En Juan, por diferentes razones teológicas, otra vez, leemos: "Está cumplido"(19.30), ya que para Juan la lucha de Jesús termina con su victoria y glorificación en la cruz.
Siendo como es la historia de la tradición, puede aceptarse que la difícil lectura de Marcos está tan próxima como es posible a la realidad histórica. Para completar la paradoja, en Marcos, el centurión romano responde al grito de expiración de Jesús profesando que Jesús es el Hijo de Dios: "Verdaderamente, este hombre era el Hijo de Dios" (15.39).
En las páginas que siguen, pues, partimos de la base de que Jesús murió con los signos y expresiones de un profundo abandono por Dios.
Para comprender el misterio de la muerte de Jesús, que es tan diferente de otras narraciones comparables de la muerte de grandes testimoniadores de la fe, empecemos nuevamente con el contexto de su vida y ministerio. Como ninguno antes de él en Israel, Jesús había proclamado la inminencia del reino de Dios y había demostrado entre los incurables, los rechazados y los odiados que se trataba de una inminencia benévola, no para juzgar sino para salvar.
Su propia relación con el Dios de este reino había ido más allá del marco de la tradición de la alianza de Dios con Israel, en la cual la proximidad de Dios a su pueblo estaba mediada por la alianza, la ley y Moisés. Nótese de paso que Jesús a menudo llamaba a Dios "Mi Padre", en forma exclusiva. Esta es la expresión de una relación con Dios que no está mediada por la alianza, la nación y la tradición, y que debe considerarse pues una relación directa. Esta pretensión sin paralelo de Jesús incluía el perdón de los pecados aquí en la tierra, mediante el ejercicio de su derecho divino de gracia.
Identificándose con Dios de esta manera, Jesús estaba suponiendo claramente que Dios se identificaba con él y con sus obras. Pero cualquiera que viviera y predicara tan próximo a Dios, su reino y su gracia, y asociara la decisión de fe a su propia persona, no podía concebir el ser colgado de la cruz hasta la muerte, como un maldito, como un mero infortunio, un malentendido o juicio final humano, sino que tenía que experimentarlo como un rechazo por parte de ese mismo Dios a quien se había atrevido a llamar "Mi Padre".
Cuando consideramos su sufrimiento y su muerte, sin milagros y sin ayudas, en el contexto de su predicación y de su vida, entendemos hasta qué punto su miseria clamaba al cielo: es la experiencia de ser abandonado por Dios sabiendo que Dios no está lejos sino cerca; que no juzga, sino que tiene misericordia. Y esto, en plena conciencia de que Dios está al lado con su gracia, el ser abandonado y entregado a la muerte como un rechazado, es el tormento del infierno.
Así, en el contexto de su vida, su abandono en la cruz, que expresó en su último grito, no debe ser interpretado como la prueba final de un hombre profundamente religioso en la tentación y el sufrimiento, en la línea de la cristología del martirio que desde Lucas ha presentado siempre a Jesús repetidamente como arquetipo o ejemplo de fe ante la tentación. Ni, en el contexto de su predicación, puede ser presentado su fin como un "fracaso". Los héroes como Leónidas "fracasaban" y demostraban su heroísmo con una muerte heroica. Por este motivo son admirados por la posteridad. Bultmann dice: "No podemos decir si, o cómo, Jesús halló sentido en ello (su muerte). No podemos descartar la posibilidad de que se derrumbara." Esto es ciertamente correcto desde el punto de vista histórico, pero es demasiado biográfico y psicológico en su enfoque, algo que en este preciso pasaje estaba Bultmann intentando evitar. La comprensión de la muerte de Jesús en el contexto de su vida debe ser teológica, y debe tener en cuenta al Dios para quien vivió y habló.
Jesús no vivió como una persona privada, aunque como tal fuera tomado primeramente por la concepción histórica liberal decimonónica, sino, atendiendo a las fuentes, como persona pública, en base a la cercanía de su Dios y Padre, y para el reino de Dios que viene. El esplendor de su vida y el horror de su muerte pueden ser entendidos sólo en base a aquello por lo cual y para lo cual vivió. Los dos zelotes que fueron crucificados con él pueden haberse "derrumbado" y "fracasado", pero la causa por la que habían vivido y luchado era para ellos inviolable y no podía ser destruida por ninguna muerte. Ellos podían morir con el convencimiento de que el venidero juicio del mundo los reivindicaría. Pero, como hemos mostrado, para Jesús, de acuerdo a toda su predicación, la causa para la que había vivido y trabajado estaba ligada tan estrechamente a su propia persona y vida que su muerte tenía que significar la muerte de su causa. Esto es lo que hace tan única a su muerte en la cruz.
Otros hombres, también, han sido malentendidos y llevados al desastre por la incomprensión de los hombres. Los profetas, también, han sido malditos como blasfemos por su propio pueblo. Muchos valientes han sido ejecutados por crucifixión y peores torturas. Nada de esto distingue a la muerte de Jesús de otras cruces en la historia del sufrimiento humano. Nada, hasta que entendemos su abandono por parte del Dios y Padre cuya inminencia y cercanía había proclamado de un modo único, gozoso y festivo. Así como hubo una relación única con Dios en su vida y en su predicación, así en su muerte hubo un abandono único por Dios. Esto es algo más, y algo diferente, de un "derrumbamiento" y un "fracaso".
¿Por qué murió Jesús? Murió, no sólo debido a la interpretación de la ley que hacían sus contemporáneos, o debido a la política de poder romana, sino en último término debido a su Dios y Padre. El tormento de sus tormentos fue este abandono por parte de Dios. Nos lleva a entender, en el contexto de su vida misma, lo que pasó en la cruz como algo que ocurrió entre Jesús y su Dios, entre su Padre y él. El origen de la cristología, cuyo propósito es expresar quién es Jesús en realidad, consiste entonces no en la comprensión que Jesús tenía de sí mismo, o en su conciencia mesiánica, ni en la valoración que hicieron de él sus discípulos, ni solamente en su llamada a la decisión, que podría implicar una cristología. Consiste en lo que ocurrió entre Jesús y su Dios, entre ese "Padre" y Jesús, en lo que se expresó en su predicación y en sus actos, y que fue literalmente "condenado a muerte" en su abandono al morir.
Intentemos verificar lo que ocurrió entre Jesús y su Dios en su muerte, mediante una interpretación de las palabras del salmo 22.2 que pronunció Jesus. Debemos tener en cuenta el hecho de que la Iglesia intentó interpretar el grito de muerte de Jesús con estas palabras, pero debemos considerar esta interpretación como la más fiel. Los intérpretes han entendido habitualmente el grito de Jesús en el sentido de la pregaria del salmo 22. Pero aunque ambos [Jesús y el salmo] usan las mismas palabras, no quieren decir lo mismo necesariamente, y una consideración puramente desde el punto de vista de la historia de la tradición puede fácilmente pasar esto por alto.
Así que no es correcto interpretar el grito de Jesús en el sentido del salmo 22, sino que es más adecuado interpretar aquí las palabras del salmo en el sentido de la situación de Jesús. En el salmo 22, originalmente, "Mi Dios" quiere decir el Dios de la alianza de Israel, y el "yo" que ha sido abandonado es la otra parte de la alianza, el justo sufriente. Pero en el caso de Jesús, el grito "¡Dios mío!" tiene el mismo contenido de su propio mensaje sobre el Dios que se hace cercano con su benevolencia, el mensaje que él expresaba a menudo con las palabras de intimidad: "Mi Padre".
Y la comunidad que pudo poner estas palabras del salmo en los labios de Jesús agonizante debe haberlas considerado de esta manera y haber referido el salmo a la situación de Jesús. No es ya un grito hacia el Dios de la alianza de Israel. Si hubiese sido así, los zelotes que fueron crucificados con él podrían haberle hecho eco. Él grita a "su" Dios y Padre. No habla Jesús de algún otro Dios, sino de una relación especial con Dios en comparación con las tradiciones de Israel. Asimismo, el "yo" abandonado no es ya simplemente idéntico al "yo" de un hombre justo, fiel a la alianza del Antiguo Testamento, sino que debe entenderse de una manera especial como el "yo" del Hijo.
¿Qué es lo que lamenta el salmo 22, y qué es lo que lamenta, a su vez, Jesús agonizante? La plegaria del Antiguo Testamento no está lamentando la mala suerte del propio sujeto que habla, a modo de auto-compasión, sino que clama, con las palabras del salmo, a la fidelidad de Dios, en la que cree como hombre justo que es. El salmo 22 es una apelación legal. Jesús no está clamando a la compasión de Dios por él mismo, sino por la revelación de la justicia del Dios que prometió "no abandonar a la obra de sus manos".
Abandonado por Dios, el justo ve en entredicho la propia divinidad de Dios, porque él mismo es la fidelidad y el honor de Dios en el mundo. Y por lo tanto la plegaria del salmo 22 clama a la fidelidad de Dios en interés de Dios. De modo similar, el grito de Jesús, interpretado por el salmo 22, no es de auto-compasión ni expresa una angustia personal, sino también un clamor a Dios en interés de Dios, una apelación legal. Sin embargo, a diferencia del que habla en el salmo 22, Jesús no está clamando sólo por la fidelidad del Dios de Israel a su alianza, tal como lo prometió a todo el pueblo; de un modo especial, está clamando por la fidelidad de su Padre a él mismo, el Hijo que ha representado su causa. Con las palabras "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Jesús está poniendo en tela de juicio no sólo su existencia personal, sino su existencia teológica, toda su proclamación de Dios.
Así que, en último término, en su rechazo, la divinidad de su Dios y la paternidad de su Padre, que Jesús había aproximado a los hombres, estaban en entredicho. Desde este punto de vista, en la cruz no estaba agonizando sólo Jesús, sino también Aquel para quien vivió y habló: su Padre. En las palabras del salmo 22, Jesús clama respecto de su propio ser en su relación particular de vida y predicación con el Padre. Si tomamos esto como punto de partida, entonces en la muerte de Jesús hay algo más en juego que la relación de alianza de Yahvé con la justicia de su pueblo Israel. En la muerte de Jesús está en juego la divinidad de su Dios y Padre.
Jesús está pues clamando por la divinidad y fidelidad de su Padre, en contra de su rechazo y de la no-divinidad de su Padre. Esto puede ponerse en forma exagerada: el grito de Jesús, en las palabras del salmo 22, no sólo significa: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" sino también: "Dios mío, ¿por qué te has abandonado a ti mismo?" En el contexto teológico de lo que predicó y vivió, la unión de Jesús y Dios debe enfatizarse así, con esa fuerza.
Si no fuera así, entonces el salmo 22 en labios de Jesús meramente mostraría que, después de todos sus conflictos con los fariseos y los zelotes respecto del sentido de la Ley, Jesús había retornado, en su muerte, al Dios de los padres. Pero esto significaría el fin de su novedoso mensaje y la liquidación de su misión especial. Nada se gana, pues, con enfatizar, en las palabras del salmo que Jesús recitó al morir, primero el rechazo y luego la confianza de la expresión "Dios mío", para continuar con la afirmación de que, en su extrema desesperación, Jesús se encomendó en brazos de Dios. Este es, por supuesto, el caso de la figura del Antiguo Testamento que pronuncia la plegaria del salmo 22; y para imitarlo y morir en "desesperación confortada" no hay necesidad del relato de la pasión de Jesús. En el contexto teológico de su vida y su predicación, el tema de su muerte no es el de la paradoja de la confianza en Dios en el abandono por Dios, en general, sino por encima de todo el de la divinidad de su Dios y su Padre.
El rechazo expresado en su grito de muerte, y adecuadamente interpretado por las palabras del salmo 22, debe pues entenderse estrictamente como algo que ocurrió entre Jesús y su Padre, y en la otra dirección: entre su Padre y Jesús, el Hijo -esto es, como algo que ocurrió entre Dios y Dios.
El abandono en la cruz, que separa al Hijo del Padre, es algo que ocurre dentro de Dios mismo; es stasis dentro de Dios -"Dios contra Dios"- especialmente si queremos mantener que Jesús dio testimonio y vivió de la verdad de Dios. No debemos permitirnos pasar por alto esta "enemistad" entre Dios y Dios al no tomar en serio el rechazo de Jesús por Dios, el evangelio de Dios que él vivió, o su último grito hacia Dios sobre la cuz.
Como "blasfemo", Jesús fue rechazado por los guardianes de la Ley de su pueblo. Como "rebelde", fue crucificado por los romanos. Pero finalmente, y más profundamente, murió rechazado por su Dios y Padre. Esta es la dimensión más importante, en el contexto teológico de su vida. Solamente esto es lo que distingue a su cruz de las muchas cruces de personas olvidadas y anónimas de la historia del mundo. En su conflicto con la Ley era posible hablar de un "malentendido" por parte de los judíos. En el conflicto político de su crucifixión como rebelde es habitual hablar de un "malentendido" por parte de los romanos. Pero, ¿es posible hablar de un "malentendido" en el contexto teológico de su abandono por Dios? Si es así, entonces, o bien Jesús debió malentender a Dios en su predicación, o Dios debió malentender a Jesús en el fin de su vida. Pero, en vista de su mensaje sobre Dios, su abandono en la cruz no puede ser interpretado como un malentendido a menos que Jesús sea presentado como un mentiroso, o Dios como no-Dios.
La teología de la cruz debe hacerse cargo y sacar conclusiones de esta tercera dimensión de la muerte de Jesús en abandono por Dios. Si, abandonado por su Dios y Padre, fue elevado a "la gloria del Padre", entonces la fe escatológica en la cruz de Jesucristo debe reconocer el juicio teológico entre Dios y Dios. La cruz del Hijo divide a Dios de Dios hasta el más alto grado de enemistad y distinción. La resurrección del Hijo abandonado por Dios une a Dios con Dios en la más íntima relación. ¿Cómo debe concebirse esta relación pascual de Dios con Dios en la cruz del viernes santo? Comprender a Dios en Jesús crucificado, abandonado por Dios, requiere de "una revolución en el concepto de Dios": Nemo contra Deum nisi Deus ipse [Goethe: Nadie contra Dios salvo Dios mismo]. Aquí el concepto cristiano de Dios mismo supone una revolución en un sentido completamente diferente de la revolución que escandalizaba a los fariseos y a los sacerdotes acerca de Jesús, y que los romanos suprimieron ejecutándolo.
Hay dos tradiciones de la teología cristiana que han tenido en cuenta esta "revolución" en el concepto cristiano de Dios: el desarrollo de la doctrina de la Trinidad y la elaboración de la teología de la cruz. Pero, además de estos intentos, toda teología que pretende ser cristiana debe dar cuenta del grito de Jesús en la cruz. Básicamente, toda teología cristiana está, consciente o inconscientemente, respondiendo a la pregunta: "¿Por qué me has abandonado?", cuando sus doctrinas de salvación dicen "por esta razón" o "por esa razón". Frente al grito de muerte de Jesús hacia Dios, la teología o bien se vuelve imposible o bien se hace posible sólo como teología específicamente cristiana.
La teología cristiana no puede dar cuenta del grito de su propia época y estar al mismo tiempo siempre del lado de los gobernantes de este mundo. Sino que debe tener en cuenta el grito de los desdichados, por Dios y por la libertad, desde las profundidades de los sufrimientos de esta época. Compartiendo los sufrimientos de este tiempo, la teología cristiana es teología verdaderamente contemporánea. El que sea o no así depende menos de la apertura al mundo de los teólogos y sus teorías, y más de si ellos han tenido en cuenta, sinceramente y sin reservas, el grito de muerte de Jesús por Dios.
Medidos por los estándares del grito de Jesús por Dios, los sistemas teológicos colapsan en seguida debido a su inadecuación. ¿Cómo puede la teología cristiana hablar de Dios en absoluto frente al abandono de Jesús por Dios? ¿Cómo puede la teología cristiana no hablar de Dios frente al grito de Jesús por Dios en la cruz?
En el contexto del evangelio de Dios en que vivió, la vida de Jesús termina con una pregunta abierta acerca de Dios. En el contexto de la resurrección y de la fe escatológica debe haber una vuelta a este abandono de Jesús por Dios, y debe recapitularse el juicio que tiene lugar entre Dios y Dios.
CAPÍTULO 5: EL JUICIO ESCATOLÓGICO DE JESUCRISTO
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2. La resurrección de Jesús de entre los muertos
Debemos preguntarnos primero lo que dice la fe pascual y lo que no dice, y empezar por la situación de los testigos oculares. Jesús fue crucificado en público. Pero al principio sólo sus discípulos supieron de su resurrección por Dios mediante las "apariciones de Jesús". Después de esto, ellos volvieron a hablar en público de Jesús como Cristo. ¿Qué les había pasado, según su propia explicación?
La fe pascual surgió entre aquellos que conocieron a Jesús, que habían ido con él y que habían experimentado su crucifixión en humana indefensión y abandono por parte de Dios. Surgió primero entre aquellos que habían huido, sin excepción, del lugar en que fue crucificado, y cuya fe en Jesús había resultado refutada por este terrible acto.
La situación de los testigos pascuales estaba pues determinada por:
1. La predicación de Jesús y su discipulado;
2. La crucifixión de Jesús, que destrozó su fe;
3. Los temas y símbolos de la expectación apocalíptica general del judaísmo de su época, bajo la dominación romana.
Esta secuencia debe tenerse en cuenta, porque la fe pascual no se derivó directamente de la disposición general apocalíptica del judaísmo de ese tiempo. La fe pascual recibió su carácter cristiano primariamente de la proclamación de Jesús de la justicia del reino de Dios que venía a traer gracia, lo que ya representaba un cambio respecto del patrón apocalíptico de justicia. Esta fe fue determinada también por la muerte de Jesús como un "ilegal", un "rebelde" y un "abandonado por Dios". Entre la fe escatológica pascual y las variadas formas de la apocalíptica judía tardía se levantaba el propio Jesús y su cruz. Si las primeras formas entusiásticas de fe cristiana en la resurrección no siempre tuvieron conciencia clara de este hecho, cuanto más pasa el tiempo, menos puede ser ello ignorado.
¿Cómo vieron los testigos oculares a Cristo resucitado? En el kerygma [proclamación] pascual, la fe pascual está fundada constantemente en una "visión". ¿Cuál era la naturaleza de esta visión? La expresión ùöèç, que ya aparece en la tradición pre-paulina, es presumiblemente la más antigua. Puede significar que Cristo fue visto; puede también significar que Cristo apareció y se mostró. Finalmente, siguiendo la perífrasis pasiva del nombre divino que se encuentra en el judaísmo, puede también significar que Dios lo mostró. En ese caso, es una fórmula de revelación, tal como aparece también en las teofanías del Antiguo Testamento.
La acción corresponde a quien aparece o a quien hace aparecer a alguien. El hombre afectado por la aparición es pasivo. Experimenta la aparición de Dios en su conocimiento de Dios. Es la visión de algo que es dado a ver a alguien. No es, por lo tanto, la visión de algo que está siempre ahí. Ni es una visión que pueda ser repetida y pueda ser verificada porque puede ser repetida.
En Gálatas 1.15, Pablo asocia esta "aparición" y "visión" a la expresión áðïêáëõøéò. Si el grupo de palabras relativas a `aparición' y `visión' se asocia con este grupo de palabras conectadas con `revelación', obtenemos un significado muy preciso: Dios está desvelando algo que está oculto al conocimiento de la era actual del mundo. Está revelando algo que no puede ser conocido por el modo de conocimiento propio del tiempo presente. Son los "misterios del fin de los tiempos", es decir el futuro de Dios y la justicia de su reino, que están actualmente ocultos y no pueden ser conocidos en las condiciones de la era presente. La presente era de injusticia no puede tolerar la justicia de Dios, y por eso la justicia de Dios trae consigo una nueva era. Esto se manifiesta sólo al final del mundo injusto, como fundamento del mundo nuevo. Así que también Dios mismo se revelará en su gloria sólo al final de la era vieja y al comienzo de la nueva.
Pero en la historia del mundo injusto hay ya revelaciones anticipatorias de su futuro. Esta es una antigua tradición profética y apocalíptica: "Ciertamente, el Señor Dios no hace nada sin revelar su secreto a sus siervos los profetas" (Amós 3.7). "Porque, así como respecto de todo lo sucedido en el mundo el comienzo es oscuro pero el final es manifiesto, así también son los tiempos del Altísimo: los comienzos son visibles en portentos y signos secretos, y el final en efectos y maravillas" (IV Ezra 9.5). Las revelaciones anticipatorias del futuro de Dios en el Antiguo Testamento están constantemente asociadas con vocaciones proféticas y misiones de profetas en el mundo. Incluso Pablo entendió la aparición de Cristo resucitado que él experimentó, como su vocación al apostolado, según el patrón de las vocaciones proféticas.
Pero eso significa que, desde el punto de vista de los implicados, las apariciones de Cristo resucitado tenían el carácter de visiones anticipatorias, y estaban ligadas a una vocación de servicio especial al que ha de venir, en el mundo transitorio. No eran pues transportes místicos al más allá, ni iluminaciones interiores, sino una percepción anticipada del semblante de Cristo crucificado del Dios que ha de venir, una forma de participación en el venidero cambio del mundo por la gloria de Dios. Las visiones pascuales tenían dos aspectos:
Los testigos oculares 1. Gustaron anticipadamente la gloria venidera del reino de Dios en la forma de Jesús, y
2. Reconocieron a Jesús por las marcas de la crucifixión.
Así que podemos decir que las visiones fueron una reunión en la anticipación y una anticipación en la reunión. Los discípulos vieron a Jesús en la gloria del Dios venidero y la gloria del Dios venidero en Jesús. Fue un proceso recíproco de identificación.
Este carácter de las visiones pascuales explica el regreso de los discípulos desde Galilea a Jerusalén, "aunque cualquier otro lugar proporcionaba claramente una mejor protección a los seguidores del Nazareno crucificado". Tenían que aguardar el reino de Cristo crucificado, cuya anticipación habían visto, en Jerusalén, porque en primer término había sido crucificado allí; y en segundo término, según la tradición apocalíptica Jerusalén era el lugar donde el esperado Mesías o Hijo del Hombre aparecería. Cuando llegaron a Jerusalén habrán encontrado allí historias acerca de la tumba vacía, y las habrán aceptado como confirmación de la nueva fe escatológica en Jesús que ellos traían.
De acuerdo a este análisis de las apariciones y visiones pascuales, el significado original de la fe pascual consiste en que los testigos oculares percibieron al Jesús terrenal y crucificado, del pasado, en la gloria de la venida de Dios, y sacaron conclusiones de ello en su experiencia de vocación y misión. En ese caso debe afirmarse que Jesús fue resucitado en el futuro de Dios y fue visto y creído como la representación presente de este futuro, de la nueva humanidad libre y la nueva creación. En ese caso, Él no fue elevado al cielo y, en ese sentido, eternalizado o divinizado. Ni fue resucitado en el kerygma o en la fe, porque ambos, kerygma y fe, son entendidos escatológicamente como promesa y esperanza de lo que ha de venir. Jesús "resucitó en el juicio final de Dios" del cual dan testimonio el kerygma y la fe.
Ahora, cuando se ve en términos de la esperanza que esparce su luz hacia atrás, se comprende que la gloria del Dios venidero se ha manifestado en el abandono y la vergüenza de Jesús crucificado. Ya ha sucedido el juicio final en su ejecución. La entrega de Jesús a los hombres, y la actitud de éstos hacia él, son decisivas para el juicio final. Su perdón de los pecados es la ley de la gracia de Dios. El Dios venidero se ha encarnado en Jesús de Nazaret. El futuro de la cualitativamente nueva creación ha empezado ya, mediante la historia del sufrimiento de Jesús, en la historia del mundo abandonado. El juicio ha sido anticipado y, por su muerte, ha sido ya decidido en favor del acusado.
Si, como implica la visión pascual, Dios se ha identificado a sí mismo, a su juicio y a su reino, con Jesús crucificado, su cruz y su abandono, entonces, a la inversa, la resurrección de Jesús crucificado a la gloria de Dios contiene en sí misma el proceso de la encarnación del Dios venidero y de su gloria en Jesús crucificado. Cuando Juan insiste en que Jesús fue glorificado en la cruz, implica inversamente que la gloria de Dios fue crucificada en él, y así hecha manifiesta en este mundo injusto. La creencia cristiana en la resurrección es el fundamento, no sólo de la trascendencia, sino también de la inmanencia de esta fe, porque ve al Dios trascendente hecho inmanente en Jesús, e inversamente, al inmanente Jesús hecho trascendente en Dios.
Ahora nos ocuparemos de lo que no dice la fe pacual. Ningún testigo reclama haber visto lo que pasó entre el viernes santo y la pascua. No hubo testigos oculares del proceso de resurrección de Jesús de la tumba. Pero en tal caso, ¿por qué hablaron de su "resurrección", y no, digamos, de su elevación o eternalización? Si la "visión" de Jesús después de muerto tuvo carácter de anticipación, en el sentido de visión anticipatoria de su futuro en el Dios venidero, se hace comprensible el por qué hablaron de su "resurrección de entre los muertos" y adoptaron este símbolo apocalíptico para esta nueva acción creadora de Dios. Es un símbolo para el "fin de la historia" de injusticia, maldad, muerte y abandono por Dios, y para el comienzo del nuevo mundo de la justicia de Dios.
¿Es apropiado este símbolo para el tema al que se aplica?
"Resurrección de los muertos", en primer lugar, excluye cualquier idea de revivificación de Jesús muerto, que pudiese haber revertido el proceso de su muerte. La fe pascual nunca puede significar que Jesús muerto haya vuelto a esta vida, que conduce a la muerte. Si así fuera, entonces se habría esperado que muriera otra vez, como Lázaro, quien según Juan 11 fue resucitado por Cristo, aunque su cadáver ya hedía, y quien murió más tarde otra vez. El símbolo de "resurrección de entre los muertos" significa una vida cualitativamente nueva, que ya no conoce más la muerte, y que por lo tanto no puede ser una continuación de esta vida mortal. "Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más", dice Pablo (Romanos 6.9). Resurrección quiere decir "vida de entre los muertos" (Rom. 9.15), y está intrínsecamente conectada con la aniquilación del poder de la muerte.
Por otra parte, "resurrección de los muertos" excluye cualquier idea de "una vida después de la muerte", de la que hablan muchas religiones, ya sea la idea de la inmortalidad del alma o la idea de la transmigración de las almas. La vida resucitada no es una vida adicional posterior a la muerte, en alma o en espíritu, en la descendencia o en la fama; significa la aniquilación de la muerte por la victoria de una vida nueva y eterna (I Corintios 15.55). La noción de "vida después de la muerte" puede coexistir pacíficamente con la experiencia de que esta vida es una "vida hacia la muerte". Pero la "resurrección de los muertos", entendida como una esperanza presente en medio del "cuerpo de muerte", contradice los ásperos hechos de la vida que apuntan en la dirección opuesta, y no puede dejar en paz a la muerte ni a los muertos, porque simboliza el futuro de los muertos. Así que la expresión "resurrección de los muertos", que parecía seguir de las visiones pascuales, no niega la fatalidad de la muerte, sea ésta la muerte de Jesús en la cruz o la muerte en general, con la ayuda de ideas acerca de una vida después de la muerte, de alguna manera o forma. Ni reduce el elemento de novedad percibido por los discípulos en Jesús a una dimensión del Jesús terrenal, como la continuidad de la influencia de su causa o espíritu, o a una dimensión de fe de sus discípulos, como sería su anhelo de propia justificación a pesar de la frustración de la cruz, o su deseo de esperanza para su pasado crucificado.
Es, pues, apropiado para ambas experiencias -la experiencia de su muerte en la cruz y la experiencia de sus apariciones a la luz de la venidera gloria de Dios. Pero, ¿puede seguir siendo utilizado en el cristianismo, una vez que el mundo del pensamiento apocalíptico judío se ha desvanecido en el pasado remoto y se ha vuelto incomprensible? El símbolo de la resurrección de los muertos viene de la apocalíptica judía y fue un firme ingrediente de las expectaciones judías de muchos grupos del tiempo de Jesús. ¿Qué transmite este símbolo en ese contexto, y qué dice en el contexto cristiano?
Al final de los días Dios levantará a los muertos, y al hacer esto demostrará su poder sobre el poder de la muerte. El final del mundo y el comienzo de la nueva creación alborean en la resurrección universal de los muertos. Ahora bien, la proclamación de los testigos pascuales, de que Dios ha "levantado" a este Jesús "de entre los muertos", apunta nada menos que a la afirmación de que este futuro del mundo nuevo de la justicia y la presencia de Dios ha alboreado ya en esta única persona, en medio de nuestra historia de muerte. Todo aquel que oye y cree esto, troca una expectación remota de un futuro incierto por una esperanza cierta de un futuro cercano en Dios, que ha alboreado ya en esa única persona.
Mientras que la apocalíptica judía dice que los hombres deberían esperar en "la resurrección de los muertos", la fe pascual dice que los hombres deberían creer en "la resurrección de Jesús de entre los muertos". Esto es ya una importante alteración del símbolo mismo de la resurrección de los muertos. La alteración afirma que este único hombre ha sido resucitado antes que todos los demás y que con él se ha puesto en movimiento el proceso de la resurrección de los muertos, hasta el punto de que este mundo de muerte y el mundo de vida venidero ya no se oponen más como dos períodos diferentes.
Los creyentes ya no viven en este irredento mundo de muerte. En ese único hombre, el futuro del mundo nuevo de vida ha obtenido ya el poder sobre este irredento mundo de muerte, y lo ha condenado a ser un mundo pasajero. Por eso, con la fe en Jesús resucitado, los hombres viven ya, en medio del pasajero mundo de muerte, de los poderes del nuevo mundo de vida que ha alboreado en ellos. Ya hay verdadera vida en medio de la falsa vida, aunque sólo en comunión con aquel que fue crucificado por esa falsa vida.
"El futuro ya ha comenzado". La resurrección de Jesús ya hace posible lo imposible, esto es, la reconciliación en medio de la contienda, la ley de misericordia en medio del juicio, y el amor creador en medio del legalismo. Exactamente como proclamó Jesús, "el reino de Dios está muy cerca", así, sobre la base de su resurrección de entre los muertos, de forma similar la Iglesia primitiva proclamaba: "El día (de Dios) se avecina" (Romanos 13.12) y "el fin de todas las cosas está cercano" (I Pedro 4.7). De modo que la "noche" de la falsa vida y de la injusticia y del "mundo irredento", está "consumida".
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