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Meyerson
III.G._ Sobre Meyerson - Historia de la filosofía de Copleston.
(Émile) Meyerson (1859-1933) se opone con vigor a una concepción positivista de la ciencia que la restrinja a interesarse simplemente por la predicción y el control o la acción. Según el positivista, la ciencia formula leyes que representan las relaciones entre los fenómenos o apariencias sensibles, leyes que nos capacitan para predecir y nos sirven para así actuar y controlar los fenómenos. Por supuesto que Meyerson no quiere negar que la ciencia nos capacita de hecho para predecir y amplía nuestra área de control, pero se niega a admitir que éste sea el fin primario o el ideal operativo de la ciencia. No es exacto decir que la ciencia tiene por único fin la acción, ni que solamente la gobierna el deseo de economía en esta acción. La ciencia trata también de hacernos 'entender' la naturaleza. Tiende, de hecho, como dice Le Roy, a la "progresiva racionalización de lo real". La ciencia se basa en el presupuesto de que la realidad es inteligible, y confía en que esta inteligibilidad se irá haciendo cada vez más manifiesta. La tendencia de nuestra mente a comprender está en la base de toda investigación y búsqueda científica. Por eso es un error seguir a Francis Bacon, Hobbes y Comte definiendo la meta de la ciencia simplemente en términos de predicción con miras a la acción. "En el fondo, la teoría positivista está basada en un palpable error psicológico".
Si la ciencia estriba en el presupuesto de que la naturaleza es inteligible e intenta descubrir este carácter suyo inteligible, no podemos mantener legítimamente que las hipótesis y teorías científicas sean simples construcciones intelectuales carentes de peso ontológico. "La ontología va a una con la ciencia misma y no puede ser separada de ella". Suena muy bien todo eso de que hay que despojar a la ciencia de ontologías y metafísicas; pero el hecho es que hasta esa misma pretensión implica una metafísica o teoría acerca del ser. En particular, la ciencia no puede prescindir del concepto de cosas o substancias. Por mucho que el positivista asegure que la ciencia sólo se ocupa de formular leyes y que el concepto de cosas o substancias que sean independientes de la mente puede ser echado por la borda, lo cierto es que la idea misma de ley, en cuanto que expresa relaciones, presupone la idea de cosas relacionadas. Y si se objeta que el concepto de cosas existentes independientemente de la conciencia pertenece a la esfera del ingenuo sentido común y debe ser abandonado si queremos ponernos al nivel de la ciencia, puede replicarse que "los seres hipotéticos de la ciencia son, en realidad, más 'cosas' que las cosas del sentido común". Es decir, los átomos o los electrones, por ejemplo, no son objetos directos de los sentidos, no son datos sensibles. Y, sin embargo, ejemplifican el concepto de cosa (como algo que existe independientemente de la sensación) con mayor claridad que los objetos que sentimos y percibimos al nivel del sentido común. La ciencia tiene su punto de partida en el mundo del sentido común, y cuando transforma o abandona los conceptos del sentido común, "lo que adopta es tan ontológico como lo que abandona". De acuerdo con Meyerson, quienes piensan de otro modo es porque no comprenden la naturaleza de la ciencia en su funcionamiento, en su actual realidad; y esos mismos producen teorías sobre la ciencia que están llenas de implicaciones ontológicas, de las que ellos no parecen percatarse en absoluto. La idea positivista de separar a la ciencia de toda ontología "no es apropiada ni para la ciencia de hoy ni para la que la humanidad ha conocido en cualquiera de las épocas de su desarrollo".
Se ha hecho referencia al sentido común. Una de las convicciones más firmes de Meyerson es la de que la ciencia es "sólo una prolongación del sentido común". De ordinario suponemos que nuestra percepción de los objetos es algo simple y primitivo. Si analizamos la percepción, llegamos por último a estados de conciencia o a sensaciones. Para construir una percepción a partir de los datos objetivos primitivos, tenemos que introducir la memoria. De lo contrario, no podríamos explicar nuestra confianza en que seguiremos teniendo posibilidades de sensación. Pero en la construcción del mundo del sentido común vamos todavía más lejos. Empleamos, aunque desde luego no explícitamente o con reflexión consciente, el principio de causalidad para construir el concepto de objetos físicos permanentes. Así que el sentido común está todo él transido de ontología o metafísica. Explicamos nuestras sensaciones diciendo que son causas de las mismas los objetos físicos. Al nivel del sentido común hipostasiamos nuestras sensaciones tanto como podemos, atribuyendo, por ejemplo, olores y otras cualidades a los objetos, mientras que la ciencia transforma los objetos. Pero la ciencia tiene su punto de partida en el sentido común y prolonga nuestro uso del principio de causa. Las entidades postuladas por el científico podrán diferir de las del sentido común, pero a la física le es tan imposible como al sentido común prescindir del concepto de cosas o substancias y de la explicación causal. El concepto de ley, estableciendo relaciones entre los fenómenos, no es suficiente de por sí.
Dado este punto de vista, compréndese que insista Meyerson en que la ciencia es explicativa y no simplemente descriptiva. Por mucho que Comte y otros hayan intentado arrojar fuera de la ciencia la explicación y las teorías explicativas, la verdad es que "la existencia de la ciencia explicativa es un 'hecho'", un hecho que no puede ser pasado por alto por muy ingeniosas consideraciones que se hagan sobre aquello en que el científico se ocupa. Un fenómeno es explicado en tanto en cuanto se lo deduce de antecedentes que pueden ser descritos como la causa de ese fenómeno, o, para emplear la terminología leibniziana, como su razón suficiente, es decir, suficiente para producir el fenómeno en cuestión. "Puede definirse la causa como el punto de partida de una deducción, cuyo punto de llegada es el fenómeno". Verdad es, sigue diciendo Meyerson, que en la ciencia no hallamos en realidad deducciones que correspondan del todo a un concepto abstracto de lo que debiera ser la explicación deductiva. Pero aunque esto muestra que en la ciencia, como en otros campos, el hombre persigue un fin que trasciende su capacidad, no muestra que su búsqueda y prosecución no existan. La tendencia a explicar los fenómenos implica el presupuesto de que la realidad es inteligible o racional. El intento de entender la realidad tropieza con resistencias, bajo la forma de lo irracional, de lo que no puede hacerse plenamente inteligible. Mas esto en nada afecta al hecho innegable de que la ciencia aspira a la explicación.
Está claro que Meyerson asemeja la relación causal a la de implicación lógica. Ciertamente, ve la explicación causal como un proceso de identificación. En tanto en cuanto se explica un fenómeno deduciéndolo de sus antecedentes, se lo identifica con estos antecedentes. "El principio de causalidad es simplemente el principio de identidad aplicado a la existencia de objetos en el tiempo". Que la mente busca la persistencia a través del movimiento y del tiempo se puede ver, por ejemplo, en su formulación de principios como los de la inercia, la conservación de la materia y la conservación de la energía. Pero, llevada al límite, la demanda de explicación causal es una demanda de identificación de la causa y el efecto hasta tal punto que los dos coincidan, que el tiempo quede eliminado y nada suceda. En otras palabras, la razón anhela un mundo eleático, "un universo eternamente inmutable", un universo en el que, paradójicamente, no haya causalidad y nunca suceda nada. Como concepto límite, el mundo que satisficiera planamente tal anhelo de identificación sería un mundo del que habrían sido eliminados los diferentes cuerpos por reducción de los mismos al espacio, o sea, a la no-entidad. Pues lo que no actúa ni es causa de cosa alguna es como si no fuese.
Naturalmente que Meyerson no se ha despedido por completo de sus sentidos. No cree, de hecho, que la ciencia vaya a llevar nunca al acosmismo como conclusión definitiva. Ciertamente a Meyerson se le conoce como filósofo de la ciencia, pero es ante todo un epistemólogo, en cuanto que lo que le interesa es desarrollar una crítica de la razón. Quiere descubrir los principios que rigen el pensamiento humano. Y para llevar a cabo esta tarea no recurre a la introspección ni a una reflexión 'a priori', sino a "un análisis 'a posteriori' del pensamiento expreso". Dicho de otro modo, examina los productos del pensamiento. Y su atención se centra, principal aunque no exclusivamente, en la ciencia física. En este campo encuentra que la mente aspira a entender los fenómenos a través de la explicación causal; que el principio de causalidad, en su forma pura, por así decirlo, es el principio de identidad aplicado a objetos que están en el tiempo, y que a lo que la razón tiende 'a priori' es, más bien, a la identificación. En su actividad, la mente se gobierna por el principio de identidad. Meyerson pasa después a mostrar qué tipo de universo satisfaría, en su opinión, este anhelo de identificación, si el mismo pudiese proceder incontrastado y sin tropezar con ninguna resistencia. De hecho, empero, no procede incontrastado, y encuentra resistencias: No podemos superar la irreversibilidad del tiempo ni la realidad del devenir o cambio. "La identidad es el eterno entramado de nuestra mente"; pero la ciencia viene a estar cada vez más dominada por elementos empíricos que militan contra la voluntad de identificación. El universo, tal como nos lo presenta la ciencia, no es, pues, un universo parmenídeo. Éste sigue siendo un concepto límite, un fin o proyecto innato de la mente, su tendencia 'a priori' a la identificación, supuesto que no encuentre resistencia.
La cuestión quizá pueda expresarse de esta forma: Digan lo que dijeren los positivistas, la ciencia es explicativa. La ciencia ejemplifica un afán de entender por medio de la explicación causal, un afán que pertenece a la mente humana como tal y que se halla ya presente y es operativo al nivel del sentido común. Este enfoque presupone que la realidad es inteligible o racional. Y como, según Meyerson, la busca de explicación causal está regida por el principio de identidad, si la realidad fuese completamente racional sería un ser idéntico consigo mismo, causa de sí mismo o 'causa sui'. Pero el ser completamente idéntico consigo mismo sería equivalente al no-ser. La ciencia no puede llegar a una 'causa sui'. Y, en todo caso, la realidad no es enteramente racional en el sentido mencionado. Con la ciencia moderna nos hemos ido percatando cada vez más de la irreversibilidad del tiempo y de la emergencia de novedades. La realidad, tal como es construida por la ciencia, no encaja del todo en el esquema del racionalismo. De lo cual no se sigue que la ciencia no sea explicativa. Es decir, la ciencia entraña siempre la tendencia a entender por medio de la explicación causal. Pero nunca puede hallar un lugar de reposo definitivo. "Lo irracional", en el sentido de lo imprevisto e imprevisible, irrumpe por doquier, como en la física cuántica. El comportamiento de los seres vivos no puede deducirse simplemente de lo que sabemos del modo de proceder de los cuerpos inorgánicos. Y aun cuando lleguen a explicarse algunos fenómenos aparentemente irracionales, no hay garantía ninguna de que el científico no tenga que vérselas con otros nuevos, ni de que nuevas teorías no vayan a suplantar o a modificar profundamente las de sus predecesores. Hemos tenido un Einstein. Puede que haya otros. "Jamás seremos capaces realmente de 'deducir' la naturaleza. [...] Siempre tendremos necesidad de nuevas experiencias y éstas originarán siempre nuevos problemas, harán estallar (éclater) --para decirlo con Duhem-- nuevas contradicciones entre nuestras teorías y nuestras observaciones". El anhelo o impulso de la razón sigue siendo el mismo. "Todo el mundo, siempre y en todas las circunstancias, ha razonado y razona todavía de un modo esencialmente invariable". Pero la razón no puede alcanzar su meta ideal. Tiene que adaptarse a la realidad empírica. Y la ciencia, tal como existe, ejemplifica la dialéctica entre el impulso de la razón, que postula el carácter completamente racional de la realidad, y los obstáculos con que constantemente tropieza.
Meyerson se interesó por los sistemas filosóficos y aplicó sus ideas, por ejemplo, a la filosofía de la naturaleza de Hegel.Trató Hegel de someter lo que él consideraba lo irracional al dominio de la razón. Y legítimamente no podemos objetar nada a su intento de entender y explicar. Pues "la razón ha de tender a someter a su dominio todo lo que no procede de ella; tal es su función propia, ya que esto es lo que llamamos 'razonar'. Más aún, hemos visto, en nuestro libro precedente, que la ciencia explicativa no es otra cosa que una operación que se prosigue de acuerdo enteramente con este ideal". Sin embargo, el hecho es que a la realidad no se la puede forzar ni someter tanto como se lo figuran quienes construyen sistemas deductivos omnicomprensivos. Éstos fracasan todos inevitablemente. Y su fracaso constituye una buena prueba de que lo "irracional" no puede ser totalmente dominado por la razón deductiva.
Evidentemente, en cierto sentido Meyerson simpatiza sin reservas con el ideal matemático-deductivo del conocimiento. Es lo que, en su opinión, la razón se esfuerza por alcanzar y por lo que siempre se seguirá esforzando. Pero la naturaleza existe independientemente de nosotros, aunque sólo llegue a ser conocida mediante nuestras sensaciones, a través de las apariencias sensibles de las cosas. Nosotros no podemos reconstruir simplemente la naturaleza a base de deducción. Hemos de recurrir a la experiencia. Los caminos de la naturaleza difieren seguramente de los de la pura razón. Y esto pone límites a nuestra potencia de dominio conceptual.
El filósofo que produce un sistema deductivo omniabarcador trata de someter completamente la naturaleza a las demandas de la razón. Pero la naturaleza es refractaria a ello y se toma su venganza. De ahí que la ciencia, tal como existe en realidad, haya de ser a la vez deductiva y empírica. Avanza, ciertamente, en el proceso de comprensión; pero siempre ha de estar preparada para las sorpresas y las sacudidas, y dispuesta a revisar sus teorías. La razón busca y persigue una meta ideal, que es puesta por la esencia o naturaleza de la razón. Pero la llegada a esa meta límite de la aspiración es algo que se aleja incesantemente. En un sentido, la razón padece frustración. Pero en otro sentido, no. Pues si se alcanzase del todo la meta, no habría ya ciencia.
Según Meyerson, como acabamos de ver, la razón, regida en su funcionamiento por el principio de identidad, busca un Uno parmenídeo, una 'causa sui' en la que, superada la diversidad, se realice la perfecta identidad de la razón consigo misma. Cierto que esta meta límite nunca será alcanzada. Pues los estallidos de la novedad y de lo imprevisible impiden a la razón llegar a un reposo definitivo. Pero permanece el límite ideal, el de una explicación completa de todos los eventos o fenómenos para la identificación de su causa última. En lenguaje kantiano, este límite ideal es una idea reguladora de la razón.
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