Divinidad
¿Era Jesús divino? El descubrimiento de los primeros cristianos. - Mark D. Roberts
"Estoy de acuerdo con que Jesús fue un gran maestro e incluso hasta un revelador celestial", me dijo alguien, "pero no del todo con esa noción de que Jesús sea Dios. Esto me resulta difícil de aceptar." ¿Le suena? ¿Lo ha escuchado alguna vez? ¿Tal vez lo ha dicho Ud. mismo?
Efectivamente, la divinidad de Jesús no es una de las creencias cristianas más fáciles de aceptar, aunque es una de las más centrales. Y, podría añadir, una de las más controvertidas. Si decimos que Jesús fue solamente un inspirado maestro humano, uno que señaló el camino (o un camino) hacia Dios, esto calza perfectamente en nuestro medio religioso contemporáneo. Pero si los cristianos claman que Jesús no fue meramente un profeta humano, sino además, de alguna manera, el único verdadero Dios encarnado, entonces esto pone al cristianismo aparte de las otras religiones. Esto implica que Cristo no es meramente uno de los caminos posibles hacia Dios, sino el único camino auténtico. En nuestro mundo actual, esta pretensión parece arrogante y dura, si no anticuada.
Los partidarios del movimiento New Age parecen no tener, a primera vista, problemas con la divinidad de Jesús, porque ellos creen que todas las personas son, en algún sentido, divinas. Como los gnósticos del pasado, los new agers afirman que una chispa de lo divino habita en cada persona, y que experimentaremos la vida más plenamente si nos percatamos de que todos somos divinos en cierta medida. Desde esta perspectiva, la divinidad de Jesús no parece plantear un problema, ya que, a fin de cuentas, todo el mundo es divino. ¿Que Jesús es el Hijo de Dios? -No hay problema, porque todos somos hijos e hijas de Dios.
Pero la ortodoxia cristiana ha afirmado siempre, no que Jesús sea divino de una manera común a todo el mundo, sino de una manera única. Jesús no tuvo simplemente algunos elementos de lo divino implantados dentro de él. Más bien, él fue la encarnación única y perfecta del único verdadero Dios. Estén los new agers acertados o no en su creencia acerca de la chispa divina en los seres humanos, lo que se afirma respecto de Jesús es radicalmente diferente a esta creencia, aun si resultara verdadera.
Una pregunta que la gente suele plantear, en relación con la divinidad de Jesús, es: "¿De dónde vino esta idea?" O, para ponerla de otro modo: "¿Por qué los discípulos de Jesús empezaron a pensar que él era, no sólo un maestro y salvador humano, sino Dios encarnado?" Es una pregunta crucial, que los cristianos deberían ser capaces de responder. En esta serie de blogs intentaré responder a esta pregunta examinando los registros históricos de la fe cristiana primitiva.
La pregunta de por qué los primeros cristianos creyeron que Jesús es divino es importante, no sólo como un tema de interés histórico, sino también porque la divinidad de Jesús es a menudo rechazada hoy día sobre la base de que ello no fue parte esencial de la fe cristiana primitiva sino una adición posterior. Debido a que es posterior, han argüido muchos, puede ser dejada de lado con seguridad, y podemos volver todos a la versión más auténtica y políticamente-correcta del cristianismo, en la que Jesús es un hombre inspirado, pero sólo un hombre.
Puede encontrarse esta opinión en eruditos tomos guardados en bibliotecas de seminarios, y también en los volúmenes pseudo-doctos sobre Jesús que repletan hoy en día los anaqueles de las librerías seculares. Pero uno de los vehículos de difusión más populares de la teoría de que "Jesús fue sólo un gran tipo que posteriormente resultó divinizado" es "El Código Da Vinci", la novela enormemente exitosa de Dan Brown. Consideremos la siguiente escena, por ejemplo, en que el "erudito" Sir Leigh Teabing explica a la ingenua Sophie Neveu lo que pasó realmente en el Concilio de Nicea del año 325 E.C.
"En esta reunión", decía Teabing, "fueron debatidos muchos aspectos del cristianismo, y se votó sobre ellos -la fecha de la Pascua, el papel de los obispos, la administración de los sacramentos, y, por supuesto, la divinidad de Jesús."
"No lo entiendo. ¿Su divinidad?"
"Querida, declaró Teabing, hasta ese momento de la historia, Jesús era considerado por sus seguidores un profeta mortal... un hombre grande y poderoso, pero no obstante un hombre. Un mortal."
"¿No el Hijo de Dios?"
"Exacto", dijo Teabing. "El establecimiento de Jesús como `el Hijo de Dios' fue oficialmente propuesto y votado en el Concilio de Nicea."
"Veamos. ¿Dice Ud. que la divinidad de Jesús fue resultado de una votación?"
"Una votación bastante estrecha", añadió Teabing. (El Código Da Vinci, p.233).
No tengo tiempo de refutar el montón de inexactitudes históricas que hay en la descripción del Concilio de Nicea hecha por Teabing/Brown. Pero sí quiero examinar atentamente en esta serie las raíces históricas de la fe cristiana en la divinidad de Jesús. En particular quiero ver si hay evidencia, contrariamente a Leigh Teabing y otros, de que los primeros cristianos de hecho sostuvieron que Jesús es, de alguna manera, Dios encarnado. También pretendo averiguar por qué llegaron a esta peculiar convicción.
Si encontráramos que los primeros cristianos consideraban a Jesús como divino, esto no probaría que ellos estuvieran en lo cierto, por supuesto. Podrían haber estado equivocados. Pero si el registro histórico indica que la fe en la divinidad de Jesús se remonta a los primeros cristianos, entonces esa noción popular de que su divinidad fue un añadido posterior al cristianismo auténtico aparecerá como rechazable, no porque no les guste a los cristianos ortodoxos, sino porque simplemente no se atiene a los hechos.
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Hay muchas teorías populares acerca de por qué los primeros cristianos consideraron a Jesús como divino. Se pueden encontrar expuestas regularmente en variadas formas por predicadores, maestros, profesores de religión, y confrontadores del cristianismo. Como Ud. ya sospechará, yo no hallo que esas teorías sean convincentes. Pero como son tan corrientes, he pensado en comenzar por resumirlas e ir mostrando por qué son inadecuadas. Empezaré examinando teorías expuestas por fieles cristianos, y luego me desplazaré hacia el lado de los confrontadores.
Teoría #1: Los primeros cristianos creían que Jesús era divino debido a que creían que él era el Mesías, el Hijo de Dios.
La fe en el mesianismo de Jesús es ciertamente una de las creencias más antiguas y centrales del cristianismo. En la narración de Mateo de la confesión de Pedro, después de que Jesús preguntara a sus discípulos quién pensaban que era él, Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo" (Mateo 16:16). El evangelio de Marcos es introducido como "El comienzo de la buena noticia de Jesucristo [En griego=christos, Cristo o Mesías], el Hijo de Dios (Marcos 1:1). Similarmente, el autor del evangelio de Juan manifiesta su propósito de sta manera: "[He escrito sobre los signos que hizo Jesús] para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Juan 20:31).
Así pues, ¿no queda claro en estos pasajes que debido a que los primeros cristianos pensaron que Jesús era el Mesías, también lo consideraron como el divino Hijo de Dios? Bueno, no exactamente. Déjenme explicarlo.
En primer término, debemos recordar que el título de "Mesías" no implicaba divinidad. En hebreo, un mashiach era alguien que había sido ungido con aceite para cumplir un propósito especial. Reconocer a alguien como un mesías era más bien como decir que esa persona tenía una autoridad especial o una vocación especial. Pero no implicaba de ninguna manera que ese alguien era divino. En tiempos de Jesús, muchos judíos anhelaban la venida del Mesías, un ungido que traería la libertad, la liberación de Roma. Esta persona sería bendecida por Dios, ejecutaría el juicio de Dios, y sería finalmente un vehículo de la salvación de Dios, pero no sería Dios, y mucho menos "un dios". Recuerden que los judíos eran monoteístas acérrimos. Así que la creencia cristiana en Jesús como Mesías no los hubiera llevado a reconocerlo como Dios encarnado. No hay implicación lógica desde la mesianidad a la divinidad.
Pero, podría Ud. preguntarse, ¿qué pasa con la aparente equivalencia entre "Mesías" e "Hijo de Dios" establecida en los textos evangélicos que hemos citado antes? ¿No indican éstos que el Mesías era divino? Podríamos pensar así fácilmente porque tendemos a usar "Hijo de Dios" en el sentido de "Hijo divino único de Dios". Este uso se remite a los primeros tiempos del cristianismo. Pero entre los judíos en tiempos de Jesús, "Hijo de Dios" se utilizaba de otras maneras. Por ejemplo, el pueblo de Israel pudo ser llamado hijo de Dios (Oseas 11:1). Y así también el hombre justo que se mantiene fiel a Dios (Sabiduría 2:12-18). El rey judío también era llamado hijo de Dios, aunque, a diferencia de sus naciones vecinas de la antigüedad, los judíos no deificaban a sus reyes. Consideremos, por ejemplo, lo que Dios dijo del rey Salomón: "Seré un padre para él, y él será un hijo para mí" (2 Samuel 7:14). Similarmente, leemos en el salmo 89: "He encontrado a David, mi servidor, con mi santo óleo lo he ungido;...él me invocará: `¡Tú eres mi Padre, mi Dios, y la roca de mi salvación!' Y yo haré de él mi primogénito..." (vv. 21; 27-28). Noten que en este pasaje Dios unge (hace mesías) al rey, quien llama "Padre" a Dios, y es el primogénito de Dios.
Así que, cuando Pedro confesó que Jesús era "el Mesías, el Hijo del Dios vivo", es improbable que quisiera decir: "el Ungido, que es también el Hijo divino de Dios". Más bien, esta confesión empleó simplemente dos expresiones que eran algo así como sinónimos de "el rey elegido por Dios y redentor".
Ahora bien, yo sí creo que la identificación de Jesús como Hijo de Dios tuvo de hecho algo que ver con la primitiva fe cristiana en su divinidad. Examinaré más profundamente esta posibilidad posteriormente. Pero por ahora, quiero señalar simplemente que cuando los judíos (como Pedro) pensaban en Jesús como Mesías o hasta como Hijo de Dios, estaban pensando en su realeza, no en su divinidad.
Así que la teoría corriente que iguala virtualmente la mesianidad con la divinidad no corresponde a la evidencia histórica y lingüística. Un judío del siglo I podía reconocer a Jesús como el Mesías sin tener la menor noción de que Jesús fuera algo más que un hombre especial, inspirado y autorizado por Dios para liberar al pueblo de Dios de su sometimiento a Roma.
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La otra teoría popular que quizá es esgrimida por muchos cristianos apunta a la resurrección de Jesús como evidencia de su divinidad. De acuerdo a este argumento, los primeros cristianos creyeron que Jesús era divino porque creyeron que fue resucitado de entre los muertos. "Con toda seguridad", se alega, "los seres humanos no resucitan de entre los muertos. Por lo tanto, la buena nueva pascual convenció a los primeros cristianos -como nos convence a nosotros hoy- de que Jesús era en realidad Dios."
Claro que hay algo de verdad en esta teoría, como la había en la teoría previa acerca del Mesías/Hijo de Dios. No hay duda de que la resurrección de Jesús incidió significativamente en el desarrollo de la fe cristiana primitiva sobre la divinidad de Jesús. Pero el argumento de "resurrección por lo tanto divinidad" es demasiado simple para ser correcto, al menos superficialmente.
Muchos judíos de la época de Jesús esperaban que, en la hora de Dios, los seres humanos experimentarían la resurrección. Marcos 12:18 anota que "algunos saduceos, quienes dicen que no hay resurrección, vinieron a Jesús..." Se implica que su negación de la resurrección ponía a los saduceos aparte de muchos, si no de la mayoría, de los demás judíos de la época de Jesús. Muy de notar, los fariseos creían en alguna clase de resurrección más allá de la muerte.
Pero seguramente los fariseos no estaban solos en esta creencia. Encontramos la idea de la resurrección entre los profetas del Antiguo Testamento, especialmente Daniel. Daniel 12 describe la visión de un tiempo futuro en el que "muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán, algunos para la vida eterna, y otros para la vergüenza y la condenación eterna. Los sabios brillarán como resplandece el firmamento, y los que condujeron a muchos a la justicia, como las estrellas por siempre jamás" (Daniel 12:2-3). El libro post-bíblico de la Sabiduría, escrito un par de siglos antes de Jesús, afirma que "las almas de los justos están en las manos de Dios, y ningún tormento podrá nunca alcanzarlos" (Sabiduría 3:1). A su tiempo, "ellos se encenderán" y "gobernarán a las naciones y regirán a los pueblos" (Sabiduría 3:7-8). La promesa de la resurrección daba ánimos a los judíos para morir antes que abandonar su fe en Dios. En el segundo libro de Macabeos, un hombre que está siendo torturado hasta la muerte dice: "Es aceptable morir a manos de hombres cuando se abriga la esperanza que da Dios de ser resucitado de nuevo por Él. ¡Pero para ti no habrá resurrección a la vida!" (2 Macabeos 7:14).
De modo que, a ojos de los primeros discípulos de Jesús, que eran judíos por supuesto, la resurrección de Jesús probaba que él era justo. Reivindicaba su vida, su ministerio, su mensaje, y aun su muerte. Pero no demostraba, al menos a primera vista, que Jesús era Dios. Los primeros cristianos confesaban que "Dios lo resucitó" de entre los muertos (Hechos 2:24; Romanos 10:9; I Corintios 6:14), pero no decían que Jesús resucitó por sí mismo, mostrándose así como Dios.
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Pero ciertamente reconozco, sin embargo, que sin la resurrección de Jesús, los primeros discípulos no habrían llegado nunca a la conclusión de que él era Dios encarnado. De hecho, no habría habido ningún seguidor de Jesús después de su crucifixión de no ser por su resurrección. Así que la resurrección es crucial en la deducción que conduce a la divinidad de Jesús. Pero el desarrollo de las ideas es más complejo que el simple argumento de "resurrección implica divinidad" que a veces se escucha en los sermones pascuales. Jesús podría haber sido el Mesías/Hijo de Dios, y aun podría haber sido resucitado por Dios al tercer día después de su crucifixión, sin ser divino. Estas características apuntan ciertamente a la singularidad de Jesús, pero se requiere algo más para llegar a su divinidad.
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Pronto trataré de este "algo más", pero antes quiero examinar una teoría muy común que intenta explicar la divinización de Jesús en el cristianismo primitivo sin recurrir al milagro de la resurrección. Esta teoría sostiene que los primeros cristianos, como fieles judíos monoteístas que eran, aclamaban a Jesús como a un inspirado maestro y/o como Mesías de Israel, pero no como a un ser divino. No obstante, cuando el cristianismo se expandió dentro del mundo romano, el cristianismo auténtico original experimentó una transformación. Bajo la influencia de la religión y la cultura greco-romanas, en las cuales se cruzaba frecuentemente la línea divisoria entre lo humano y lo divino, el Jesús plenamente humano comenzó a ser divinizado. Pronto, como Hércules o Julio César, Jesús fue considerado un dios. Así, el cristianismo auténtico primitivo, de un Jesús humano, fue contaminado por las tendencias divinizadoras del mundo greco-romano.
Esta teoría no es implausible. Seguramente se da Ud. cuenta de que yo no la suscribo al fin y al cabo, pero reconozco que la teoría en sí tiene mucho mérito. Efectivamente hubo una línea fina y permeable entre la divinidad y la humanidad en los mundos griego y romano. Consideremos el mito de Hércules, por ejemplo (en griego, Heracles). Su padre fue un dios (Zeus) mientras que su madre (Alcmene) fue un ser humano. Hércules vivió como una especie de hombre-dios, con fuerza sobrehumana entre otras habilidades. Después de su muerte se convirtió en un dios. Básicamente, esta historia suena parecida a la fe cristiana primitiva sobre Jesús.
Además, no sólo eran humanos míticos los que eran endiosados en el mundo romano. A los Césares también se les otorgaba este honor. Julio, por ejemplo, fue reconocido como dios después de ser asesinado en el año 44 A.C. Sus sucesores inmediatos (Augusto, Tiberio) también fueron divinizados, pero sólo después de muertos, por lo menos en principio. Augusto estaba ciertamente más que dispuesto a sugerir su divinidad durante su vida terrena. Hacia mediados del siglo primero E.C., los emperadores romanos empezaron a ser reconocidos como dioses aun antes de su muerte. Hacia fines del siglo primero, el emperador Domiciano no dejó lugar a ambigüedades, al llamarse a sí mismo "Señor" y "Dios", y obligar a los demás a hacer lo mismo. Quienes no le rendían el culto debido, como los cristianos, por ejemplo, eran ejecutados.
En medio de este ambiente, los primeros cristianos proclamaban a Jesús como un enviado de Dios para traer la salvación al mundo. No es imposible imaginar que, en competencia con dioses tales como Hércules (que tenía un templo cerca del Foro romano) y héroes humanos como el divinizado Julio César, se haya llegado a pensar a Jesús como divino. Además, este proceso de deificación habría coincidido con el apartamiento del cristianismo desde el judaísmo hacia el paganismo. Así que el monoteísmo judío se habría perdido por el camino, y he aquí como Jesús llegó a ser divino.
Como he dicho, esta teoría tiene su mérito. Pero la cuestión es: ¿Se atiene a los hechos en el cristianismo primitivo? Cuando examinamos las fuentes originales que nos muestran lo que de hecho creían los primeros cristianos acerca de Jesús, ¿se sostiene la teoría de "la divinización por influencia de la cultura greco-romana"? ¿O es más plausible históricamente otra teoría?
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¿Cuál es la evidencia de que disponemos sobre de la fe cristiana primitiva? Desafortunadamente, no tenemos artículos periodísticos o entrevistas reveladoras hechas a los primeros seguidores de Jesús. No había muchos bloggers en que confiar en el siglo primero E.C., tampoco. Por lo demás, no tenemos ninguna información sobre las creencias cristianas muy primitivas, aparte de lo que encontramos en el Nuevo Testamento mismo. Las antiguas descripciones romanas y judías del cristianismo confirman lo que vemos en las fuentes cristianas, pero fueron escritas al final del siglo primero E.C., décadas después que las fuentes cristianas de que disponemos.
Únicamente el Nuevo Testamento proporciona información histórica auténtica sobre los primeros cristianos, aunque no venga en forma sistemática ni exhaustiva. Los Hechos de los Apóstoles dan ciertas claves de las creencias cristianas primitivas, pero cuentan sólo una pequeña parte de la historia del cristianismo primitivo, y fueron, de hecho, escritos quizá cincuenta años después de los eventos mismos (aunque con la ayuda de fuentes escritas anteriores que ya no nos son accesibles). Los evangelios del Nuevo Testamento cuentan la historia del ministerio terreno de Jesús, pero proporcionan escasa evidencia de lo que hicieron y pensaron sus primeros seguidores después de que Jesús saliera de la escena. (La crítica de las formas provee cierto acceso a esta evidencia, pero sus resultados son a menudo bastante especulativos.)
Algunos eruditos y muchos pseudo-eruditos señalan al documento conocido por "Q" como útil fuente de conocimiento de las creencias cristianas primitivas. "Q" obtuvo su nombre de la palabra alemana "Quelle" que significa "fuente". Pueden encontrarse algunos eruditos que escriben acerca de varias versiones de "Q", que se remontan a los primerísimos días del cristianismo. En los primeros borradores de "Q", que convenientemente no incluyen versículos que contradigan la teoría del "Jesús humano", Jesús es un inspirado maestro de sabiduría, pero no divino. El problema con esta teoría es que es absolutamente ficticia. No existe un documento "Q". Es completamente teórico. Ahora que la teoría de que Mateo y Lucas hayan tenido acceso a un documento que consistía principalmente de dichos de Jesús es plausible. Yo tiendo a creerla. Pero los eruditos que piensen poder desentrañar este documento teórico, y así recuperar cierto núcleo auténtico de la fe cristiana, están perdidos en el país de las maravillas. Todo lo construyen sobre la base de poquísima evidencia real. De manera que aun si hubo un documento "Q", la discusión acerca de las fases de "Q" y sobre las "comunidades Q" primitivas provee un endeble fundamento para llegar a comprender las creencias cristianas primitivas.
Si los Hechos de los Apóstoles, los evangelios del Nuevo Testamento, y aun el huidizo "Q", no nos dan mucha información sobre las creencias cristianas primitivas, ¿a qué podemos recurrir? A los escritos del apóstol Pablo. Aunque los entendidos están debatiendo los detalles, todos los eruditos serios están de acuerdo en que las cartas de Pablo fueron escritas dentro de un período de cincuenta años, empezando al final de la década de los años 40 E.C. Esto significa que las primeras cartas paulinas fueron escritas sólo 15-20 años después de la muerte de Jesús. Así que las cartas en sí son evidencia primaria de lo que creían algunos de los primeros cristianos (Pablo, con seguridad, y también sus iglesias y sus oponentes teológicos).
Además, en las cartas de Pablo hay pasajes que, con toda probabilidad, apuntan a creencias cristianas que son anteriores a los últimos años 40. Del mismo modo en que un predicador de hoy puede citar un trozo de un himno o canción, Pablo incluyó esos elementos en sus cartas. Algunos de ellos pueden ser identificados con un alto grado de probabilidad. Así que estos pasajes en particular nos hacen remontarnos hasta algunas de las primeras creencias cristianas, de fechas previas a los propios escritos de Pablo.
En algún momento a mediados de la década de los años 50 E.C., el apóstol Pablo escribió una carta a la Iglesia de Corinto. Concluía la carta del modo siguiente:
"Yo, Pablo, escribo este saludo por mi propia mano. El que no quiera al Señor, sea anatema. ¡Ven, Señor nuestro! Que la gracia del Señor Jesús sea con vosotros. Os amo a todos en Cristo Jesús."
Este pasaje se lee bien en español. Pero si lee el original en griego, tropezará con un misterio. Lo que encontrará es esto:
"Yo, Pablo, escribo este saludo por mi propia mano. El que no quiera al Señor, sea anatema. Marana tha. Que la gracia del Señor Jesús sea con vosotros. Os amo a todos en Cristo Jesús."
Por mucho griego que sepa, no será capaz de entender las palabras "marana tha" porque, aunque aparecen en letras griegas, no son palabras griegas.
Son palabras arameas, en realidad. Significan "¡Ven, Señor nuestro!" (o tal vez "Nuestro Señor viene").
El arameo era el idioma hablado corrientemente en el este del Imperio Romano, en tierras tales como Judea y Siria. Pero no era el idioma de Corinto. De hecho, muy pocos de entre los cristianos de Corinto hubieran sabido lo que significaba "marana tha" si no fuera porque Pablo les enseñó este significado en una visita anterior a Corinto. El hecho de que lo emplee en su carta sugiere fuertemente que así fue como ocurrió. Los corintios conocían esta expresión aramea porque Pablo se la había enseñado durante su primera visita a Corinto, que fue alrededor del año 52 E.C.
Muy bien entonces, puede pensar Ud., ya sé algo acerca del origen de la frase "¡Ven, Señor nuestro!" en I Corintios 16. ¿Y qué? ¿Qué puede decirnos esto sobre la fe primitiva en Jesús y su divinidad? Bueno, déjeme explicarlo.
En primer lugar, el hecho de que "marana tha" sean palabras arameas sugiere que nacieron, no de la pluma del apóstol Pablo, sino de la vida y la liturgia de la Iglesia de habla aramea. Esto quiere decir que su origen puede datarse, no a mediados de los años 50 E.C., sino mucho antes. "Marana tha" proviene de la década de los 40, si no de la de los 30. En otras palabras, esta frase preserva una de las oraciones cristiana más antiguas de que tenemos noticia.
En segundo lugar, el hecho de que Pablo enseñara estas palabras arameas a los corintios, que eran de habla griega, sugiere que no se trataba de una expresión casual que Pablo hubiera recogido por ahí en sus primeros días como cristiano. Más bien, era suficientemente importante y suficientemente utilizada en la Iglesia primitiva como para que Pablo la transmitiera en su lengua original. Algo así como ocurre con las palabras hebreas "amén" y "aleluya", que conocemos en su lengua original porque han desempeñado un papel tan crucial en la alabanza cristiana.
Así que la expresión "marana tha" es a la vez muy antigua y muy importante. Pero ¿qué nos dice esto sobre la concepción cristiana primitiva sobre Jesús?
Primero, está bastante claro por el contexto en I Corintios 16 (y otros sitios), que el "Señor" a quien se dirige como "Señor nuestro" (marana) es concretamente Jesús, no Dios (el Padre). Jesús es aquel a quien los primeros cristianos piden que venga.
Segundo, consideremos el hecho de que los primeros cristianos, la mayoría judíos, estuvieran llamando a Jesús como en oración. No sólo creían que resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo, sino que creían que él podía atender sus súplicas. Del modo en que se dirigían al Dios único, así también oraban a Jesús. Esto es un acontecimiento absolutamente pasmoso si se considera que ocurría en un contexto monoteísta judío.
Tercero, la palabra "Señor" en arameo (mar) tenía varios significados. Podía usarse como término de respeto hacia un ser humano. Pero era también la palabra que utilizaban los judíos de habla aramea cuando hablaban al SEÑOR Dios. Durante su vida terrena, Jesús fue llamado "señor" por gente que quería simplemente mostrarle respeto como ser humano honorable (por ejemplo, en Mateo 8:6). Pero, después de la resurrección de Jesús, el uso cristiano de "Señor" empesó a cambiar. Lo vemos ilustrado poderosamente en la historia del "incrédulo Tomás". Cuando al final se da cuenta de que Jesús ha resucitado de verdad, Tomás exclama. "¡Señor mío y Dios mío!" (Juan 20:28).
De modo que cuando los primeros cristianos, que todavía mantenían su identidad judía con su fe central en el Dios único, se dirigían en oración a Jesús, llamándolo "Señor", se sugiere mucho más que mero respeto. Aunque sería ir más allá de la evidencia concluir que los judíos cristianos primitivos, de habla aramea, creían que Jesús era de alguna manera "Dios verdadero", en términos del Credo de Nicea del siglo cuarto, es cierto que iban claramente en esa dirección.
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Otro texto muy antiguo de fe cristiana confirma y amplía esta conclusión. En su carta a los Filipenses, escrita entre mediados y fines de los años 50 E.C., el apóstol Pablo habla de Cristo de un modo completamente exaltado:
"Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús,
quien, aunque era de condición divina,
no lo consideró como algo a lo que aferrarse,
sino que se vació de sí mismo,
tomando la condición de un siervo,
haciéndose semejante a los hombres.
Y apareciendo como hombre,
se humilló a sí mismo
y se hizo obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó
y le dio un nombre
sobre todo nombre,
de modo que ante el nombre de Jesús
toda rodilla se doble,
en los cielos, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua confiese
que Cristo Jesús es Señor,
para gloria de Dios Padre.
(Filipenses 2:5-11).
Noten que Jesús, antes de hacerse humano, tenía la condición de Dios y la igualdad con Dios. Además, por su muerte obediente, Dios lo exaltó y le dio el nombre mismo de Dios, de modo que toda la creación se inclina ante él y lo alaba como Señor. Queda claro que Jesús ya no pertenece a la categoría "meramente humana".
Como muy tarde, este pasaje fue escrito unos 25 años después de la muerte de Jesús -todavía muy al principio. Y la mayor parte de los entendidos creen que Pablo no fue el que realmente compuso este texto, sino que lo tomó de una pieza anterior de liturgia cristiana. La peculiar forma lingüística de este pasaje, combinada con su uso de un lenguaje inusual en Pablo, y combinada con su calidad "confesional", han persuadido a los eruditos en Nuevo Testamento de que Pablo empleó un himno que fue escrito anteriormente a la carta a los filipenses. Cuánto antes, exactamente, no podemos decirlo. Pero, de nuevo, tenemos en las cartas de Pablo, que son los documentos cristianos más antiguos de que disponemos, un trozo de tradición que, con toda probabilidad, se remonta a una etapa más primitiva de la historia cristiana.
Esto es aun más impactante cuando se compara este texto de Filipenses con pasajes del libro de Isaías, del Antiguo Testamento. En Filipenses 2:9-11, Dios dio a Jesús el "nombre sobre todo nombre" para que toda lengua confiese que "Jesucristo es el Señor". Comparemos esto con Isaías 42:5-8:
Así dice Dios, el SEÑOR,
el que crea los cielos y los extiende,
el que hace firme la tierra y lo que en ella brota,
el que da aliento al pueblo que hay en ella,
y espíritu a los que por ella andan.
Yo, el SEÑOR, te he llamado en justicia,
te así de la mano, te formé;
...
Yo soy el SEÑOR, ése es mi nombre,
no cedo mi gloria a ningún otro,
ni mi alabanza a los ídolos.
Pero en Filipenses 2, el Señor comparte su gloria con Cristo, hasta dándole el nombre de Señor.
Tres capítulos más adelante, en Isaías 45:21-23, leemos:
Exponed, aducid vuestras pruebas,
deliberad todos juntos:
¿Quién hizo oír esto desde antiguo
y lo anunció hace tiempo?
¿No he sido yo, el SEÑOR?
No hay otro Dios fuera de mí.
Un Dios justo y salvador,
no hay otro fuera de mí.
¡Volveos a mí y seréis salvados,
confines todos de la tierra!
Porque yo soy Dios, no hay otro.
Yo juro por mi nombre;
de mi boca sale palabra verdadera
que no será vana:
"Ante mí se doblará toda rodilla
y toda lengua jurará."
Pero Filipenses 2 dice que toda rodilla se doblará ante Jesús, y toda lengua confesará que él es el Señor. ¿Por qué?
Noten, no obstante, que Filipenses 2 no confunde a Jesucristo con Dios Padre. El Padre exalta al Hijo, y es glorificado cuando toda la creación confiesa que Jesús es el Señor. Así que, aunque no tenemos aquí una teología trinitaria bien desarrollada, tenemos ciertamente el germen del cual brotó la confesión cristiana de un único Dios en tres personas.
Finalmente, tenemos que recordar que el apóstol Pablo era un fiel judío monoteísta. No hay evidencia alguna de que su reconocimiento de Jesús como Dios sea resultado de haber sido influenciado por la tendencia greco-romana hacia la divinización. De hecho, lo que es tan impactante en el himno de Filipenses 2 es que se trata de una aplicación enteramente intencional de Isaías a Jesús. Pasajes que en Isaías se reservaban únicamente a Dios han sido aplicados a Jesús, quien recibe el nombre de Señor y comparte la alabanza divina. El uso aquí de Isaías sugiere que el reconocimiento de Jesús como Dios tuvo lugar entre judíos fieles, respetuosos de las Escrituras, que vieron en Jesús a la persona misma de su Dios.
Además, lo más asombroso de Filipenses 2:5-11 es que la muerte de Jesús, aun siendo una muerte escandalosa en la cruz, contribuye a que sea considerado Dios, más que a separarlo de ello. Aquel que murió tan ignominiosamente es quien recibe la adoración de toda la creación como Dios, y esta adoración es de algún modo un resultado de su muerte humillante. Esta es una paradoja que bien merece posterior consideración.
Una de las afirmaciones judías clásicas aparece en el capítulo sexto del Deuteronomio:
"Escucha Israel: El SEÑOR es nuestro Dios, el SEÑOR es único. Ama al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza" (Deuteronomio 6:4-5). A esto se le llama comúnmente la Shemá, que en hebreo significa "escucha", en imperativo. La Shemá era central para la fe y la adoración judías en la época de Jesús, y también lo es aún hoy en día. Afirma la unicidad de Dios, así como el hecho de que este único Dios era también el SEÑOR propio de Israel, Aquel que se reveló a sí mismo como Yahvé. (Cuando aparece la palabra "SEÑOR" en cualquier capítulo de la Biblia, traduce el nombre hebreo de Dios: YHWH).
El apóstol Pablo, que creció en una piadosa familia judía, habrá oído la Shemá incontables veces. Aunque el gran mundo pagano de su entorno estaba lleno de otros llamados "dioses", Pablo y sus compatriotas judíos afirmaban que el suyo era el único Dios verdadero, una afirmación que a veces provocó la persecución de los judíos, y hasta en ocasiones el martirio. Pero ningún judío fiel abandonaría se fe en un único Dios, el SEÑOR, que merece ser amado con todo el corazón, alma, y fuerza. Jesús mismo afirmó la importancia de la Shemá cuando se le preguntó cuál era el mandamiento principal: "El principal es: `Escucha Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es único; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza'" (Marcos 12:29-30).
Cuando aceptó a Jesús como el Mesías de Dios, Pablo continuó considerándose un judío fiel. Pero su concepción de Dios empezó a cambiar. No sólo vio con mayor claridad la gracia de Dios, sino que vio también una mayor complejidad en la propia naturaleza de Dios. Esto queda evidente en un pasaje de su primera carta a los corintios, en una discusión sobre la cuestión de si los cristianos debían o no comer comida que había sido sacrificada a los ídolos. Pablo escribe:
"Ciertamente, aunque haya unos llamados dioses en el cielo o en la tierra -como de hecho hay muchos dioses y señores-, para nosotros hay un único Dios, el Padre, de quien provienen todas las cosas y para quien nosotros existimos, y un único Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por quien nosotros existimos" (I Corintios 8:5-6).
Aquí hay un claro eco de la Shemá. Al contrario que los paganos, para quienes hay muchos "dioses", para Pablo y los cristianos de Corinto hay un "único Dios, el Padre". Este es el Dios que creó todas las cosas, y que da propósito a nuestra vida.
Pero entonces Pablo añade algo radicalmente nuevo en la historia del judaísmo. No sólo hay un único Dios, sino también "un único Señor, Jesucristo". De nuevo se llama "Señor" a Jesús. El contexto hace patente que Pablo no usa esta palabra meramente en referencia a un humano digno de respeto. Más bien, Jesús recibe el "nombre sobre todo nombre", el nombre que Dios reveló como suyo propio, el nombre de SEÑOR.
En Corintios 8, la relación de Jesucristo a Dios Padre es extraordinariamente estrecha. Jesús no sólo recibe el nombre del Dios único, sino que es también el agente a través del cual Dios creó todas las cosas y todas las personas. De modo que Jesús ha empezado a tener los atributos de la Sabiduría de Dios, tal como está retratada en las Escrituras hebreas y otros escritos judíos antiguos. En Proverbios, por ejemplo, cuando Dios crea el universo, la Sabiduría habla así: "Cuando [Dios] asentó los cimientos de la tierra, yo estaba a su lado, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia todo el tiempo" (Proverbios 8:29-30). Dios creaba, pero la Sabiduría era el arquitecto. En I Corintios 8, todas las cosas provienen de Dios, pero todas la cosas vienen por Jesucristo el Señor.
Este pasaje revela que la confesión cristiana primitiva de Jesús como Señor no significaba, en las mentes de los primeros cristianos, que hubiesen abandonado el monoteísmo judío por el politeísmo pagano. Todavía sostenían la existencia de un único Dios. Pero de alguna manera este Dios único ahora incluía al único Señor, Jesucristo.
Un espíritu crítico diría que eso era una locura. Los primeros cristianos dirían que eso es parte de la naturaleza misteriosa de Dios. Más tarde, los teólogos intentarán explicar este misterio en términos más sistemáticos, afirmando que el Dios único existe en tres personas (incluyendo al Espíritu Santo). Podemos ver las simientes de esta teología trinitaria en textos como el de I Corintios 8. Aunque estas simientes son de la clase diminuta de las semillas de mostaza, muestran no obstante el comienzo de la reflexión cristiana sobre la naturaleza de Cristo, que llevó al trinitarianismo plenamente florecido de los siglos cuarto y quinto E.C.
Hasta aquí hemos visto que los primeros cristianos se dirigían y referían a Jesús resucitado como Señor, aplicándole un nombre reservado para el Dios de Israel. Le rezaban (I Corintios 16:22). Lo adoraban (Filipenses 2:9-11). Se relacionaban con él como con Dios mismo. Por lo tanto, la idea de que la divinización de Jesús fue un desarrollo tardío, lejano del auténtico cristianismo, no se atiene a la evidencia. Al contrario, la evidencia sugiere que los primeros cristianos veían a Jesús como mucho más que meramente humano. Además, este desarrollo teológico ocurrió, no bajo la influencia del politeísmo pagano, sino mientras la cristiandad estaba todavía creciendo en la cuna del judaísmo.
¿Por qué? ¿Por qué los primeros cristianos, muchos de los cuales eran fieles judíos monoteístas, consideraron a Jesús como divino? ¿Qué los motivó para ver al Mesías humano como mucho más que humano? ¿Por qué unos fieles judíos monoteístas empezaron a creer que Jesús, el Mesías humano, era también en algún sentido el Dios único verdadero?
Ya que todo esto pasó tan al comienzo de la historia cristiana, y ya que pasó entre los seguidores de Jesús de habla aramea, que eran, en su mayoría, judíos devotos, la teoría de la "divinización por influencia del paganismo greco-romano" no explica los hechos. Además, en uno de los textos cristianos primitivos que habla de Jesús como del divino Señor (I Corintios 8:5-6) hay un claro rechazo del politeísmo pagano. Entonces, si la teoría de la "influencia pagana" no puede explicar la temprana fe cristiana en la divinidad de Jesús, ¿qué otra cosa puede explicar este sorprendente hecho teológico?
Respondería a esta pregunta, en parte, indicando las implicaciones de la salvación por Jesucristo.
Los primeros cristianos creían que la salvación de Dios ha venido por medio de Jesús, preeminentemente mediante su muerte y resurrección. Los Hechos de los Apóstoles, por ejemplo, describe a Pedro proclamando a los jefes de los judíos: "Este Jesús es `la piedra rechazada por vosotros, los constructores; se ha convertido en la piedra angular'. No hay salvación en ningún otro, porque no hay otro nombre bajo el cielo que haya sido dado a los mortales por el cual debamos salvarnos" (Hechos 4:11-12). Similarmente, en el que podría ser el más antiguo de todos los escritos cristianos existentes, la primera carta de Pablo a los tesalonicenses, el apóstol escribe: "Porque Dios no nos ha destinado para la cólera sino para obtener la salvación por medio de Nuestro Señor Jesucristo" (I Tesalonicenses 5:8). La buena noticia acerca de lo que Dios ha hecho en Jesús es, según Pablo, "la fuerza de Dios para la salvación de todo el que tiene fe, del judío primero y también del griego" (Romanos 1:16).
Por el hecho de que la salvación de Dios viene por medio de Jesús, los primeros cristianos llegaron a concebir a Jesús como más que meramente un agente de la salvación divina. Empezó a ser visto como el verdadero Salvador. Consideremos los siguientes pasajes del Nuevo Testamento:
Lucas 2:11: "...os ha nacido este día, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor."
Filipenses 3:20: "Pero nuestra ciudadanía es del cielo, y desde allí estamos esperando un Salvador, el Señor Jesucristo."
I Juan 4:13-14: "Por esto sabemos que habitamos en él y él en nosotros, porque nos ha dado su Espíritu. Y hemos visto y testimoniamos que el Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo."
Nosotros, que estamos tan acostumbrados a ver a Jesús como Salvador, podemos no darnos cuenta de lo escandalosa que es esta confesión. Pero una cuidadosa mirada al Antiguo Testamento subraya el escándalo. Rara vez se refieren las Escrituras hebreas a seres humanos como agentes de la salvación divina. En la gran mayoría de los textos, Dios y sólo Dios es el verdadero Salvador. Por ejemplo, en Isaías Dios dice:
"Cuando vayas por aguas profundas, yo estaré contigo. Cuando cruces los ríos, no te ahogarás. Cuando atravieses el fuego, no te quemarás; las llamas no te consumirán. Porque yo soy el SEÑOR, tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador... Yo soy el SEÑOR, y no hay otro Salvador" (Isaías 43:2-3, 11).
O leamos el comienzo del salmo 62:
En Dios sólo descansa mi alma
porque de Él viene mi salvación.
Sólo Él es mi roca y mi salvación,
mi fortaleza en que no he de vacilar.
(Salmo 62:1-2)
Los primeros cristianos, la mayoría de los cuales estarían familiarizados con éstos y muchos otros pasajes del Antiguo Testamento que proclaman a Dios como el único Salvador, asignaron no obstante este título de Salvador a Jesús. Ahora, si Jesús era el Salvador, y Dios solamente era el Salvador, qué implicaba esto sobre el propio Jesús?
Consideremos otro texto más del Nuevo Testamento que conecta a Jesús como Salvador con Jesús como Dios. Éste viene de las llamadas "narraciones de la infancia" en el evangelio de Mateo. José acababa de encontrarse con que su prometida, María, estaba embarazada, a pesar de que él no había tenido relaciones sexuales con ella. Entonces resolvió romper el compromiso. Pero mientras estaba durmiendo, un ángel se le apareció en sueños. El ángel dijo:
"José, hijo de David, no temas tomar a María por esposa, porque el niño concebido en ella viene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto ocurrió para dar cumplimiento a lo que había dicho el Señor por medio del profeta: `Mirad, la virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán por nombre Emmanuel', lo que significa `Dios con nosotros'". (Mateo 1:20-23).
José debía llamar "Jesús" al hijo de María. ¿Por qué? Porque "él salvará a su pueblo de sus pecados". Hay aquí un juego de palabras que se pierde en español. El nombre de Jesús en arameo era Yeshua, o en hebreo Joshua. Este nombre significa, en ambos idiomas semíticos, "El SEÑOR salva". De modo que el hijo de María será llamado "El SEÑOR salva" aun cuando él mismo será el que salva a Israel de sus pecados. De aquí puede obtenerse un nítido silogismo:
Premisa mayor: El SEÑOR salva.
Premisa menor: Jesús salvará a su pueblo de sus pecados.
Conclusión: Jesús es el SEÑOR.
El ángel aclara esta conclusión añadiendo una cita de Isaías 7:14: "Mirad, la virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán por nombre `Emmanuel', lo que significa `Dios con nosotros.'" Jesús cumplirá la promesa de Isaías. Él será, no sólo el Salvador, sino Aquel que es Emmanuel: Dios con nosotros.
Empecé con una pregunta: ¿Por qué los primeros cristianos llegaron a ver a Jesús como divino? Parte de la respuesta es ahora evidente. La divinidad de Jesús fue una extrapolación de su papel de Salvador. Debido a que experimentaron la salvación por medio de Jesús, y debido a que sabían que sólo Dios era el Salvador, los primeros cristianos concluyeron que Jesús tuvo que haber sido el Emmanuel, Dios con nosotros.
Cuando utilizo las expresiones "extrapolación" y "conclusión", no quiero decir que los primeros cristianos se sentaran juntos a hacer deducciones lógicas para probar la divinidad de Jesús. La fe es mucho más fluida y vital que eso, por supuesto. Pero cuando se profundiza bajo las confesiones cristianas primitivas hasta alcanzar sus fundamentos teológicos, se encuentra que la salvación por medio de Cristo condujo a la fe en que él era el Salvador, lo que condujo a esos fieles judíos seguidores de Jesús a la inaudita conclusión de que él era también, en alguna medida, el único verdadero SEÑOR.
Siglos más tarde, los teólogos cristianos continuaron definiendo la naturaleza de Jesús a la luz de su papel de Salvador. Si Jesús iba a salvarnos, argüían, tenía que ser plenamente humano. Sólo de esta forma podía cargar con la pena por el pecado humano. Pero si hubiese sido meramente humano, no habría sido capaz de vencer al poder del pecado. Así que tenía que ser también plenamente Dios. De esta manera, la lógica de los primeros cristianos, partiendo de la salvación por medio de Jesús hasta llegar a Jesús como Salvador divino, preparó los estudios más sistemáticos posteriores de la naturaleza única de Jesús como plenamente divina y plenamente humana.
Uno de los movimientos teológicos más influyentes del judaísmo antiguo fue el que los entendidos llaman "La Tradición de Sabiduría". Desde muchos siglos antes de Cristo, los fieles judíos desarrollaron una sabiduría popular, como la que encontramos en el libro bíblico de los Proverbios. Por todo este libro hay dichos sabios del tipo de los que Ben Franklin popularizó en América. Por ejemplo, hallamos consejos pragmáticos como estos:
"No te querelles contra nadie sin motivo,
si no te ha hecho mal alguno". (Proverbios 3:30).
"No sigas la senda de los perversos,
ni vayas por el camino de los malvados". (Proverbios 4:14).
"Una mano indolente empobrece,
pero una mano diligente enriquece". (Proverbios 10:4).
Pero hay otro tapiz tejido por la fábrica de la Tradición de Sabiduría, de fibra más teológica y reflexiva. Algunos sabios judíos, además de dedicarse a los consejos prácticos, empezaron a meditar sobre la propia naturaleza de la sabiduría, que para ellos era la sabiduría divina. Estas meditaciones eran envueltas en alabanzas poéticas de la sabiduría de Dios, en que la sabiduría era descrita como una mujer, una compañera femenina de Dios. En Proverbios 8, por ejemplo, leemos:
¿No está llamando la Sabiduría?,
y la Prudencia, ¿no alza su voz?
...
"A vosotros, hombres, os llamo,
para los humanos es mi voz.
Aprended, simples, la prudencia
y vosotros, necios, sed razonables.
...
Preferid mi enseñanza a la plata,
el conocimiento al oro puro.
...
El SEÑOR me creó al principio de su obra,
el primero de sus hechos antiguos.
...
Cuando asentó los cielos, allí estaba yo,
cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo.
...
Cuando puso los cimientos de la tierra,
yo estaba a su lado, como arquitecto;
y yo era todos los días su delicia,
jugando en su presencia todo el tiempo..."
(Proverbios 8:1,4-5,10,22,27,29-30)
Por supuesto, los judíos monoteístas que escribieron y leyeron estas líneas no pretendían describir literalmente a la sabiduría como una diosa femenina distinta del Señor. Sino que, en la libertad creativa de su poesía, pintaban elocuentemente la gloria femenina de la sabiduría de Dios.
En la Tradición de Sabiduría post-bíblica, la Sabiduría fue descrita crecientemente como una consorte femenina del Señor. Vemos esto, por ejemplo, en libros apócrifos del Antiguo Testamento, que incluyen la Sabiduría de Salomón y la Sabiduría de Ben-Sirá (conocido también como Sirácida o Eclesiástico). Los sabios judíos creían, además, que la Sabiduría había venido a morar en Israel en la forma de la Ley mosaica o del Templo. Así fue como la Sabiduría universal de Dios encontró lugar en la tradición y la revelación de la religión y la teología judías.
No hay duda de que los primeros cristianos, junto con otros judíos del siglo primero, fueron influidos por la Tradición de Sabiduría. Puede verse esto claramente, por ejemplo, en la carta de Santiago, en el Nuevo Testamento, cuyos dichos de consejos suenan a menudo como los de los Proverbios. También algunos de los dichos de Jesús contienen claros ecos de la sabiduría judía. Uno de los ecos más impactantes se halla en Mateo 11:
"Venid a mí, todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera." (Mateo 11:28-30).
Ahora comparemos esto con un par de pasajes del libro judío pre-cristiano de Sirá.
"Ven a ella [la sabiduría] con toda tu alma,
y guarda sus caminos con toda tu fuerza.
Persíguela y búscala, y se te dará a conocer;
y cuando la hayas asido, no la sueltes.
Porque al fin hallarás tu descanso,
y ella se te trocará en gozo.
Sus anillos serán para ti una protección poderosa,
y su collar un ornamento glorioso.
Su yugo es un adorno de oro,
y sus cadenas un cordón púrpura."
(Sirá 6:26-30).
Otro capítulo de Sirá muestra a la Sabiduría hablando ella misma:
"Venid a mí, los que me deseáis,
y saciaos de mis frutos.
Porque recordarme es más dulce que la miel,
y poseerme es más dulce que el panal de miel.
Los que comen de mí quedan hambrientos de más,
y los que beben de mí quedan sedientos de más."
(Sirá 24:19-21)
Sirá continúa identificando la Sabiduría como "la ley que Moisés nos mandó" (24:23), algo a lo que volveré más adelante. Sirá 24:19-21 recuerda, no sólo a la invitación de Jesús descrita en Mateo 11:28 como "Venid a mí", sino también a su oferta de agua viva a la samaritana en Juan 4, para no mencionar sus palabras en Juan 6, donde habla de comer y beber su carne y sangre. Como Sabiduría personificada, Jesús dice: "Quien me coma vivirá por mí" (Juan 6:57).
Ciertamente, no fue accidental que Jesús se hiciera eco de la invitación de la Sabiduría divina. Su múltiple oferta de Mateo 11 -Venid a mí; os daré el descanso; tomad mi yugo; aprended de mí; mi yugo es ligero- es una imitación intencional de la Sabiduría. Al emplear este lenguaje, Jesús en cierto modo decía: "Lo que ofrece la Sabiduría de Dios, lo ofrezco yo. Lo que proporciona la Sabiduría divina, lo proporciono yo." Así que, aunque no dijo directamente: "Soy la encarnación de la Sabiduría divina", sus palabras lo implicaban claramente. Jesús no era el maestro de sabiduría judío tradicional que señalaba fielmente hacia la suprema Sabiduría de Dios. Más bien, hablaba como si él mismo fuera la Sabiduría encarnada.
(...)
Los primeros cristianos se hicieron cargo de esto y lo continuaron. En varios pasajes del Nuevo Testamento retratan a Jesús como la Sabiduría de Dios que ha venido a la tierra (ver, por ejemplo, Colosenses 1:15-20; Hebreos 1:1-4). Quizá el más obvio y significativo de estos textos sea Juan 1:1-18, el prólogo del evangelio de Juan. Este pasaje empieza así:
"En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por medio de ella, y sin ella no se hizo cosa alguna. Lo que se hizo por ella era la vida, y la vida era la luz de todos los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron."
A primera vista, este pasaje parece asociar a Jesús con la Palabra de Dios, no con la Sabiduría de Dios. Y ciertamente así lo hace. En el Antiguo Testamento, Dios habla para llamar a la creación a la existencia (Génesis 1). Así que podría decirse, como lo dijeron quienes escribieron los libros del Antiguo Testamento, que la Palabra de Dios creó al mundo. Por ejemplo en el salmo 33:
4 Pues la palabra del SEÑOR es recta,
y toda su obra hecha en la fidelidad.
...
6 Por la palabra del SEÑOR fueron hechos los cielos,
y todo lo que contienen por el aliento de su boca.
Además, como el Antiguo Testamento dice que "la palabra del Señor" viene a alguien para revelarle la verdad de Dios, por eso el prólogo de Juan reconoce a Jesús la Palabra como aquel mediante el cual ha venido la revelación definitiva de Dios.
Sin duda, entonces, la noción de "Palabra de Dios" del Antiguo Testamento está detrás de los versos introductorios del evangelio de Juan. Pero esto no es todo, porque los ecos de la Sabiduría en Juan 1:1-18 son tan intensos que no pueden ser pasados por alto por nadie que conozca la tradición judía de la Sabiduría. Consideremos por ejemplo Proverbios 3:19: "El SEÑOR con la sabiduría fundó la tierra; con la inteligencia estableció los cielos." ¿Suena mucho como Juan 1:3, no es cierto? Pero esto es sólo el principio. Consideremos los siguientes paralelos entre la Palabra de Dios en Juan 1 y la Sabiduría en la tradición judía:
La Palabra de Dios en Juan 1:1-18:
"En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por medio de ella, y sin ella no se hizo cosa alguna." (vv. 1-3).
La Sabiduría de Dios en las Escrituras judías:
"En el principio de su obra me creó Dios, fui el primero de sus actos antiguos. Hace muchas eras fui moldeada, al comienzo, antes del principio de la tierra" (Proverbios 8:22-23).
"Cuando Él estableció los cielos, yo estaba allí; cuando trazó un círculo en la superficie del abismo, cuando consolidó la bóveda del cielo, cuando afianzó las fuentes del abismo, cuando asignó al mar sus límites para que las aguas no rebasaran su orilla, cuando asentó los cimientos de la tierra, yo estaba allí a su lado, como arquitecto; y era yo todos los día su delicia, jugando en su presencia todo el tiempo" (Proverbios 8:27-30).
La Palabra de Dios en Juan:
"Lo que se hizo por ella era la vida, y la vida era la luz de todos los hombres."
La Sabiduría de Dios en las Escrituras judías:
"Porque quien me encuentra encuentra la vida y obtiene la gracia del SEÑOR." (Proverbios 8:35).
"La Sabiduría es radiante y jamás pierde su brillo, la descubren fácilmente los que la aman, y la hallan los que la buscan."
(Sabiduría 6:12).
La Palabra de Dios en Juan:
"Vino a lo suyo, y los suyos no la recibieron" (v.11)
La Sabiduría de Dios en las Escrituras judías:
"Os he llamado y habéis rehusado, os he tendido mi mano y nadie ha hecho caso" (Proverbios 1:24).
La Palabra de Dios en Juan:
"Estaba en el mundo, y el mundo había sido hecho por ella; pero el mundo no la conoció. Vino a lo suyo, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creyeron en su nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios" (vv. 10-12)
La Sabiduría de Dios en las Escrituras judías:
"Envíala desde los cielos santos, mándala desde tu trono de gloria, para que trabaje conmigo, y aprenda yo lo que a ti te agrada. Pues ella todo lo sabe y todo lo entiende, y me guiará sabiamente en mis actos y me protegerá con su gloria." (Sabiduría 9:10-11).
La Palabra de Dios en Juan:
"Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, la gloria del hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad." (v. 14).
La Sabiduría de Dios en las Escrituras judías:
"Pues ella es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente; por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad." (Sabiduría 7:25-26).
En realidad hay muchos más paralelos entre la Palabra de Dios del prólogo de Juan y la Sabiduría de la tradición judía, un par de los cuales examinaré más adelante. Pero creo que lo principal ha quedado claro. El retrato hecho por Juan, de Jesús como la Palabra de Dios, ha sido pintado tomando a la Sabiduría judía como modelo.
La asociación hecha por Juan entre Palabra y Sabiduría, como resulta ser, es algo que también se halla en fuentes judías más antiguas. Consideremos los pasajes siguientes:
"Porque el SEÑOR da la sabiduría; de su boca vienen el conocimiento y el entendimiento" (Proverbios 2:6).
"Él es quien hizo la tierra con su poder, quien estableció el mundo con su sabiduría, y con su inteligencia expandió los cielos. Cuando Él emite su voz, hay estruendo de aguas en los cielos, y Él hace subir las nubes desde los extremos de la tierra." (Jeremías 10:12-13).
"Oh Dios de mis ancestros, Dios de misericordia, que has hecho todas las cosas con tu palabra, y que con tu sabiduría has formado la humanidad..." (Sabiduría 9:1-2)
"Pues la sabiduría se reconoce por el habla, y la educación por las palabras de la lengua" (Sirá 4:24).
Así que, siguiendo las huellas de los sabios judíos, Juan pintó un retrato de la Palabra/Sabiduría de Dios en el prólogo de su evangelio. El elemento más desconcertante de este retrato, por supuesto, es la identificación sin precedentes de la Palabra/Sabiduría con un hombre, con Jesús de Nazaret.
(...)
Ahora quiero examinar otras conexiones, aún más impactantes, entre la Sabiduría de la tradición judía y la Palabra de Juan 1:1-18.
La primera viene del libro sapiencial post-bíblico conocido como Sirácida (o Eclesiástico). Aquí se retrata a la Sabiduría divina del siguiente modo:
La Sabiduría hace su propio elogio,
En medio de su pueblo se gloría.
...
"Yo salí de la boca del Altísimo,
y cubrí la tierra como niebla.
...
Las ondas del mar, la tierra entera,
Todo pueblo y nación era mi dominio.
Entre todas estas cosas buscaba reposo,
En qué territorio habitar.
Entonces el Creador del universo me dio una orden,
Mi Creador eligió un sitio para mi tienda.
Me dijo: `Pon tu tienda en Jacob,
entra en la heredad de Israel.'
Antes de los siglos, en el principio, me creó,
y por los siglos subsistiré.
En la Tienda Santa he ejercido el ministerio en su presencia,
y así me he establecido en Sión."
(Sirá 24:1-3,6-10)
La gloriosa Sabiduría, que existía desde el principio y salió de la boca de Dios (como Palabra de Dios) buscaba sitio entre los hombres. Dios escogió un sitio especial para su tienda, y dijo a la Sabiduría que pusiera su morada (literalmente, que instalara su tienda) en Jacob. Y ¿qué clase de tienda era ésta? Era el tabernáculo, posteriormente el Templo, en el que Dios se hizo presente en la tierra.
Otro sabio judío llamado Baruc también habló elocuentemente sobre la presencia de la Sabiduría entre el pueblo judío:
"Aprende dónde está la sabiduría,
dónde está la fuerza,
dónde está la inteligencia.
...
¿Quién ha encontrado su morada,
quién ha entrado en sus tesoros?
Nadie conoce el camino hacia ella,
ni imagina sus senderos.
Pero el que todo lo sabe la conoce,
con su inteligencia la encontró.
...
Este es nuestro Dios;
ningún otro es comparable a Él.
Él halló todos los caminos a la ciencia,
y la dio a su siervo Jacob,
y a Israel, su amado.
Después apareció ella en la tierra,
y convivió entre los hombres.
Ella es el libro de los preceptos de Dios,
la Ley que subsiste eternamente.
Todos los que la guarden vivirán,
y los que la rechacen morirán.
Vuélvete, Jacob, y abrázala;
camina hacia el resplandor de su luz."
(Baruc 3:14-15, 31-32, 36-38; 4:1-2)
Según la concepción de Baruc, la Sabiduría quería ser hallada por los hombres, pero ellos no se interesaban por ella. Así que Dios la envió a la tierra en la forma de la Ley de Moisés. Quien abraza la Ley camina hacia el resplandor de la Sabiduría.
Ambos, Sirá y Baruc, ven a la Sabiduría de Dios como deseosa de ser hallada por los hombres, quienes han sido incapaces de recibirla. Pero la Sabiduría, gloriosa y resplandeciente, viene a la tierra a morar entre los hombres. Según Sirá, su "tienda" es el tabernáculo/templo judío. Para Baruc, ella toma la forma de la ley mosaica. La persona que abrace a la Sabiduría encontrará la verdadera vida, ya sea participando en el culto sacrificial judío o aceptando a la Torá y viviendo de acuerdo a ella.
Ahora, con esta descripción de la visita de la Sabiduría a la tierra en mente, leamos nuevamente estas líneas del prólogo de Juan:
"En el principio existía la Palabra...
Lo que se hizo por ella era la vida,
y la vida era la luz de todos los hombres.
Estaba en el mundo,
y el mundo había sido hecho por ella,
pero el mundo no la conoció.
Vino a lo suyo,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creyeron en su nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros,
y hemos visto su gloria,...
La Ley fue dada por medio de Moisés;
la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo.
(Juan 1:1, 3-4, 10-12, 14, 17).
La descripción de la Sabiduría en Juan recuerda claramente a la Sabiduría en Sirá y Baruc. La Palabra quiere ser hallada por los hombres, pero es primero rechazada. Sin darse por vencida, la Palabra viene finalmente en su forma definitiva en medio de los judíos, no como tabernáculo o ley, sino como un ser humano: Jesucristo.
El paralelo entre Juan y Sirá es aun más claro en griego. Nuestra traducción es: "Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros". En realidad, "habitó entre nosotros" traduce un verbo griego: "skenoo". Significa, literalmente, "armar una tienda" ("skene" significa tienda en griego). Estas son las mismas palabras que aparecen en Sirá 24: "y mi Creador escogió un sitio para mi tienda [skene]. Él dijo: pon tu tienda [kataskenoo] en Jacob...'" (v. 8). Un paralelo tan estrecho no puede ser casual. Juan utiliza intencionalmente el lenguaje de la Sabiduría judía, aunque dándole un significado completamente nuevo. La Sabiduría de Dios ha ciertamente "armado una tienda" en la tierra, no en el tabernáculo/templo, sino en la carne de Jesús.
Similarmente, en el versículo 17, Juan contrasta la ley mosaica con la "gracia y verdad" que ha venido por medio de Jesucristo, la Palabra de Dios encarnada. Mientras que Baruc concibe a la Sabiduría como viniendo en la Ley, Juan localiza la presencia de la Sabiduría en la persona de Jesús. Sólo él da la gracia y la verdad, haciéndonos conocer a Dios. (v. 18).
Entonces, para resumir lo visto hasta aquí, entre los sabios judíos se veía a la Sabiduría de Dios como "armando una tienda" en la tierra en forma de tabernáculo/templo o de ley. Juan, utilizando un lenguaje e imágenes similares, dice que la Palabra/Sabiduría de Dios se hizo carne en Jesús. La "tienda" de la Sabiduría no era el tabernáculo o la Ley, sino la persona plenamente humana de Jesucristo.
Si Jesús era la encarnación de la Sabiduría divina, ¿no implicaba esto que él era mucho más que humano? Sí, según Juan. Como dice en el versículo 18: "Nadie ha visto jamás a Dios. El Hijo único de Dios, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer""(1:18). ¿¿¡¡ El Hijo único de Dios!!?? Esto parece serio, y realmente lo es.
(...) Sugiere que la filiación divina de Jesús era parte de lo que capacitaba a los primeros cristianos para identificarlo como Dios. Vamos pues al tema de la "filiación" de Jesús.
Para aquellos, de entre nosotros, que están acostumbrados a referirse a Jesús como el "Hijo de Dios", viene a ser un shock darse cuenta de cuán raramente aparece esta expresión en los propios labios de Jesús. De hecho, en los evangelios, la expresión "Hijo de Dios", para referirse a Jesús, es mucho más utilizada por Satanás y los demonios que por el propio Jesús (p.ej. Mateo 4:3,6; 8:29). Sólo dos veces, en los evangelios bíblicos, se refiere directamente Jesús a sí mismo como Hijo de Dios:
"En verdad os digo que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que escuchen vivirán." (Juan 5:25).
"Esta enfermedad no es mortal; es para la gloria de Dios, de manera que el Hijo de Dios sea glorificado por medio de ella." (Juan 11:4).
Podríamos preguntarnos por qué, si Jesús era realmente el divino Hijo de Dios, no se llamó a sí mismo Hijo de Dios más a menudo. Puede encontrarse una respuesta en el significado que tenía la expresión "hijo de Dios" entre los judíos en tiempos de Jesús.
Entre los judíos en tiempos de Jesús, "Hijo de Dios" no tenía connotación de divinidad. Consideremos, por ejemplo, la imagen del hijo de Dios que emerge del Antiguo Testamento. Según el profeta Oseas, el Señor se refería al pueblo de Israel, tomado en conjunto, como hijo suyo (Oseas 11:1). El rey judío también era llamado Hijo de Dios, aunque, a diferencia de sus vecinos en el mundo antiguo, los judíos no deificaban a sus reyes. Veamos, por ejemplo, lo que Dios decía del rey Salomón: "Seré un padre para él, y él será un hijo para mí" (2 Samuel 7:14). Parecidamente, leemos en el salmo 89: "He coronado a un valiente... he encontrado a mi siervo David; y con mi santo óleo lo he ungido; él clamará a mí: `¡Tú eres mi Padre, mi Dios, la Roca que me salva!' Yo lo haré mi primogénito..." (vv. 20-21; 27-28). Es seguro que el Señor no quería sugerir que David fuese divino.
Durante el período intertestamentario, los judíos continuaron refiriéndose a seres humanos (o, en algunos casos, a seres angélicos) como hijos de Dios. Para citar un ejemplo entre muchos, en el libro judío de la Sabiduría los impíos traman contra los justos (Noten la descripción del justo):
"Acechemos al justo
que nos fastidia y se nos opone;
nos reprocha faltas contra la Ley,
y nos acusa de faltas contra nuestra educación.
Se gloría de tener conocimiento de Dios,
Y se llama a sí mismo hijo del Señor [paida Kyriou]...
Nos tiene por bastardos,
Y evita nuestros caminos por impuros;
Proclama un dichoso fin para los justos,
Y se ufana de que Dios es su padre.
Veamos si sus palabras son verdaderas,
Examinemos lo que le ocurrirá al fin de su vida;
Porque si el justo es hijo de Dios [huios theou], él lo ayudará,
Y lo librará de las manos de sus enemigos."
(Sabiduría 2:12-13, 16-18).
Si Jesús se hubiera proclamado abiertamente como Hijo de Dios, sus contemporáneos no hubieran interpretado esto como pretensión de divinidad. Podrían haber entendido solamente que Jesús estaba promoviendo su propia justificación. Pero más probablemente, lo habrían oído como pretensión de ser el Mesías prometido, un ser humano que guiaría a Israel para expulsar a los romanos definitivamente de la tierra de Dios. Hay evidencia de este significado mesiánico de la expresión "hijo de Dios" en los evangelios. Por ejemplo, Mateo registra la confesión de Pedro sobre la identidad de Jesús de este modo: "Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo" (Mateo 16:16). Similarmente, aunque en un contexto completamente diferente, el sumo sacerdote que interrogó a Jesús antes de su muerte, dijo: "Yo te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios" (Mateo 26:63).
De manera que, si Jesús se hubiera referido a menudo a sí mismo como Hijo de Dios, se le habría entendido que pretendía ser el Mesías, no ser divino. Pero, aun cuando Jesús seguramente se concebía a sí mismo como Mesías en otro sentido inesperado, casi nunca se refirió a sí mismo en esos términos. Dada la verdadera naturaleza de su misión, la adopción del título de "Mesías" habría ocasionado una gran confusión. Lo mismo habría ocurrido con el título de "Hijo de Dios".
Pero, como vemos en los evangelios, hallamos que Jesús utilizó a menudo la palabra "hijo" en referencia a sí mismo, no en la expresión "Hijo de Dios", sino en la expresión "Hijo del Hombre". Este título, raramente utilizado por los cristianos hoy en día cuando hablamos de Jesús, era con mucho el título preferido por Jesús para sí mismo. Aparece más de setenta veces en los evangelios, casi siempre en labios del mismo Jesús.
Resulta irónico que la auto-denominación favorita de Jesús se use tan poco entre los cristianos de hoy. También es comprensible, porque son relativamente pocos los seguidores de Jesús que entienden realmente lo que él quería decir cuando utilizaba la expresión "Hijo del Hombre". Y es comprensible también porque ninguno de los que siguieron al Jesús terreno entendieron tampoco lo que quería decir, antes de su muerte y resurrección.
Consideremos la siguiente escena del evangelio de Juan: En las últimas horas de su ministerio, Jesús dijo: "Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre será glorificado... Y, cuando yo sea levantado por sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Juan 12:23, 32). La gente estaba perpleja, preguntándose: "¿Cómo puedes decir que el Hijo del Hombre debe ser levantado? ¿Quién es este Hijo del Hombre?" (Juan 12:34). Aun después de haber oído repetidas veces a Jesús hablar de sí mismo como el Hijo del Hombre, la gente seguía confusa. Ni siquiera comprendían de qué estaba hablando. Y todavía más sorprendente era que los más cercanos seguidores de Jesús no lograban comprender su misión como Hijo del Hombre. Pedro, Santiago y Juan compartían la perplejidad de la gente (Marcos 8:27-33; 10:35-45). Así que si ustedes están confusos respecto de todo esto del "Hijo del Hombre", están en ello bien acompañados.
¿Qué es lo que realmente significa esa expresión de "Hijo del Hombre" cuando se aplica a Jesús? Tendemos a pensar que es una afirmación de su humanidad. Y esto, en cierto sentido, es verdad. La expresión "hijo de hombre" era, básicamente, algo que significaba "ser humano" tanto en hebreo como en arameo, el idioma hablado por Jesús y sus discípulos. En el nivel más obvio, quien decía "soy un hijo de hombre" simplemente estaba diciendo "soy un ser humano". Se ve esto, por ejemplo, en el clásico verso del salmo 8: "¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes? ¿Y el hijo del hombre, para que de él te ocupes?" (Salmo 8:5).
En esta traducción se sigue literalmente al hebreo. Una traducción más reciente lo expresa de forma más contemporánea, como sigue: "¿Qué somos los mortales para que pienses en nosotros? ¿Los meros humanos para que nos cuides?"
Provistos del conocimiento de que el significado básico de "hijo de hombre" es "ser humano", volvemos a leer los dichos de Jesús en los evangelios. No encontramos nada de lo que habríamos esperado. Jesús habla de uno a quien llama "Hijo del Hombre", pero sus descripciones del Hijo del Hombre sugieren que se trata de cualquier cosa menos un ser humano ordinario. Consideremos estos dos extractos del evangelio de Mateo:
"Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará en el trono de su gloria. Todas las naciones se congregarán delante de él, y él separará a los unos de los otros, como un pastor separa las ovejas de los cabritos (Mateo 25:31-32).
"Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre, y harán duelo todas la razas de la tierra, y verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria" (Mateo 24:30).
Así que, según Jesús, el glorioso Hijo del Hombre será un día coronado en el cielo, en medio de una hueste de ángeles. Ese día ejercerá el poder de juzgar a todas las naciones. ¡Este no es un ser humano ordinario! Aunque su título apunta a su humanidad, su papel es el reservado para el Señor solamente. Este "ser humano" parece asumir los atributos del mismo Dios. ¿De dónde sacó Jesús estas ideas acerca del Hijo del Hombre?
No debería sorprendernos que la concepción de Jesús acerca del glorioso Hijo del Hombre forme parte de su cosmovisión judía. En efecto, su descripción del Hijo del Hombre puede rastrearse hasta un texto crucial del libro de Daniel. Una noche, Daniel tuvo un sueño aterrador sobre el futuro de la historia humana. En su sueño, vio a cuatro bestias espantosas que regían la tierra y devoraban a la gente con su opresión política. Pero, en medio de las bestias, apareció Dios como "el Anciano" que existía antes del tiempo mismo (Daniel 7:9). Se sentó en su trono en presencia de su corte celestial, para juzgar a las cuatro bestias y despojarlas de su poder. Entonces, de improviso, apareció una nueva figura:
"Yo seguía contemplando en las visiones de la noche,
y he aquí que en las nubes del cielo venía como un ser humano.
Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia.
A él se le dio imperio, honor y reino,
para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvan.
Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará,
y su reino jamás será destruido."
(Daniel 7:13-14)
En el original en arameo del libro de Daniel, la frase "como un ser humano" dice literalmente: "como un hijo de hombre." Esta figura humana se levantó desde la tierra al cielo para comparecer en presencia de Dios, donde recibió el reino de Dios. El imperio de este ser humano es diferente de cualquier reino humano porque "es un imperio eterno que nunca pasará" (Daniel 7:14).
Mientras soñaba todavía, Daniel se acercó a uno de los asistentes divinos, pidiéndole la interpretación del sueño. Se enteró de que las cuatro bestias representan a cuatro reinos que dominarán la tierra. Pero cuando el Anciano ejecute su juicio final sobre las cuatro bestias, los santos serán rehabilitados. En efecto:
"El reinado y el imperio y la grandeza de los reinos bajo los cielos todos
serán dados al pueblo de los santos del Altísimo;
su reino será eterno, y todos los imperios le servirán y le obedecerán."
(Daniel 7:27).
Por lo tanto, el "como hijo de hombre" representa al pueblo fiel de Dios que soporta la opresión y comparte finalmente el gobierno de Dios sobre la tierra.
La visión de Daniel del Hijo del Hombre no dominaba la especulación escatológica judía en tiempos de Jesús, pero fue recogida por algunos autores. En un escrito conocido por 1 Enoc, el Hijo del Hombre ejecuta el juicio divino en la tierra destronando a reyes y rompiendo los dientes de los pecadores (1 Enoc 46:4-6). En otro escrito judío llamado 4 Ezra (o 2 Esdras), una figura humana emerge del mar y vuela sobre la tierra. Cuando multitudes humanas hacen la guerra a esta figura humana, él arroja un torrente de fuego por su boca que consume completamente a sus enemigos. A continuación, reúne al resto fiel del pueblo de Dios para vivir juntos en paz (4 Ezra 13:1-57).
Seguramente, la descripción de Jesús del Hijo del Hombre proviene, en parte, de Daniel 7 y visiones judías posteriores. Consideremos nuevamente los pasajes citados anteriormente:
"Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará en el trono de su gloria. Todas las naciones se congregarán delante de él, y él separará a los unos de los otros, como un pastor separa las ovejas de los cabritos (Mateo 25:31-32).
"Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre, y harán duelo todas la razas de la tierra, y verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria" (Mateo 24:30).
Pero esto no es todo, porque Jesús tuvo otras cosas que decir sobre el Hijo del Hombre, que parecen contradecir todo lo que creían sus contemporáneos judíos.
En una de las escenas más dramáticas del evangelio de Marcos, Jesús pregunta a sus discípulos quién pensaban ellos que era él. "Tú eres el Mesías", contesta Pedro, enfáticamente (Marcos 8:29). Pero a continuación Jesús empieza a enseñarles que él, como Hijo del Hombre, "tiene que sufrir mucho, y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte, y resucitar a los tres días" (Marcos 8:31). Esta revelación horroriza a Pedro, quien de hecho reprende a su maestro. Jesús responde, por su parte, con una turbadora reprimenda: "¡Apártate, Satanás! Porque no piensas como Dios sino como los hombres" (Marcos 8:33).
A primera vista, podríamos reírnos de la loca audacia de Pedro. Pero si recordamos la visión de Daniel del Hijo del Hombre, y para qué decir el desarrollo de esta visión en la especulación judía posterior, podemos empezar a comprender por qué Pedro respondió tan negativamente a la predicción de Jesús de sus sufrimientos como Hijo del Hombre. Todo lo que Pedro creía hasta ese momento identificaba al Hijo del Hombre como el vencedor, no como la víctima. Debía ser glorificado, no crucificado. Debía juzgar a los gentiles, no perecer condenado por su juicio. Jesús estaba volviendo la imagen del Hijo del Hombre cabeza abajo por completo, y Pedro intentaba salvar a su maestro de cometer esa locura.
En otro incidente de los evangelios, otros de los más cercanos seguidores de Jesús, Santiago y Juan, mostraron lo confundidos que estaban acerca del papel de Jesús como Hijo del Hombre. Cuando Jesús predijo nuevamente su inminente sufrimiento como Hijo del Hombre, estos dos discípulos no pudieron renunciar a su concepción de su triunfo futuro. Pidieron a Jesús: "Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda" (Marcos 10:37). Como si dijeran: "Déjate de decir cosas extrañas acerca de tu sufrimiento; sabemos que pronto serás entronizado como Hijo del Hombre, y queremos un trozo de tu gloria para nosotros". Jesús respondió explicándoles que no sabían lo que estaban pidiendo, en realidad. Si, de verdad, Santiago y Juan buscaban compartir su cargo como Hijo del Hombre, entonces tenían primero que compartir su sufrimiento.
Cuando el resto de los discípulos se percataron de lo que estaban pidiendo Santiago y Juan, se encolerizaron, presumiblemente porque ellos querían preservar su propia participación en la gloria. Jesús reprobó a todo el grupo:
"El que quiera llegar a ser grande entre vosotros debe ser vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros debe ser esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir, y a dar su vida como rescate por muchos" (Marcos 10:43-45).
Los discípulos esperaban que Jesús fuera el radiante Hijo del Hombre, el que sería servido por todos los pueblos, como profetizaba Daniel 7. Jesús, al contrario, vio su misión inicial de Hijo del Hombre como consistente en prestar servicio, no en recibirlo. Y aun más inesperadamente, que venía para entregar su misma vida por los demás.
Nada, en la formación judía de los discípulos, los había preparado para esta pasmosa concepción de la misión del Hijo del Hombre. En ninguna parte del pensamiento judío anterior a Jesús era concebido el Hijo del Hombre como un servidor que da su propia vida por los demás. ¿De dónde sacó Jesús esta idea? ¿Era un pensamiento de nuevo cuño, una nueva revelación especial? ¿O estaba Jesús uniendo conceptos familiares del Antiguo Testamento, en una sorprendente combinación sin precedentes?
Esta última opción es la correcta. Jesús construyó su misión como Hijo del Hombre combinando los sueños fantásticos de Daniel con el conmovedor retrato que hizo Isaías del sufriente Siervo de Dios. En los llamados Poemas del Siervo que se encuentran en los capítulos 42-53 del libro de Isaías, Dios habla de su siervo elegido, en quien se complace su alma: "He puesto mi espíritu sobre él; él dictará justicia a las naciones" (Isaías 42:1). Más allá de restablecer el reinado de Dios en Israel, el Siervo llevará la salvación de Dios "hasta los confines de la tierra" (Isaías 49:6).
En el capítulo 52, la descripción que Isaías hace del Siervo parece primero cumplir las expectativas judías para aquel que inaugurará el reino de Dios: "Ved, mi siervo prosperará, será exaltado y enaltecido" (Isaías 52:13). Pero luego el retrato del Siervo emprende un giro vertiginoso. Muchos se "asombrarán" de él por su "aspecto tan desfigurado, que no parecía un hombre" (Isaías 52:14). No sólo carece de cualquier signo de gloria, sino que está tan demolido que la gente aparta los ojos para no mirarlo. El escandaloso sufrimiento del Siervo no es en vano, sin embargo, porque él agoniza por el bien de los demás:
"¡Eran nuestras dolencias las que él llevaba,
y nuestros dolores los que soportaba!
Nosotros le tuvimos por azotado,
herido de Dios y humillado.
Pero él ha sido herido por nuestras rebeldías,
Molido por nuestras culpas.
Él soportó el castigo que nos trae la paz,
Y con sus magulladuras hemos sido curados."
(Isaías 53:4-5)
El Siervo de Dios incluso "se entregó a la muerte", dando su vida como "ofrenda por el pecado" (Isaías 53:10-12).
Jesús se apropió de estas imágenes cuando habló de sí mismo como el Hijo del Hombre que "no ha venido a ser servido sino a servir, y dar su vida en rescate de muchos" (Marcos 10:45). Mediante el "rescate" pagado con su sufrimiento y muerte, liberaría a muchos de su cautiverio, exactamente como el Siervo de Dios que tomó sobre sí "el castigo que nos trae la paz" (Isaías 53:5). Como el Siervo "se entregó a la muerte" por los demás, Jesús pronto "entregaría" su sangre por muchos para el perdón de los pecados" (Mateo 26:28).
Jesús entretejió la descompuesta figura del Siervo de Dios, de Isaías, con la misteriosa visión del Hijo del Hombre, de Daniel. En este extraordinario tapiz, combinó las esperanzas judías de la gloriosa salvación de Dios con las promesas divinas del sufrimiento expiatorio del Siervo. El Hijo del Hombre será glorificado, decía Jesús, pero no como lo esperáis, por lo menos no al comienzo. Será levantado, como esperáis, pero no a los cielos, al comienzo. Más bien, el Hijo del Hombre como Siervo de Dios será levantado en la cruz, y, paradójicamente, desde allí atraerá el mundo entero hacia sí (Juan 12:32-33). Será glorificado en una muerte ignominiosa. Pero su sacrificio será fuente de vida para los demás, el acto de servicio extremo, el rescate de muchos.
Así, por medio de su sufrimiento, Jesús cumplió su destino como Hijo del Hombre. Muriendo en la cruz, cargó con el pecado de muchos, haciéndose de esta manera el Salvador, no sólo de Israel, sino también de toda la humanidad. En su obra de salvación, como hemos visto antes, Jesús hizo lo que únicamente Dios podía hacer. Por lo tanto sus seguidores empezaron a verlo como más que un ser humano. Además, debido a su fidelidad como sufriente Hijo del Hombre, se creyó que Jesús heredaría la recompensa reservada para el victorioso Hijo del Hombre de Daniel 7: "A él se le dio el poder y la gloria y el reinado, de modo que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvan" (Daniel 7:14; ver Filipenses 2:5-11).
Como hemos visto, Jesús solía referirse a sí mismo como el "Hijo del Hombre". En cambio, la expresión "Hijo de Dios" aparece en labios de Jesús sólo dos veces en todos los evangelios (Juan 5:25; 11:4). No sólo parece que Jesús evitaba llamarse a sí mismo "Hijo de Dios", además es que esa forma de hablar tenía connotaciones de realeza más que de divinidad.
No obstante, Jesús sí se refirió a sí mismo con la palabra "hijo" en una frase que sugiere profunda intimidad, si no identidad, con Dios. Con la simple expresión: "el Hijo". Consideremos, por ejemplo, lo que Jesús dijo al hablar de cuándo vendría (de nuevo) el Hijo del Hombre en el futuro: "Pero nadie sabe el día ni la hora, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Mateo 24:36). Claro que podría ser simplemente una abreviación de "Hijo del Hombre", que aparece en el versículo siguiente. Pero el sentido de "el Hijo" parece ser diferente. Jesús se refería a sí mismo, no meramente como un hijo de Dios, ni siquiera como un rey hijo de Dios, ni aun como el venidero Hijo del Hombre, sino como el Hijo de Dios. Esto sugiere que la filiación de Jesús respecto de Dios es única.
Un pasaje aun más revelador es Mateo 11:25-27. Aquí Jesús dice:
"Te doy gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los sencillos; sí, Padre, porque así ha sido tu benevolencia. Todo me ha sido entregado por mi Padre; y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar."
Aquí Jesús enfatiza otra vez la unicidad de su filiación divina. Sólo él, como el Hijo, conoce a Dios Padre. Sólo él, como el Hijo, puede revelarnos a Dios. Esto suena muy parecido a lo que dice el último versículo del prólogo al evangelio de Juan: "Nadie ha visto jamás a Dios. Es el Hijo único de Dios, que está próximo al corazón del Padre, quien lo ha dado a conocer" (Juan 1:18).
Otra cosa notable en Mateo 11:25-27, aparte de la auto-referencia de Jesús como "el Hijo", es su pretensión de intimidad con Dios, a quien tiene la audacia de llamar "mi Padre". Jesús se refirió a Dios con la palabra aramea "abba", algo que ningún judío había hecho antes. En el Antiguo Testamento, Dios era el Padre de Israel en un sentido general, pero nunca "mi Padre", de modo extremadamente personal e íntimo. Hace unos treinta años, los estudiosos de la Biblia creían que "abba" era un nombre infantil para llamar al padre, algo así como "papá". Pero la investigación posterior ha demostrado que "abba" era empleado tanto por niños pequeños como por hijos crecidos. Así que era un término que expresaba a la vez intimidad y respeto.
La referencia de Jesús a Dios como "mi Padre" dejaba atónitos a sus contemporáneos judíos, causando sin duda curiosidad a sus seguidores y espanto a sus oponentes. ¿Cómo podía un ser humano hablar de Dios, del Dios cuyo nombre ni siquiera podía mencionarse en voz alta, de esa manera tan íntima y personal?
Los oponentes a Jesús consideraron escandaloso su uso de la expresión "mi Padre", cuando no blasfemo. Pero sus seguidores pensaron algo muy distinto. Para ellos, la intimidad sin paralelo entre Jesús y su Padre, combinada con su auto-referencia como "el Hijo", sugería que Jesús era el Hijo de Dios de un modo único. No era sólo el rey favorecido de Dios, o un hombre justo, sino un ser humano que era también Dios encarnado.
El recuerdo del bautismo de Jesús, por parte de la iglesia primitiva, también alimentó el fuego de su primera cristología. Mientras Jesús era bautizado por Juan en el Jordán, una voz del cielo proclamó: "Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco" (Marcos 1:11). Dado lo que hemos aprendido sobre la forma de hablar judía respecto de la realeza, esta afirmación podría parecer, a primera vista, un mero reconocimiento de la vocación de Jesús como Mesías. Pero la palabra "amado" añade un significado mucho más rico, un significado que podemos pasar por alto fácilmente.
Hay un solo lugar en el Antiguo Testamento donde un hijo es identificado específicamente como "amado". Esto ocurre en una de las más conmovedoras historias de la Biblia, cuando Dios probó a Abraham pidiéndole sacrificar a su hijo Isaac. En su mandato a Abraham, Dios dijo: "Toma a tu hijo, tu único hijo -Isaac, a quien tanto amas- y ve a la tierra de Moria. Sacrifícalo allí como una ofrenda en uno de los montes, el que te indicaré" (Génesis 22:2). La expresión traducida como "a quien tanto amas" en realidad denota tanto la unicidad de Isaac como el amor de su padre por él. Cuando la Escritura Hebrea trata a alguien de "hijo amado", esto quiere decir a la vez "hijo muy amado" e "hijo único". Así, cuando Dios llamó a Jesús su hijo "amado" en su bautismo, esta palabra denotaba a la vez el profundo amor de Dios por Jesús y el estatus único de Jesús como el Hijo único de Dios.
Aunque la gente que oyó a la voz del cielo identificar a Jesús como el hijo amado de Dios ignoró probablemente los matices teológicos profundos, los primeros cristianos no lo hicieron, al rememorar el bautismo de Jesús. Desde su perspectiva, este acontecimiento anticipaba lo que después se haría mucho más manifiesto a la luz de su vida, muerte y resurrección. Jesús era el hijo único de Dios, Aquel que llamó a Dios "Padre", Aquel que fue el único capaz de revelar a Dios a la humanidad porque es, no sólo el Hijo de Dios, sino también, como escribió Juan, "Dios Hijo único" (Juan 1:18).
La historia de Abraham e Isaac en Génesis 22, de donde obtuvimos la connotación de "amado", ofrece un impactante paralelo con la historia de Jesús en el Nuevo Testamento. Se suponía que Abraham sacrificaría a su hijo, pero no lo hizo porque Dios lo detuvo y proveyó un carnero para el sacrificio. El hijo "amado" de Abraham fue salvado. Pero, como informa Juan 3:16, "Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna." Mientras que Isaac fue librado de la muerte, Jesús, como Hijo amado de Dios, murió para que la vida de Dios sea dada a la humanidad.
Después de todo lo anteriormente dicho, estoy listo para empezar a sacar algunas conclusiones.
Quizá la primera conclusión, un poco obvia, lo admito, es que no hay una respuesta simple a la pregunta de por qué los primeros cristianos llegaron a concebir a Jesús como divino. Supongo que alguien podría decir: "Bueno, él era divino, después de todo, y el Espíritu Santo se lo reveló a la iglesia primitiva. Ésta es su respuesta simple." En cierto nivel, creo que esto es cierto. Pero la manera en que el Espíritu Santo ha revelado la verdadera naturaleza de la identidad divina/humana de Jesús no es tan simple. No es como si un día hubiese caído del cielo una tabla de piedra gigante que proclama "Jesús es Dios". Más bien, la naturaleza plena y verdadera de Jesús se reveló a los primeros cristianos en una variedad de maneras y tiempos, cuando reflexionaban sobre la vida, enseñanzas, muerte y resurrección de Jesús a la luz del Antiguo Testamento.
Lo que está perfectamente claro en los registros históricos es que Jesús no fue considerado divino durante su vida terrena. Puede haber habido momentos en que sus seguidores sintieran la naturaleza divina de Jesús, como en la narración de Mateo 14, cuando él caminó a través de las aguas tormentosas y alcanzó la barca de los discípulos, después de lo cual el viento cesó. "Y los de la barca lo adoraron diciendo: `En verdad eres el Hijo de Dios'" (Mateo 14:33). Pero hasta este texto podría leerse sin connotaciones divinas, ya que ese "Hijo de Dios" era un título real y las gentes literalmente adoraban (se inclinaban ante) a los soberanos humanos. En cualquier caso, no tenemos evidencia de que los discípulos empezaran a considerar a Jesús como Dios inmediatamente después de este incidente. Esta idea llegó más tarde.
Pero no siglos más tarde, como pretende Dan Brown en "El Código Da Vinci". Ni siquiera muchas décadas más tarde. Comoquiera que Ud. piense acerca de la divinidad de Jesús, tiene que reconocer que la creencia en su divinidad llena las páginas de los escritos cristianos primitivos que conocemos. De hecho, como he mostrado en este artículo, desde los escritos cristianos más antiguos (las cartas de Pablo) tenemos evidencia de que unos creyentes aun anteriores (los judeo-cristianos de habla aramea) confesaban realmente que Jesús era el Señor, adorándolo y rezándole. Hacia el final del siglo primero, casi todos los cristianos creían que Jesús era, de algún modo, divino. Sí, hubo unos pocos marginales que sostuvieron que era solamente humano. Pero esta era una exigua minoría de entre los seguidores de Jesús. La mayoría de los cristianos heterodoxos, tales como los gnósticos, tendían a pensar de Jesús (o Cristo, en todo caso) como más divino que humano. Tenían problemas para aceptar la humanidad de Cristo, no su divinidad. Si se lee la historia de los debates cristológicos durante los primeros cuatro siglos, se encontrará que lo que se discutía no era habitualmente si Jesús era divino o no, sino más bien cómo es que era divino (y humano).
Entonces, pues, ¿qué llevó a los primeros cristianos, especialmente a los que habían conocido a Jesús como ser humano real, a creer que él era, también en sentido real, Dios encarnado? Podríamos señalar primero lo que Jesús hizo y dijo durante su ministerio terreno que indicaba su divinidad. El hecho de que Jesús curara a la gente milagrosamente y arrojara a demonios habrá demostrado a sus contemporáneos que él era un hombre poderoso, no Dios encarnado. Pero algunos de sus hechos portentosos, tales como caminar sobre las aguas o apaciguar la tormenta, habrá sugerido a sus seguidores que él era más que un mero mortal. Además, a diferencia de otros profetas judíos, Jesús hablaba, no en el nombre de Dios diciendo "esto dijo el Señor", sino como si él fuese Dios mismo.
Señaladamente, Jesús asumió la autoridad de perdonar pecados (Marcos 2:1-12). No sólo perdonó a quienes pecaron contra él personalmente. Más bien, perdonó los pecados de la manera reservada solamente a Dios. E hizo esto en forma independiente del Templo y sus sacrificios. Los oponentes de Jesús advirtieron claramente lo que implicaba el que Jesús perdonara a la gente: "¿Por qué habla así este hombre? ¡Es blasfemia! ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?" (Marcos 2:7). En el fondo esta es una de las principales razones de por qué mataron a Jesús. Al perdonar pecados, él denigraba implícitamente al Templo y se ponía a sí mismo en el lugar de Dios.
Así que, incluso durante su ministerio terreno, Jesús hablaba como si tuviera la autoridad propia de Dios. Obró maravillas que se pensaría que sólo Dios podía realizar. Y hasta perdonó pecados, algo reservado para Dios solamente. Pero Jesús no iba por ahí proclamándose Dios, sino anunciando la venida del reino de Dios. Por lo demás, casi todos, incluso sus más cercanos seguidores, pasaron por alto las implicaciones de sus palabras y acciones reveladoras de deidad mientras Jesús vivía.
Y está el no pequeño problema de la muerte de Jesús. Comoquiera que se haya pensado de él durante su corto ministerio, su muerte en la cruz habrá acabado con cualquier especulación acerca de su mesianismo humano, para no hablar de encarnación de Dios. De hecho, la muerte de Jesús -en una cruz, terrible entre lo terrible- habría sido el fin de su significación. Miles de judíos rebeldes fueron crucificados por Roma en tiempos de Jesús. Un Jesús crucificado no era sino una triste alma judía más que se enredó con la obsesión romana por el orden y la dominación.
Pero entonces vamos a la resurrección...
No importa cómo viviera Jesús, no importa lo que hubiera dicho o hecho, si hubiera muerto simplemente en una cruz como tantos otros judíos del siglo primero, entonces ése habría sido el triste final de su historia. Nosotros no habríamos oído nunca hablar de Jesús. Él ni siquiera habría sido una señal en la pantalla de radar de la historia antigua.
Pero la historia de Jesús no terminó con su crucifixión. Comoquiera que se explique el surgimiento del cristianismo, algo extraordinario motivó a los seguidores de Jesús para, no sólo recordarlo, sino proclamarlo como el Mesías judío, el Salvador del mundo, y -sí-, como Dios encarnado. Aun si se niega la historicidad de la resurrección -y un montón de historiadores lo hacen, sobre todo fundándose en que los muertos no regresan de la tumba- tiene que asumirse alguna experiencia extraordinaria que cambió a los seguidores de Jesús de ser un grupo de cobardes abatidos y derrotados a ser una de las máquinas de propaganda más eficaces de toda la historia humana.
Pero la explicación más sencilla del increíble surgimiento del cristianismo primitivo es la tradicional. Jesús, que fue crucificado en viernes, fue resucitado de entre los muertos el domingo. Una de las piezas de tradición más antiguas que tenemos afirma esta historia fundamental. En 1 Corintios 15:1-7, puso el esquema básico del evangelio cristiano en los mismos términos en que él lo había recibido. Helo aquí, en pocas palabras:
"Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y luego a los Doce" (vv. 3-5).
A esto añade Pablo una curiosa observación: "Después se apareció a más de quinientos hermanos y hermanas a la vez, de los cuales la mayor parte viven todavía, aunque algunos han muerto" (v. 6). No sabemos de esta aparición por ninguna otra fuente antigua. El argumento de Pablo parece ser: "Miren, montones de gentes vieron a Jesús vivo después de su muerte. Y, como saben, la mayoría están todavía vivos. Podéis preguntarles vosotros mismos acerca de la resurrección de Jesús."
Ciertos cristianos de índole más liberal, apoyados en los esfuerzos de algunos estudiosos del Nuevo Testamento, han tratado de explicar el surgimiento del cristianismo primitivo sin apelar a una real resurrección. Han argüído que el hablar de resurrección era simplemente una manera mítica o poética de referirse al surgir del espíritu de Jesús entre sus discípulos, o algo por el estilo. Pero esos intentos tienen que derrocar el significado obvio de los textos neotestamentarios. Además, carecen en absoluto de sentido en el contexto del judaísmo del siglo primero, como ha mostrado N.T.Wright conclusivamente en su épico tratamiento del tema, "La Resurrección del Hijo de Dios". Aunque los primeros cristianos podían estar equivocados, por supuesto, con seguridad ellos creyeron que Jesús había resucitado realmente después de haber estado realmente muerto. (No como Lázaro, sin embargo, que resucitó a la misma clase de existencia anterior. Más bien, Jesús entró a lo que podemos llamar una nueva realidad. Pablo usa la expresión de "cuerpo espiritual" mejor que "nueva realidad" en 1 Corintios 15.)
Posteriormente, en 1 Corintios 15, Pablo enfrenta el problema de los que niegan la resurrección de entre los muertos, incluso la resurrección de Jesús. "Si no hay resurrección de muertos", explica, "entonces Cristo no resucitó; y si Cristo no resucitó, entonces nuestra predicación ha sido en vano, y vuestra fe ha sido en vano" (vv. 13-14).
Quitad la resurrección del cristianismo primitivo, y todo lo que os queda es vanidad.
Ahora que, si han estado leyendo este artículo desde el comienzo, podrán preguntarse por qué estoy tratando tanto acerca de la resurrección. Después de todo, he rechazado antes el argumento que iba desde la resurrección de Jesús a su divinidad. Ahora parezco estar resucitando ese argumento (¡perdón!). ¿Qué pasa?
No estoy alegando que la resurrección de Jesús pruebe inmediatamente que era Dios. Los primeros cristianos no argumentaron así, ni creyeron así. Lo que la resurrección probó fue que Dios había vindicado a Jesús. Probó que el mensaje y el ministerio de Jesús no habían ocurrido para nada, sino que eran de hecho los medios por los que Dios traía su reino a la tierra. La resurrección mostró que Jesús no estaba lleno de fatuidad -o lleno de sí mismo- cuando perdonaba pecados, o cuando hablaba de su muerte como de un nuevo éxodo. Para los primeros cristianos, la resurrección fue el sello de aprobación de Dios para con Jesús.
Pero si, por lo tanto, Dios validó el ministerio de Jesús, entonces era correcto su hablar con la autoridad propia de Dios, y su perdonar los pecados sin recurrir al Templo, y su llamar a las gentes hacia él como si fuera la encarnación de la Sabiduría divina, etc. Así que, aunque no se deba saltar inmediatamente desde la resurrección a la divinidad, el camino desde la una hacia la otra quedó suficientemente claro para la gran mayoría de los primeros cristianos, como para creer que él era divino, a pesar de ser monoteístas fervientes.
Mediante las lentes de la Pascua, los primeros cristianos empezaron a ver cosas sobre Jesús que ellos no habían notado nunca antes en realidad. O si las habían notado, las habían aceptado simplemente como anomalías peculiares. Pero la resurrección a la vez aguzó su visión y profundizó el alcance de su vista en la verdadera naturaleza de Jesús.
Por ejemplo, aunque Jesús se encuentra dentro de la tradición profética de Israel, y aunque fue considerado un profeta por sus contemporáneos judíos (p. ej. Marcos 8:28), Jesús no se hizo eco del reclamo profético de autoridad: "el Señor dice". Esta frase, que aparece más de 700 veces en los escritos proféticos judíos, nunca se oyó en labios de Jesús. Él hablaba simplemente con autoridad, como si fuera el Señor mismo. Durante su ministerio terreno, este hablar tan directo asombró a los que lo escucharon y aumentó su popularidad (ver Marcos 1:27-28). Pero, después de su resurrección, los seguidores de Jesús empezaron a ver su autoridad a una nueva luz. Él hablaba como si fuera el Señor porque, de hecho, él era el Señor.
Igualmente, Jesús tenía la audacia de perdonar los pecados, no los pecados que le ofendían a él, sino los pecados en general. Antes de curar a un paralítico, por ejemplo, Jesús le dijo: "Hijo, tus pecados te son perdonados" (Marcos 2:5). Los escribas judíos que lo oyeron estaban indignados: "¿Por qué habla así este hombre? ¡Es una blasfemia! ¿Quién puede perdonar pecados sino solamente Dios?" (v. 7). Jesús explicó que él, como Hijo del Hombre, tenía esta autoridad (v. 10). Así que, o bien Dios delegó en el Jesús humano lo que Dios sólo podía hacer, perdonar el pecado humano, o Jesús perdonó el pecado porque era realmente Dios en forma humana. Los primeros cristianos escogieron esta segunda opción.
Según muchos entendidos sobre el Nuevo Testamento (y gran número de pseudo-entendidos), Jesús fue un "sabio", un hombre sabio en la tradición del maestro de sabiduría judío. No hay duda de que Jesús desempeñó este papel en cierta medida, aunque esto debe balancearse también con su ministerio profético. Pero Jesús fue más que un mero sabio. Como mostré antes, Jesús hablaba, no sólo como un humano inspirado por la sabiduría de Dios, sino también como la Sabiduría misma. (Recordar: la Sabiduría, en la tradición judía, es retratada como una compañera femenina del Señor). Los primeros cristianos recogieron esta idea y la desarrollaron, pintando a Jesús como la encarnación de la Sabiduría (ver, por ejemplo, Juan 1:1-18; Colosenses 1:15-20; Hebreos 1:1-14). Él era la Palabra/Sabiduría de Dios encarnada (Juan 1:14).
Jesús pretendió una intimidad con Dios sin precedentes.
Jesús asombró tanto a sus seguidores como a sus oponentes hablando de su relación con Dios en términos de extraordinaria intimidad. En lo que podemos saber, nadie antes de Jesús tuvo la audacia de dirigirse a Dios como "Padre" en oración, o referirse a Dios como "mi Padre". Pero Jesús lo hacía con desconcertante facilidad. Recuérdese su oración en Mateo 11:25-27:
"Te doy gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los sencillos; sí, Padre, porque así fue tu benevolencia. Todo me ha sido entregado por mi Padre; y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar."
Hay sólo un pequeño paso desde aquí a lo que Jesús dijo en Juan 10: "El Padre, que me las ha dado [mis ovejas] es mayor que todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno" (vv. 29-30). Así, en el prólogo a su evangelio, Juan describe a Jesús, no sólo como el Hijo de Dios, sino como "Dios Hijo único" (Juan 1:18).
Aunque fuera seguramente posible para Jesús, como mero mortal, tener profunda intimidad con Dios su Padre, la manera en que hablaba de Dios sugería que su relación iba más allá de la intimidad, hasta una especie de identidad. Y aun así, Jesús oraba a Dios su Padre. Pues Jesús, como Dios Hijo, no era el mismo ser que Dios Padre. En el Nuevo Testamento encontramos las simientes que germinaron posteriormente en la teología trinitaria plenamente desarrollada.
La muerte y resurrección mostraron que Jesús era el Divino Salvador.
Como expliqué anteriormente, la confesión cristiana primitiva de Jesús como Salvador condujo pronto a la conclusión de que él era Dios. El silogismo es obvio:
Jesús, mediante su muerte y resurrección, nos salvó de nuestros pecados.
Por lo tanto es el Salvador.
Pero sólo Dios es el único Salvador.
Por lo tanto, Jesús es Dios.
Por supuesto, este silogismo exacto no se encuentra en las páginas del Nuevo Testamento. Pero su lógica convenció a los rimeros cristianos, la mayoría de los cuales eran judíos monoteístas, de que Jesús no era sólo un Mesías humano, sino Dios con nosotros, Emmanuel. (Por cierto, esta misma lógica motivó también la búsqueda cristológica posterior. El hecho de que Jesús salvara a la humanidad significaba que tenía que ser a la vez Dios y humano).
He mencionado varios factores clave para el descubrimiento de la divinidad de Jesús por parte de los primeros cristianos. Son los siguientes
Jesús hablaba con la autoridad propia de Dios.
Jesús perdonaba pecados como si él fuera Dios.
Jesús asumía la representación de la Sabiduría Divina.
Jesús pretendía una intimidad sin precedentes con Dios.
La muerte y la resurrección mostraron que Jesús era el Salvador Divino.
Estos factores, vistos a la luz de la resurrección, manifiestan la divinidad de Jesús.
La influencia de la cultura greco-romana reconsiderada.
Anteriormente resumí uno de los argumentos más comunes que intenta explicar por qué se ha considerado divino a Jesús. Este argumento señala a la influencia de la cultura greco-romana sobre el cristianismo. Los primeros cristianos eran monoteístas que pensaban en Jesús sólo como en un hombre inspirado, alegan los partidarios de este argumento, pero cuando el cristianismo se expandió por el Imperio Romano, donde se cruzaba frecuentemente la línea entre lo divino y lo humano, Jesús fue divinizado. Esto comenzó a ocurrir en las últimas décadas del siglo primero, y se completó en el siglo cuarto.
Este argumento parece plausible hasta que se examina la evidencia. Como mostré previamente, la mejor evidencia que tenemos indica que los primerísimos cristianos empezaron a hablar de Jesús como si fuera, no sólo un hombre inspirado, sino el Señor mismo. Además lo adoraban y le rezaban. Esto pasó dentro de diez, o a lo más quince, años después de la muerte de Jesús. Y no ocurrió en el ámbito ideológico greco-romano, sino dentro de los confines del fiel judaísmo monoteísta. Así que esa teoría de una deificación de Jesús tardía, de inspiración pagana, simplemente no se ajusta a los hechos históricos.
Si se requirieran más pruebas de que el descubrimiento de la naturaleza divina de Jesús ocurrió dentro de una cosmovisión predominantemente judía, sólo se necesita revisar los puntos que he tocado anteriormente. Sólo en el contexto del judaísmo ocurre que el discurso autoritario de Jesús, su perdón de los pecados, su adopción del ethos de la Sabiduría, y su intimidad sin precedentes con Dios Padre, apuntan a su identidad divina. (No tengo espacio aquí para discutir muchas de las otras formas en que Jesús habló y actuó como si fuera, no sólo el ungido del Señor, sino el Señor mismo. Como ha mostrado N.T.Wright en sus voluminosos escritos sobre Jesús, Jesús actuaba como si él estuviera cumpliendo las esperanzas proféticas del Antiguo Testamento, centradas en la vuelta del Señor a Sión y la restauración de Israel. En sentido amplio, Jesús estaba haciendo lo que el Señor, mediante los profetas hebreos, había prometido hacer él mismo.)
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