Dios en Creación
XII.T. "El Espíritu Cósmico", del capítulo IV del libro: "Dios en la creación" de Jürgen Moltmann
(Traducido del inglés)
(...)
La narración bíblica de la creación empieza ampliando su afirmación inicial respecto de la creación por Dios del cielo y la tierra, explicando que "El Espíritu de Dios aleteaba (es decir, incubaba) sobre las aguas" (Génesis 1.2). Esta explicación fue raramente tomada en cuenta en la interpretación teológica. Pero se entiende que indica que el divino Espíritu (ruah) es el poder creador y la presencia de Dios en su creación. La creación entera es una tela tejida por el Espíritu, es pues una realidad a la cual el Espíritu da forma.
¿Qué significa la inmanencia de Dios en el mundo por el Espíritu para nuestra concepción del mundo como creación de Dios? ¿Cuáles son los criterios para percibir al Espíritu Creador en la naturaleza? Para distinguir la idea de creación en el Espíritu de toda noción "espiritualista" y animista, debemos partir teológicamente de la revelación y experiencia del "Espíritu Santo" en la iglesia cristiana, y deducir de ahí la presencia y la eficacia de "el Espíritu" en la creación.
(a) La primera experiencia del Espíritu Santo en la fe cristiana es la experiencia de "el poder del Espíritu": el creyente nace de nuevo del Espíritu (Juan 3.5); es una criatura nueva en Cristo (II Corintios 5.17).
(b) La segunda experiencia del Espíritu Santo es igualmente primordial. Es la experiencia de comunidad en lo social, lo religioso, y las limitaciones naturales de otro modo insuperables; en el Espíritu, judíos y gentiles, griegos y bárbaros, amos y esclavos, mujeres y hombres, devienen "uno" (Gálatas 3.28); es decir, son "un solo corazón y alma" y tienen "todo en común" (Hechos 4.31-35).
(c) Tan primordial, otra vez, como esta experiencia comunitaria es la experiencia de la particularidad de cada vocación personal, y de cada don personal del Espíritu: a cada uno lo suyo. Hay muchos dones del Espíritu, pero sólo un Espíritu (I Corintios 12).
(d) Finalmente, en estas experiencias de la presencia del Espíritu Santo, la esperanza está garantizada, porque el futuro es anticipado -el futuro de la nueva creación: el renacer del cosmos a la gloria, la santa comunidad de creación que une a todas las criaturas separadas, y la directa comunión con Dios de la creación unificada en Cristo y renovada en el Espíritu.
Según la visión mecanicista del mundo, las conclusiones relativas a los sistemas complejos se obtienen generalmente a partir de los simples; las relaciones entabladas dentro de los sistemas complejos son reducidas a condiciones en sistemas más simples y recontruidas entonces desde ahí. Aquí tomaremos el curso inverso. A partir de ciertas experiencias humanas de Dios y de complejas relaciones con Dios, sacaremos ciertas conclusiones acerca de condiciones humanas y naturales. Nuestra premisa es el principio de que el sistema más complejo explica al más simple, porque es capaz de integrarlo; no viceversa.
Si partimos de este principio,descubrimos los siguientes modos en que el Espíritu cósmico opera en la naturaleza:
(a) El Espíritu es el principio de creatividad en todos los niveles de la materia y la vida. Él crea nuevas posibilidades, y anticipa en ellas los nuevos diseños y "moldes" para los materiales y los organismos vivientes. En este sentido, el Espíritu es el principio de evolución.
(b) El Espíritu es el principio holístico. En cada etapa evolutiva, Él crea interacciones, armonía en estas interacciones, compenetración mutua, y por consiguiente una vida de co-operación y comunidad. El Espíritu de Dios es el "Espíritu común" de la creación.
(c) Esto quiere decir que, en un sentido igualmente primordial, el Espíritu es el principio de individuación, el principio que diferencia los "patrones funcionales" particulares de la materia y la vida en sus diversos niveles. Auto-afirmación e integración, auto-preservación y auto-trascendencia, son los dos aspectos del proceso de evolución de la vida. No se contradicen mutuamente. Se complementan el uno al otro.
(d) Finalmente, todas las creaciones en el Espíritu son "abiertas" en cuanto a su intención. Están dirigidas hacia su futuro común, porque están todas, cada una a su manera, enfiladas hacia sus potencialidades. El principio de intencionalidad es inherente en todos los sistemas abiertos de materia y vida.
Cuando decimos que el Espíritu Creador impregna el mundo, queremos decir que vemos a cada individuo como parte del todo, y a cada cosa limitada como una representación de lo infinito. Todas las cosas creadas son individuaciones de la comunidad de la creación y manifestaciones del Espíritu divino.
Cuando decimos que el Espíritu Creador de la creación habita en cada criatura individual y en la comunidad de la creación, queremos decir que la presencia de lo infinito en lo finito infunde a cada cosa finita, y a la comunidad de todos los seres finitos, con auto-trascendencia. No hay otra manera de concebir la presencia de lo infinito en lo finito, si lo infinito no debe destruir a lo finito, ni lo finito a lo infinito.
¿Podemos encontrar algunas claves en la tradición cristiana, para hacer esta trasferencia de la percepción del Espíritu Santo a la fe en el Espíritu de la creación?
Pablo utiliza la palabra pneuma en un doble sentido, para el Espíritu de Dios y para el espíritu humano: "El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para testimoniar que somos hijos de Dios" (Romanos 8.16). "El espíritu humano" no se refiere a un principio espiritual superior, o a cierta cumbre mística del alma. Quiere decir el centro del ser entero, personal, corporal y espiritual -la totalidad psicosomática de la persona. Esto puede ya percibirse en el yo humano, en tanto este yo es el "yo viviente" de la mente y del propósito de la voluntad. Con la expresión pneuma, Pablo quiere decir un "yo" que "puede devenir objeto de sí mismo, [tiene] una relación consigo mismo [y] vive en su intencionalidad."
Pablo expresa esta estructura de auto-diferenciación e intención de auto-trascendencia con el término "ansia" o "anhelo". La encuentra primero entre los creyentes, que "tienen las primicias del Espíritu" (Romanos 8.23). Ellos ansían ser hijos de Dios y esperan la redención corporal. En segundo término, la encuentra en la creación entera que espera ansiosamente (Romanos 8.19sig.). La creación espera "la revelación de los hijos de Dios" y ansía, pues, junto "con nosotros" (Romanos 8.22). Finalmente, percibe en el mismo Espíritu Santo "un anhelo inefable" (Romanos 8.26). Así que lo que los creyentes experimentan y perciben en el Espíritu Santo revela la estructura del Espíritu de creación, el espíritu humano, y el Espíritu en la entera creación no-humana; porque a esto corresponde su experiencia. Lo que los creyentes experimentan en el Espíritu Santo los lleva a solidarizarse con todas las otras cosas creadas. Ellos sufren con la naturaleza bajo el poder de la transitoriedad, y esperan por la naturaleza, aguardando la manifestación de la libertad.
Si el Espíritu es la presencia de Dios inmanente en el mundo, ¿no tendríamos entonces que hablar de una kenosis del Espíritu?
La historia del Logos y la historia del Espíritu de Dios han sido vistas a menudo como paralelas entre sí en teología, y hasta fueron vistas como entretejidas una a la otra. Pero se hizo una clara distinción entre la encarnación del Logos y la inhabitación del Espíritu. La Palabra "se hizo carne" pero el Espíritu "mora en". Si mantenemos esta útil distinción dogmática en mente, podemos -y en realidad debemos- hablar de una kenosis del Espíritu.
El Espíritu no es uno de los poderes de Dios. Según la concepción cristiana y trinitaria, es Dios mismo. Si Dios se compromete con su creación limitada, y Él mismo habita en ella como "el dador de vida", esto supone una auto-limitación, una auto-humillación y una auto-renuncia del Espíritu. La historia de la creación sufriente, que está sujeta a la transitoriedad, entraña pues una historia de sufrimiento del Espíritu que habita en la creación. Pero el Espíritu que habita en la creación torna la historia de sufrimiento de la creación en una historia de esperanza. "La presencia del Espíritu de creación genera la esperanza de las cosas creadas en la diferencia entre la vida y el sufrimiento".
Esta visión teológica de la historia de la naturaleza y de la historia de la humanidad, como historia divina del Espíritu, ¿es del todo sostenible, en vista de las aberraciones de la evolución, y de la historia de los crímenes humanos y las catástrofes? Si el mundo estuviera completa y enteramente dejado de Dios y abandonado por el Espíritu, habría recaído en la nada (Salmo 104.29); habría dejado de existir. Pero el mundo existe, si bien en una condición que no puede decirse que esté de acuerdo con Dios. Así que, en la historia de sufrimientos de la naturaleza y de los seres humanos, tenemos que discernir las ansias inefables del Espíritu inmanente, y la sufriente presencia de Dios. Esta percepción es a la vez una percepción de la auto-trascendencia del Espíritu inmanente, de su tormento y de su anhelo en la materia. Es, por lo tanto, también la percepción de las dimensiones cósmicas de la esperanza del mundo.
¿Conduce la idea del Espíritu Creador inmanente al panteísmo del Alma del Mundo "omnipresente"?
Si todas las criaturas son urdimbre y trama del mismo Espíritu divino, entonces ¿no está todo "relacionado en su corazón", como sostenía el Romanticismo alemán? ¿No significa esto que todas las cosas son igualmente divinas? ¿Es el panteísmo -ya sea en la forma filosófica mantenida por Spìnoza, o el misticismo del Tao chino- una verdadera ayuda para combatir la destrucción de la naturaleza en nuestros días?
Heinrich Heine apuntó un juicio pertinente sobre la cuestionabilidad del panteísmo de la época de Goethe: "Es verdad desgraciadamente", escribía, "y tenemos que admitirlo, que el panteísmo ha vuelto indiferente a la gente. Han llegado a pensar que si todo es Dios, entonces el propio interés personal es con seguridad algo indiferente. No importa si un hombre se ocupa de nubes o de joyas antiguas, de canciones folclóricas o de la anatomía de los simios, de la gente ordinaria o de los actores cómicos. Pero aquí es donde está el error: todo no es Dios; Dios es todo. Dios no se manifiesta en el mismo grado en todas las cosas. Al contrario, se manifiesta de manera diferente en cosas diferentes, y la tendencia a alcanzar un mayor grado de infinitud es inherente a todas las cosas; esta es la gran ley del progreso en la naturaleza."
Al decir esto, Heine apuntaba a la diferencia entre el pan-en-teísmo y el panteísmo. Mientras que el simple panteísmo hace indiferentes a todas las cosas, el panenteísmo es capaz de diferenciación. Mientras que el simple panteísmo ve meramente la presencia divina eterna, el panenteísmo es capaz de discernir la futura trascendencia, la evolución y la intencionalidad.
Pero el panenteísmo diferenciador no es capaz de ligar la inmanencia de Dios en el mundo con su trascendencia respecto de él. Esta es la ventaja de la doctrina trinitaria de la creación en el Espíritu y del Espíritu Creador que habita en la creación. Esta doctrina ve a la creación como una red dinámica de procesos interconectados. El Espíritu los diferencia y los enlaza. El Espíritu preserva y conduce a las cosas vivientes y a sus comunidades más allá de sí mismas. Este Espíritu Creador inmanente es fundamental para la comunidad de la creación. No son las partículas elementales lo básico, como mantiene la cosmovisión mecanicista, sino la armonía global de las relaciones y de los movimientos de auto-trascendencia, en los que encuentra expresión el ansia del Espíritu por una consumación todavía no alcanzada. Si el Espíritu cósmico es el Espíritu de Dios, el universo no puede verse como un sistema cerrado. Debe ser entendido como un sistema abierto -abierto a Dios y a su futuro.
<pág.ant._____________________________________________________________________________________________pág.sgte>
|