Orígenes
XII.I.           Orígenes:   La gran síntesis de Antigüedad Clásica y Cristianismo - De "Grandes Pensadores Cristianos", de Hans Küng

1.      El nuevo reto
Cuando nació Orígenes, hacia el año 185, el cristianismo era todavía una pequeña minoría dentro del Imperio romano. Nadie habría imaginado entonces que, pasados poco más de 150 años, sería ya la Iglesia del Imperio. Pues el gobierno imperial, que en el siglo I, bajo Nerón, había iniciado una persecución, pasajera y de localización limitada, de cristianos (de la que fue víctima Pablo), iba a entablar ahora un combate a vida o muerte con la comunidad cristiana. ¿Quién saldría vencedor? Muy pocos ponían en duda, a finales del siglo II y principios del III, que triunfaría el Imperio.

Pero no nos llamemos a engaño: el ser una minoría no quería decir entonces que el cristianismo careciese de influencia. El inglés Henry Chadwick, historiador de la Iglesia, lo ha señalado con razón: fue precisamente el filósofo alejandrino Kelsos (Celso), que había intentado justificar, desde una perspectiva filosófico-teológica, la religión tradicional politeísta estatal romana, quien, al parecer, también echó de ver antes que nadie la pujanza del joven cristianismo: «que esa comunidad apolítica, quietista y pacifista, tenía en su mano la transformación del orden social y político del Imperio romano».

 

¿¡El cristianismo como fuerza subversiva, revolucionaria!? Pero se necesitaba la mente más capaz de la Iglesia para reaccionar adecuadamente al reto de esa nueva filosofía pagana. Con Orígenes, de la ciudad egipcia de Alejandría, gran centro cultural, poseyó entonces la Iglesia esa mente lúcida. Orígenes: un teólogo brillante y muy celebrado, pero también muy cuestionado.

En la historia de la teología, se le ha atribuido durante siglos una importancia secundaria. No en vano fue tachado de hereje, no en vano fue condenado en Oriente y se vio eclipsado en Occidente por Agustín y Tomás de Aquino. En el ámbito católico alemán fue Hans Urs von Balthasar quien insistió enérgicamente en que Orígenes fuese puesto a la altura de Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, confiriéndole así el lugar que le corresponde históricamente: con pleno derecho. Otros, como el teólogo protestante Adolf von Harnack, le habían otorgado ese lugar hacía ya mucho tiempo.

 

              ¿Mas por qué ejerció Orígenes tal fascinación en un teólogo católico como Balthasar (quien, lamentablemente, promovió en los años setenta y ochenta la política anticonciliar romana)? Porque en los años treinta y cuarenta Balthasar, Henri de Lubac y sus amigos del centro jesuita de La Fourviére, de Lyon, llegaron a socavar, gracias a esa tradición griega, el predominio casi absoluto de la neoescolástica romana en la Iglesia católica de aquellos tiempos. Ninguno de los grandes teólogos, desde los capadocios hasta Agustín, Dionisio, Máximo, Escoto Eriúgena y Eckhart, dice Balthasar, pudo «substraerse a la casi mágica fuerza de atracción del -así le llamaban- "hombre de acero"», y algunos se dejaron seducir totalmente por él: «Si se le quita a Eusebio el brillo origenista, lo que queda es un dudoso teólogo semiarriano y un diligente historiador. Jerónimo le copia, pura y simplemente, cuando comenta la Escritura, e incluso cuando, duro y colérico exteriormente, ya había roto las cadenas y renegado de los vínculos que le mantenían atado al maestro. Basilio y Gregorio Nacianceno recopilan con entusiástica admiración los más seductores pasajes de los innumerables escritos de aquél a quien retornaron a lo largo de toda su vida, siempre que la lucha diaria les daba unos instantes de reposo; Gregorio de Nisa se vio seducido aún más hondamente por él. A través de las obras de los capadocios llega, casi intacto, a Ambrosio, quien, sin embargo, lo conoce también de primera mano y hace extractos de su obra: algunas de sus lecturas del breviario (como también, por supuesto, muchas de Jerónimo y de Beda) son textos, prácticamente sin modificar, de Orígenes».

 

Alejandría, ciudad del saber, ciudad de la filosofía: allí, cuando Orígenes se forma y empieza a pensar como cristiano, comienza a desarrollarse la última gran filosofía griega: el neoplatonismo de Plotino. Ambos, el cristiano Orígenes y el pagano, unos veinte años más joven, Plotino (aproximadamente 205-270), fueron discípulos del filósofo platónico (o pitagórico) Amonio Sacas. Pero -por lo que sabemos- no llegaron a conocerse personalmente. Cuando Plotino inauguró en Roma, en el año 244, su escuela filosófica neoplatónica, Orígenes lleva viviendo más de diez años en Cesárea, capital de la provincia de Palestina. Cuánto le hubiese gustado enseñar también en Roma, donde está documentada una estancia suya de varios meses hacia el año 215, o también en Atenas, adonde viajó en los años 232 y 245.
¿Qué sabemos de su persona y de su obra? Sobre Orígenes estamos mejor informados que sobre ningún otro teólogo anterior a Agustín. No sólo por fuentes autobiográficas, o sea por testimonios que Orígenes dejó de sí mismo, sino también por teólogos como Pánfilo, por el discurso de acción de gracias de Gregorio (¿Teodoro?) y por el historiador de la Iglesia Eusebio: y aunque en todo ello surjan problemas de cronología, puede tomarse como guía el reciente y sólido trabajo, de fundamental importancia, de Pierre Nautin.




2          El mártir frustrado

En Alejandría, un hombre ya había preparado intelectualmente el terreno: Tito Flavio Clemente, quien enseñó en Alejandría seguramente desde el año 180. De formación clásica y siendo, como era, un gran viajero, aquel maestro cristiano, que amaba la libertad, había recorrido antes de Orígenes el camino intermedio entre la herejía gnóstica y la ortodoxia estéril. Clemente estaba convencido de que, aun manteniendo la distancia con el paganismo, aun adoptando una actitud crítica frente a su filosofía y su literatura, se podía aprender muchas cosas verdaderas del pensamiento griego, en especial de Platón y también, pese a su frivolidad, de ciertos poetas. Fe y conocimiento, vida cristiana y cultura griega no tienen por qué ser términos opuestos. Antes bien, el «gnóstico cristiano» reúne ambas cosas en una síntesis racional. No hay que rechazar la filosofía griega, ni tampoco hay que recurrir a ella sólo en caso de necesidad, como hacen los apologistas Ireneo y Tertuliano, con el fin de defender la posición cristiana. Sino que esa filosofía es útil para clarificar intelectualmente la fe cristiana y ahondar en ella. Más aún: lo mismo que la ley para los judíos, la filosofía es para los griegos precursora de Cristo. Fe cristiana, que es siempre el fundamento, y clarificación del mensaje cristiano a la luz de la tradición filosófica de los griegos: ambas cosas van a la par.

 

Pero Clemente de Alejandría quiere más. Él no quiere ser sólo -como Justino, el filósofo y mártir cristiano,de comienzos del siglo II- apologista. Sino que quiere hacer comprender, desde un punto de vista positivo-teológico, el mensaje cristiano, cosa que él lleva a cabo en su libro "El pedagogo", que pronto se convierte en un manual de ética cristiana, muy apreciado por los seglares, dotado de consejos prácticos sobre cómo comportarse cristianamente en todas las situaciones posibles de la vida. Cristo es el gran pedagogo de todos los redimidos: tal es el pensamiento base de este libro, que no propugna un ideal rigurosamente ascético de vida cristiana, sino que mantiene una posición positiva, en principio, respecto a la creación y sus dones, incluida la sexualidad. En cualquier caso, a la luz del mensaje cristiano todo puede adquirir la medida adecuada. Pero Clemente tiene que abandonar pronto Alejandría. Quizás tuvo que eludir, en los años 202-203, una persecución de cristianos, bajo Septimio Severo, pero tal vez tuviera también dificultades con su obispo. Comoquiera que fuere, Clemente se vio obligado a emigrar a Jerusalén y a Asia Menor, donde muere ya antes del año 205, nadie sabe exactamente dónde.

 

Ideas básicas de Clemente se hallan, a su vez, en Orígenes, quien, a pesar de su nombre egipcio («hijo de Horo»), proviene de una familia cristiana y acomodada de Alejandría. Y sin embargo, la actitud esencial de fondo de Orígenes es mucho más seria que la de Clemente. ¿Por qué? Porque Orígenes, el mayor de siete hermanos, a los diecisiete años recién cumplidos vive una experiencia traumática que fijará de una vez para siempre el rumbo de su vida: su padre, que le ha dado estudios e inculcado firmes convicciones cristianas, es apresado a causa de su fe. Más aún: su padre es torturado y decapitado públicamente, los bienes de la familia confiscados...
Pero Orígenes tiene suerte en la desgracia. Una mujer rica y cristiana -aunque algunos ponen en duda su ortodoxia- le acoge en su casa y él puede proseguir los estudios. Concluida su formación literaria y teniendo que dar de comer a su madre y a sus hermanos, abre una escuela privada de gramática y sigue estudiando -ahora seguramente con el célebre Amonio Sacas- filosofía. En los años 206-210 hay una nueva persecución, durante la cual el obispo Demetrio y la mayor parte del clero de Alejandría se quitan discretamente de en medio.

El joven Orígenes se comporta de modo diferente: el «hijo de mártir», en lugar de esconderse lleno de miedo, sigue dando intrépidamente sus clases. Sus discípulos -aspirantes al bautismo- acaban de decidirse, animados por el ejemplo de los mártires, a aceptar la fe cristiana. Orígenes mantiene en pie su moral y se ocupa de los encarcelados y de los condenados a muerte, y ello con tal intensidad que acaba por tenerse que esconder él también. Experiencias transcendentales de ese género son las que forman a una persona para toda la vida: ya en edad juvenil, Orígenes es no sólo un extraordinario maestro sino también un líder espiritual.

 

Después de la persecución, Orígenes reanuda en Alejandría las clases de gramática y la enseñanza de la doctrina cristiana, y a su vuelta, el obispo aprueba sin restricciones su actividad. Sin embargo, después de una especie de «conversión» religiosa, clausura la escuela de gramática y vende su biblioteca de literatura profana. ¿Por qué? Para dedicarse totalmente a la enseñanza y sistematización de la filosofía cristiana y al estudio de la Escritura. En su escuela catequética, pronto famosa, reorganiza las clases dividiéndolas en cursos elementales y avanzados. Todas las ciencias humanas, incluidas la lógica, las matemáticas, la geometría, la astronomía y luego la ética y la metafísica, deberían estar al servicio de la teología y de una comprensión más amplia de la palabra de Dios. Una empresa verdaderamente ecuménica que pone de relieve cuan abierto era el pensamiento de Orígenes y que incluye a cristianos, no cristianos y gnósticos.

 

Sin embargo hay que imaginarse a Orígenes, marcado por el martirio de su padre, como a un mártir frustrado (H. von Campenhausen). Esa actitud se pone de manifiesto en su riguroso ascetismo: renuncia al matrimonio, ayuno, oración, lecho duro, sueño escaso; en eso era muy distinto de Clemente. Pero también se trasluce esa actitud en su apasionada dedicación a la teología, que él ve, seguramente, como único sustitutivo de ese inalcanzado y ahora sublimado martirio. Hay un hecho que pone de manifiesto hasta qué punto aquel joven de veinticinco años, que llevaba el sobrenombre de «Adamantios» («de acero»), interpretaba radicalmente el seguimiento de Cristo: tomando al pie de la letra el elogio que hace Jesús de los «castrados por el reino de los cielos», Orígenes se hace castrar (ya entonces una operación sin importancia) secretamente por un médico. Posteriormente, se utilizará tal hecho para atacarle, incluso cuando él ya se había distanciado serenamente de aquella interpretación literal de la Escritura.

 

¿Quién era aquel Orígenes, en cuyo pecho ardía el oculto fuego de la Escritura? ¿Un extático? El nunca habló de experiencias extáticas. ¿Un místico? A juzgar por lo que sabemos, no fue un místico en sentido estricto, un hombre con la experiencia de la unión mística. Pero una cosa era, en cualquier caso: un pedagogo de alta espiritualidad que conducía a Cristo, un «caudillo de almas» teológico, como podríamos decir con una expresión un poco anticuada. Pues con su vida y su doctrina del ascenso interior gradual del alma a Dios preparó, indudablemente, el camino de la honda experiencia espiritual. A partir de Orígenes, la continencia ya no es algo que concierne a la etapa postmatrimonial de las personas «maduras», sino el ideal de una juventud que da un giro radical a su forma de pensar. De esa manera, Orígenes se convierte en el ideal del monacato ascético, que, como sabemos, no empezó en la primitiva comunidad cristiana de Palestina, sino en el desierto egipcio, en los siglos III/IV, con Antonio y Pacomio. Pero Orígenes no es enemigo de la ciencia, como muchos monjes después de él, sino todo lo contrario.




3           El primer modelo de una teología científica

Orígenes se convierte también en el modelo de una teología científica, que él no realiza por mero «academicismo» sino llevado de una actitud pastoral frente al hombre creyente. Lo que a él le interesa ante todo no es un método o un sistema, sino las actitudes fundamentales del hombre ante Dios, y la vida basada en el espíritu cristiano. Orígenes era insaciable en su anhelo de saber, poseía una cultura universal y una inmensa capacidad de trabajo. El repertorio de sus obras, realizado por Eusebio, contabilizaba, al parecer, dos mil «libros». El conjunto de su trabajo tenía una clara meta; ya desde el primer momento se dedicó apasionadamente a la teología con la intención de conciliar definitivamente cristianismo y helenismo, o mejor: de incorporar el helenismo al cristianismo, aunque, evidentemente, la cristianización del helenismo había de tener como consecuencia la helenización del cristianismo. Así, la teología de Orígenes no significa un cambio de paradigma, pero el paradigma pagano-cristiano-helenista iniciado por Pablo alcanza su consumación teológica. ¿Que quiere decir consumación?

 

Orígenes fue un cristiano convencido, pero siguió siendo totalmente heleno, como lo atestigua, con admiración e irritación a un tiempo, Porfirio, el biógrafo de Plotino: heleno y cristiano, cristiano y heleno. Era pacifista y rechazaba para los cristianos el servicio militar, pero guardaba fidelidad (excepto en materia de fe) a la autoridad estatal. Él fue quien creó, quien encarnó incluso, el primer modelo de una teología científica, que tendría en todo el mundo antiguo, tanto en Oriente como en Occidente, inmensa repercusión. Se puede incluso decir con plena justificación que Orígenes fue el único auténtico genio entre los Padres de la Iglesia griega. Doctor y confesor a la vez, fue el admirado prototipo del maestro cristiano, de honda formación científica, y del líder espiritual. De un modo crítico-constructivo, aquel genio universal, que encontraba por doquier cosas de valor, intentó elaborar todos los enfoques teológicos habidos hasta entonces, incluidos los de la gnosis. Así, Orígenes resultó ser el mediador cultural por excelencia; sin ser, como sí lo fue al fin y al cabo en gran medida su predecesor Clemente, un ingenioso diletante, sino el primer sabio cristiano rigurosamente científico, más aún, el sabio más grande de la antigüedad cristiana: según el juicio unánime de los patrólogos, el descubridor de la teología como ciencia. Por eso tiene razón el patrólogo francés Charles Kannengiesser cuando afirma: «Orígenes estableció la práctica adecuada a ese género de teología, y estableció la teoría metodológica, de la que estaba necesitada esa práctica. A uno no le queda sino preguntarse si la creación de un nuevo paradigma tiene que traer siempre consigo tanta renovación como trajo la creatividad de Orígenes».

 

Sea como fuere: perteneciendo de corazón a la comunidad cristiana pero en constante diálogo con los sabios paganos y cristianos de su tiempo. Orígenes supo abrir, a base de un lenguaje matizado e inteligible, nuevas vías; y todo ello ya muy pronto y con gran osadía, para ahondar desde la perspectiva de la teología sistemática en el mensaje bíblico. Probablemente como reacción a una crítica cada vez más manifiesta, deja de trabajar en un monumental comentario del Génesis para resumir sus ideas teológicas en un gran esbozo sistemático, que por su idealismo estaba inspirado en Platón y por su carácter evolutivo, en la Estoa.
"De los principios" (gr. Peri arjón, lat. De principiis) es el nombre de esa obra, y trata de los principios fundamentales del ser, del conocimiento, de la doctrina cristiana. Pero es esa misma obra la que, debido a algunas tesis peculiares (por ejemplo, sobre la preexistencia de las almas), desencadena abiertamente la polémica en torno a Orígenes y es causa de que se le tache -incluso después de muerto- de hereje y de que, finalmente, se le condene: con consecuencias catastróficas para el conjunto de su obra, de la que sólo nos han llegado fragmentos (el Peri arjón a través, sobre todo, de la traducción latina de Rufino). Y, sin embargo, el propio Orígenes había hecho una distinción muy exacta entre los dogmata de la tradición cristiana, que había que respetar, y los problemata, las cuestiones no resueltas, que se podían discutir; para encontrar una solución a estas últimas, él ya había deseado y practicado, frente a los obispos, libertad de pensamiento para el teólogo. Peri arjón es, por otro lado -visto desde una perspectiva histórica- un documento elocuente sobre la consumación del paradigma paganocristiano-helenista, sobre la reconciliación, que Orígenes encarna como ningún otro antes de él, entre cristianismo y helenismo. ¿En qué consiste tal reconciliación?




4           Reconciliación de cristianismo y helenismo: una visión de la totalidad

Fiel al programa de Clemente, su predecesor, Orígenes intentó aunar fe cristiana y cultura helenística, de manera que el cristianismo apareciese como la más perfecta de todas las religiones. ¿Cuál es la base de su sistema doctrinal? La sagrada Escritura, interpretada, ciertamente, conforme a la tradición de los apóstoles y de la Iglesia. Así surge no tanto una «primera dogmática» cuanto una primera «doctrina de la fe cristiana», en la que para Orígenes constituye un signo de la verdad la coherencia del tratado sobre temas diferentes. ¿De qué trata concretamente el escrito "De los principios"? Mencionemos solamente algunas ideas centrales. Punto de partida de la teología de Orígenes es el esquema platónico-gnóstico de la caída y el resurgimiento, y la división general en idea eterna y manifestación temporal. Sólo se puede entender a Orígenes si se tiene en cuenta que para él la cuestión del origen (y por ende, del ser) de logos, espíritu, ser espiritual -se la podría denominar «cuestión alfa»- está en el primer plano de su interés teológico, como en los gnósticos, pero sin el simbolismo sexual, las mitologías y las extravagancias gnósticas. Así se explican las cuatro partes («libros») de su obra, en las que Orígenes presenta la totalidad del cristianismo en tres grandes líneas de pensamiento: Dios y sus revelaciones, la caída de los espíritus creados, la redención y restauración de todo (la parte cuarta trata de la interpretación alegórica de la Escritura). A partir de los «Elementos y fundamentos» centrales del cristianismo, Orígenes elabora «un conjunto coherente y orgánico»: una gran síntesis que no se ve desmentida, sino confirmada, por el pensamiento griego. Veamos, también aquí, únicamente los conceptos básicos más importantes:

Concepto 1: Dios. Centro evidente de la teología, Dios no viene entendido, a la manera antropomórfica, como superhombre, sino como lo Uno y Vivo por excelencia, el espíritu puro, absolutamente trascendente, incomprensible, que sólo es posible nombrar negativamente o con superlativos. Él es el Único (contra cualquier politeísmo), y es también el buen Dios-Creador que todo lo dirige a través de su providencia (contra la gnosis y contra Marción, que admiten un demiurgo independiente, por debajo o incluso al lado del sumo Dios).
Concepto 2: Logos. El logos es el mismo Dios y a la vez una especial hipo-stasis (la equivalencia latina es equívoca: sub-stantia). Desde toda la eternidad, es constantemente engendrado por Dios Padre (Dios mismo = autótheos}, como hijo, siendo imagen perfecta de éste y al mismo tiempo la encarnación de las ideas y de toda verdad. Sin embargo, el logos sigue siendo Dios mismo, y, por más que sea «una misma esencia» con él (homoúsios), está claramente subordinado en tanto que «segundo Dios» (deúteros theós); el logos no es «simplemente bueno», sino «imagen de la bondad».
Concepto 3: Espíritu Santo. El Espíritu Santo procede del Hijo, es menos que él y permanece subordinado a él: un tercer nivel o hipóstasis. Por tanto aquí, en Orígenes, nos encontramos por primera vez con la expresión de «tres hipóstasis» (por la misma época, Tertuliano habla en Occidente de tres «personas») en la deidad misma: es el comienzo de la doctrina de la Trinidad propiamente dicha.
Concepto 4. Seres espirituales. Todos los «seres espirituales», llamados logikoí, han sido creados por Dios en libertad, pero en una primera caída se apartaron de la luz primigenia, siendo desterrados, en castigo y como correctivo, a cuerpos materiales. Los seres que habían pecado levemente, a un cuerpo etéreo: son los ángeles. Quienes pecaron gravemente, al cuerpo más denso: son los demonios. Los intermedios, a un cuerpo terrenal: son los hombres. Responsable de todo lo malo y maligno que hay en el mundo no es, como en muchas mitologías, un ser divino inferior, sino el mal uso de la libertad por parte de las propias criaturas.
Concepto 5: Redención. La redención de esos seres espirituales, todos los cuales desean retornar al mundo superior, puro y eternamente igual, de la luz, sucede a través del logos hecho hombre, del «Dios-hombre», que funciona como intercesor para lograr el retorno de los seres a Dios: ángel para los ángeles, y hombre para los hombres.
Concepto 6: Alma. El alma creyente del hombre, si está interiormente unida a Cristo, consigue ascender en libertad, un peldaño tras otro, hasta la perfección. La vida interior se entiende entonces como un proceso espiritual de ascensión y de alejamiento de esta vida terrena y material, hasta que finalmente el alma, en la visión de Dios, se une a la divinidad, más aún, se vuelve divina e inmortal.
Concepto 7: Apocatástasis. Al final de todo -pues Orígenes concibe la posibilidad de otros períodos, con otros universos y otras redenciones de universos- tiene lugar la «restauración de todas las cosas» (apocatástasis ton pánton). Es decir, entonces, por fin, «Dios será todo en todo»: también habrán sido redimidos los malos espíritus, el mal habrá desaparecido totalmente y todo (ta panto} retornará al estado primigenio espiritual, puro e igual. El gran círculo cósmico entre preexistencia, creación, pecado y caída, encarnación total, movimiento ascendente y reconciliación total, se cierra. ¿Y no queda así magníficamente resuelto para Orígenes el problema de la teodicea? Dios, superando todo lo negativo, queda triunfalmente justificado.

Una poderosa visión de conjunto -sin duda-, que si hoy nos resulta extraña en muchos aspectos, en aquel entonces pareció fascinante a muchos. Así, hasta la historia de la humanidad puede ser entendida -en la misma línea de Clemente- como un grandioso proceso educativo, que a través de las muchas rupturas conduce continuamente hacia arriba: como pedagogía (paideia) de Dios con los hombres. Es decir: la imagen de Dios, que en el hombre había quedado sepultada bajo la culpa y el pecado, resurge, por la providencia y el arte educativa del mismo Dios, en Cristo. Así, según un muy determinado plan de salvación -una oikonomia, como los teólogos empleaban esta palabra más de mil años antes que los ecónomos- el hombre es llevado a la perfección. En Cristo «ha empezado la unión de la naturaleza divina con la humana, para que la humana, uniéndose íntimamente a lo divino, se vuelva ella misma divina». Según tal oikonomia, el hecho de que Dios tome carne humana es la condición previa para que el hombre se convierta en Dios.

 

¿Sería la idea de la reconciliación universal, y por tanto el rechazo de las penas eternas del infierno y la salvación incluso de los demonios, lo que puso a Orígenes en un grave conflicto con su obispo Demetrio? No se sabe. Seguro es que para el obispo de Alejandría, aquel sabio que ya gozaba de fama mundial y que en el año 231 había sido invitado por la madre del emperador, Julia Mamea, a dar conferencias en Antioquía, representaba una carga. En su exégesis bíblica, Orígenes había criticado con excesiva frecuencia aquella Iglesia de ritos y de jerarquías y censurado la forma de vivir, profana en exceso, de los clérigos. El ministerio episcopal había dejado de ser -precisamente en Alejandría, la gran urbe romano-helenística- una función carismática al servicio de los demás, para convertirse en institución de poder y de control, carente muchas veces de espíritu y de amor. El obispo prefiere, por lo visto, a Heraclas, discípulo y colaborador más sumiso, y no al espiritual Orígenes: a Heraclas le ordena de presbítero, a Orígenes le niega -pretendidamente a causa de la autocastración (un impedimento para la ordenación)- las órdenes.

 

Orígenes no se conforma con tal discriminación. Durante un viaje a Grecia en el año 232 los obispos de Cesárea y Jerusalén, amigos suyos, le ordenan de presbítero en Cesárea de Palestina, prescindiendo del obispo de Alejandría. La reacción de Demetrio no se hace esperar: en dos sínodos presbiteriales, el gran pensador de la Iglesia griega es desterrado por su obispo, despojado de su ministerio y al mismo tiempo denunciado ante el obispo de Roma y otros obispos; Heraclas pasa a ser director de la escuela (y más tarde incluso sucesor de Demetrio). El obispo de Roma -atento siempre a mantener las buenas relaciones con Alejandría- también condena a Orígenes, sin que éste sea llamado a declarar. ¡Un mal presagio! Lo que entonces tiene lugar es el primer gran conflicto de la historia de la Iglesia, entre un obispo que gobierna monárquicamente y un maestro cristiano que actúa con libertad, entre poder eclesiástico y poder espiritual, entre dirección institucionalizada de la Iglesia y teología profesional, un conflicto en el que el atacado se expone a la crítica pero no puede defenderse, y sin embargo no se somete. Pues al polifacético Orígenes se le abren, fuera de Alejandría y de Roma, nuevos campos de actividad.




5            Cómo leía Orígenes la Escritura

Orígenes sigue trabajando, protegido ahora por los obispos de Jerusalén y Cesárea. A los 48 años, aproximadamente, funda en Cesárea, capital de la provincia de Palestina, una nueva escuela provista de gran biblioteca. Allí vuelve a desarrollar una actividad altamente productiva a lo largo de casi dos decenios. Un trabajo inmenso: amplia correspondencia, diversos viajes y numerosas conferencias y disputas ante obispos y asambleas eclesiásticas; al mismo tiempo, instrucción y formación de destacados discípulos, para hacer de ellos teólogos, hombres de oración, santos, mártires. Un «hombre espiritual» que, en un estilo sencillo, sin pompa retórica, sabe hablar para cultos e incultos. Así, durante los últimos decenios, Orígenes explica incansablemente, una y otra vez, libro tras libro, la sagrada Escritura, que para él constituye el alma de toda teología y de toda espiritualidad. ¿Pero cómo se puede entender -en aquel ambiente helenístico, de alto nivel intelectual- la Escritura, siendo ésta en muchas partes primitiva y afilosófica?

 

Orígenes abre aquí nuevas vías en la crítica textual y en la exégesis bíblica. Él, que siempre se vio a sí mismo sobre todo como intérprete y teólogo de la Escritura, considera la exégesis de la sagrada Escritura como su tarea primordial. Sus comentarios bíblicos no son inferiores, en amplitud y densidad, a los modernos comentarios bíblicos. Su método, sin embargo, es radicalmente diferente. Empleando la misma interpretación que, antes que él, aplicaran los filósofos griegos a los mitos de Homero, y más tarde, en la transición de una era a otra, el judío Filón de Alejandría a los libros del Pentateuco, ahora también explica Orígenes el Antiguo y el Nuevo Testamento, en lo esencial, no histórica sino «alegóricamente», es decir, de modo simbólico, figurado, espiritual, neumático. Y esa interpretación no venía dada sólo por el hecho de que una exégesis fundamentalista-literal habría tenido muchas veces como resultado algo indigno de Dios, algo inmoral y contradictorio, como ya habían aducido, criticando sobre todo el Antiguo Testamento, los gnósticos y el heresiarca Marción. No, Orígenes pensaba que sólo de esa manera neumática podría sondear en toda su profundidad, en toda su calidad de misterio, la Biblia en cuanto inspirada y neumática palabra de Dios, en cuanto lugar de la presencia del logos. Según él, en la sagrada Escritura todo tiene un sentido «espiritual» pero en modo alguno tiene siempre un sentido histórico. Lo mismo que el cosmos y el hombre constan también de un triple estrato -cuerpo, alma y espíritu- así también la Escritura consta en principio de un triple sentido:
- El sentido somático-literal-histórico: el hombre somático sólo es capaz de ver a Cristo como a hombre;
- El sentido psíquico-moral: el psíquico sólo ve a Jesús como al redentor histórico de su edad cósmica;
- El sentido neumático-alegórico-teológico: el neumático contempla en Cristo al logos eterno, que ya está, desde el inicio, con Dios.

 

Ya en aquel entonces, y naturalmente también hoy, se tachó a Orígenes, a causa de su virtuosa exégesis alegórica, de arbitrario y fantasioso, porque en muchos pasajes solamente admite el sentido neumático y rechaza el literal. Esa crítica no carece, en efecto, de justificación. Pero no se olvide que Orígenes es también el mayor filólogo de la Antigüedad cristiana. Había aprendido hebreo con un judío, y sus exégesis contienen innumerables aclaraciones del sentido literal, referencias gramaticales e incipientes concordancias. Y como quería disponer del texto griego auténtico, precisamente para poder discutir con los rabinos, escribe en más de veinte años de abnegado trabajo, los monumentales "Hexapla" en cincuenta volúmenes: la Biblia «séxtuple» (a seis columnas). En seis columnas son presentados paralelamente el texto hebreo 1) en caracteres hebreos así como también 2) en transcripción griega, después 3) las traducciones de Aquila, 4) de Símaco, 5) de los Setenta (con los importantes signos crítico-textuales en toda ella) y 6) de Teodoreto (a veces se añadieron otras tres traducciones de origen judío). ¡Una obra sin precedentes! Teniendo un interés existencial por la forma y el sentido de las palabras de los textos bíblicos, Orígenes investiga incluso las etimologías hebreas, y hasta trata de hallar las localizaciones geográficas, llegando a hacer excavaciones en las grutas fluviales del Jordán. Orígenes fue, pues, un teólogo sistemático y un investigador de la Biblia en sentido amplio. Pero fue más aún:

6           Universalismo cristiano

Más importante aún que todo el esfuerzo científico fueron para Orígenes, que predicó tantas veces, sus comentarios y homilías (sermones). Por otra parte, él apenas escribía nada personalmente sino que - financiado por su rico discípulo Ambrosio, un convertido- dictaba todo a seis estenógrafos, quienes, a su vez, contaban con la ayuda de calígrafos y escribanos. Con la palabra hablada, Orígenes, quien siendo un teólogo de formación filosófica, fue siempre también misionero y predicador, intentó explicar a sus oyentes, con agudeza y buen juicio, el sentido espiritual de la Escritura ofreciendo así, al mismo tiempo, una espiritualidad cristiana: y eso, para hacer frente a la crítica pagana, tan generalizada, del cristianismo. El teólogo sistemático y el exégeta que fue Orígenes resultó ser también un inteligente apologista.

Sí, Orígenes abre también nuevas vías a la apologética cristiana. Él, que intentaba integrar los valores helénicos en su cristianismo y que al mismo tiempo conocía exactamente las deficiencias del paganismo, estaba abierto al diálogo. Interlocutor lúcido e intrépido, disputa, con modestia y superioridad a la vez, con rabinos, filósofos paganos y teólogos cristianos ortodoxos y heréticos. Precisamente con su teoría del logos divino, que está presente en todas partes, representa un universalismo cristiano, que por otra parte no excluye el discernimiento de los espíritus, y ello debido al mensaje cristiano, que para él fue siempre el criterio definitivo.

 

Así no puede extrañar que Orígenes -probablemente pocos años antes de su muerte- escribiese la obra apologética más inteligente y erudita de la antigüedad cristiana: "Contra Celso", es decir, contra aquel filósofo Celso, de quien ya se habló al principio. Orígenes lo cita frase por frase (sólo así conocemos el escrito de Celso "La verdadera doctrina"), para irle refutando después, sosegadamente, frase por frase. Jesús y los apóstoles se ven defendidos de la acusación de haber cometido engaño intencionadamente; el cristianismo, en su conjunto, de la acusación racionalista de que exige obediencia ciega y es ajeno a toda investigación racionalista. Y Orígenes no olvida pasar revista general a las enseñanzas cristianas, empezando con la persona y la divinidad de Cristo, pasando por la creación y la naturaleza del bien y del mal, y terminando con el fin del mundo. Al final del tratado hay comparaciones entre frases de Platón y palabras evangélicas, explicaciones relativas a Satán, al Espíritu Santo, a las profecías, la resurrección y al conocimiento de Dios.

 

Fue una vida de constantes y renovados esfuerzos: sermones, coloquios, cartas, viajes, producción literaria... Y ese hombre, íntegro a carta cabal, siempre intenta justificar su ortodoxia ante los obispos, mas sólo para constatar resignadamente al final de su vida que... no se debe confiar en los obispos. Precisamente en las grandes urbes, como Alejandría, éstos se conducían muchas veces de manera autocrática. Y como las persecuciones de cristianos se habían vuelto más bien escasas hacia mediado el siglo III, el episcopado, lo mismo que las comunidades cristianas, pudo desarrollarse bien en período de paz. Aquello, sin embargo, fue un período de calma antes de la gran tormenta.


7           Nuevas persecuciones y éxito del cristianismo

A mediados del siglo III -en una época de decadencia político-económica- hay un revés inesperado. Sobre todo la celebración, en el año 248, del milenario de la ciudad de Roma, se convierte en renovada ocasión de descargar odio y frustración sobre los cristianos y de atacar a una Iglesia que se había ido convirtiendo cada vez más, eso hay que concederlo, en un Estado dentro del Estado. Para colmo, un año después (249) el emperador Felipe el Árabe, favorable a los cristianos, es asesinado. Bajo su sucesor Decio (249-251), en sí un buen emperador, tiene lugar la primera persecución general de cristianos, continuada después por su sucesor Valeriano (253-260). Y ello significaba concretamente lo siguiente: en todas las provincias del Imperio se ordena por decreto-ley que todos los cristianos, incluidos mujeres y niños, se presenten ante las autoridades para llevar a cabo el sacrificio oficial y recibir el certificado correspondiente. Lo que se pretendía con tales medidas coercitivas no era ejecutar al mayor número posible de cristianos, pero sí inducir al mayor número posible de ellos a la apostasía y, de esa manera, disolver las comunidades.

 

En el año 250 tampoco escapa Orígenes a su destino. Detenido y encarcelado con una argolla al cuello, es sometido a tormento; durante días le tensan los pies «hasta el cuarto agujero». Sin embargo, su celebridad le libra de la inminente muerte en la hoguera. Orígenes: inquebrantable confesor, pero, otra vez, mártir frustrado. Si hubiese sufrido entonces el martirio, esa muerte honrosa seguramente le habría ahorrado, en los siglos siguientes, mucha censura por falta de ortodoxia. Pero el hijo de mártir, que ya anhelara muy pronto el martirio y que había escrito una "Exhortación al martirio", sobrevive y muere -ni siquiera se sabe dónde, exactamente- entre 251 y 254. Probablemente, poco antes de cumplir setenta años...

 

Cuando murió Orígenes, los cristianos -que hasta entonces estaban presentes sobre todo en la parte oriental del Imperio y hablaban griego, incluso en Roma- seguían constituyendo una minoría relativamente escasa. En el siglo III, el culto más difundido era el de Mitras; procedía del ámbito indoiraní, un culto solar que llegó a vincularse al culto al emperador, pero no al helenismo. En este punto, el cristianismo disponía de una capacidad de adaptación totalmente distinta, que contribuyó a su éxito final: saber integrar las posibilidades y métodos especulativos de la filosofía helenística. Así, adoptó muchos impulsos de la religiosidad sincretista-helenística, por ejemplo, en cuanto a la concepción del bautismo (cada vez más difundido como bautismo infantil) y de la eucaristía (entendida como sacrificio). ¿Y no había ido desarrollando la Iglesia cada vez más, siguiendo el ejemplo del Imperio, una rígida disciplina y una densa organización?

 

Orígenes no aspiraba en la práctica, como se ha afirmado en el siglo actual, a una teocracia cristiana en la que la Iglesia tomase a su cargo las tareas políticas del Estado. Por ejemplo, su alegoría de Cristo como el sol y de la Iglesia como la luna no se refiere a la Iglesia existente sino a la Iglesia futura, del final de los tiempos. Pero en una época del culto al sol y al emperador, tal alegoría podía ser entendida fácilmente por las masas cristianas como base de una nueva teocracia, la teocracia cristiana. Era una cuestión que se planteaba, en efecto, cada vez más gente: ¿no debería ser tal vez el cristianismo la religión del futuro, difundida por todo el Imperio, y su vínculo de unión? No cabe duda de que Orígenes, al unir fe y ciencia, teología y filosofía, realizó el giro teológico que hizo posible el giro cultural (unión de cristianismo y cultura), el cual, por su parte, preparó el giro político (unión de Iglesia y Estado). Resulta, en efecto, sorprendente que este último giro ya tuviese lugar, pese a todas las reacciones del Estado pagano, a los cincuenta años largos de la muerte de Orígenes.

 

Pero, por lo pronto, las persecuciones de los emperadores Decio y Valeriano habían aportado a los cristianos una década de terror. Valeriano también había visto el peligro que corría el Estado pagano e intentado aniquilar el cristianismo con medidas válidas para todo el Imperio. Más aún, su edicto del año 258 intensificó decretos anteriores: pena de muerte inmediata para obispos, presbíteros y diáconos; pena de muerte para senadores y caballeros cristianos, caso de que la pérdida de rango y la confiscación de bienes no les hiciesen entrar en razón; para las mujeres de la nobleza, pérdida de bienes y, en su caso, destierro; para funcionarios de la corte imperial, pérdida de bienes y trabajos forzados en las propiedades del emperador; confiscación de todos los edificios de la Iglesia y de los lugares de enterramiento. Innumerables fueron las víctimas de aquellos años, entre ellas figuras como Cipriano, obispo de Cartago, el gran defensor de los derechos episcopales frente al obispo de Roma y sus reivindicaciones de poder cada vez mayores...

 

Sin embargo, pese a todas las medidas coercitivas, las persecuciones fueron un fracaso para el Estado, y ya el hijo de Valeriano, Galieno, se vio obligado a abolir, en el año 260-261, los decretos contra los cristianos. Siguió una época de paz, que duró unos 40 años, de manera que el cristianismo, tolerado de hecho, si no de derecho, se pudo extender más y más por Mesopotamia, Persia y Armenia, por África del Norte y Galia, y hasta por Germania y Bretaña. Por ser una forma de adorar a Dios más bien filosófica y espiritual -sin sacrificios de sangre, sin estatuas de dioses, sin templos ni incienso- halló creciente acogida entre personas cultas y bien situadas (incluso en la corte imperial y en el ejército).
Y esa época de relativa paz fue uno de los condicionamientos que hicieron posible el subsiguiente apogeo de la teología cristiana; sin ese período de paz, apenas habría habido ni una amplia discusión ni una sólida teología. Precisamente en el centro de ésta, en la cristología, habría de realizarse el cambio de paradigma que había ido preparándose desde hacía tiempo y que comportaría graves consecuencias. Aquí, Orígenes tiene un papel decisivo. Pero hasta el día de hoy se sigue discutiendo la cuestión de cómo hay que valorar su teología, es decir, la siguiente cuestión:


8          ¿Despliegue o alejamiento del evangelio?

Examinemos, con mirada retrospectiva, la obra de Orígenes: qué diferente es de todo lo que ofrece originariamente el cristianismo de origen judío, muy vivo aún en aquella época. No cabe duda: se trata de una nueva y gran «constelación general de convicciones, valores y modos de actuación», de portada helenística, totalmente distinta de la constelación judeo-apocalíptica; de un -diríamos hoy- paradigma «moderno» en aquella época del helenismo: «Al representar él como individuo, de manera emblemática, el libre acceso de la fe cristiana al ámbito cultural de que él formaba parte», dice otra vez Kannengiesser, «Orígenes, con la extraordinaria capacidad de su talento, vivió lo que habría de convertirse en el paradigma de la Iglesia de la generación siguiente: la inserción de la "modernidad" en la teología cristiana».
Características de esa nueva constelación son:
- El concluido canon de la Biblia.
- La tradición, en materia de fe, de la Iglesia.
- El ministerio episcopal monárquico.
- El pensamiento filosófico del platonismo medio y nuevo aplicado a la interpretación de la Escritura.

 

Todo esto también constituye el marco hermenéutico para la interpretación alegórica que hace Orígenes de la Escritura, una interpretación que trasciende el texto bíblico y que transforma también muchas veces -qué duda cabe- su significado. Y esa interpretación espiritual-neumática es la que, en gran medida -frente a la escuela antioquena, con una interpretación histórico-literal más sobria-, triunfará a la larga en la teología, tanto de Oriente como de Occidente. Y en lugar de aquel modelo de la inminente espera apocalíptica, tomada del judaísmo, que ve en Jesucristo el «final de los tiempos», ahora aparece por primera vez en toda su plenitud aquella otra concepción, anunciada ya en la doble obra de Lucas -el Evangelio y los Hechos-, que tiene a Jesucristo, desde el punto de vista de la historia salvífica interpretada helenísticamente, por el «punto medio de los tiempos»: la encarnación de Dios en Cristo como punto de inflexión de la historia universal, entendida como drama de Dios y del mundo. No podemos menos de exponer aquí nuestro punto de vista crítico.

Cierto: el nuevo paradigma helenístico era históricamente inevitable, puesto que era necesario si la joven cristiandad no quería renunciar ya de entrada a la inculturación (cuya ausencia lamentamos hoy tantas veces) del cristianismo en el mundo, evidentemente tan distinto, del helenismo. Sin una amplia y nueva autoconciencia espiritual y eclesiástica por parte de la joven cristiandad, tal y como la encarnaba Orígenes, tampoco habría sido posible el futuro cambio cultural y político. Y los teólogos que pensaban y sentían en griego, teólogos como Justino e Ireneo, como Clemente y después Orígenes, ¿cómo habrían podido reflexionar sobre el mensaje cristiano, cómo habrían podido asumir esa autoconciencia sino en categorías y representaciones griegas, y más concretamente, meso-platónicas y neoplatónicas? Ese proceso de transformación no es decadencia, sino testimonio de la dinámica extraordinariamente viva del cristianismo. Una categoría como «alejamiento del evangelio», obviamente no hace justicia a esa consumación del cambio de paradigma.
Pero sigue siendo decisiva la cuestión -que ya planteó Harnack- de si, al realizarse ese definitivo cambio de paradigma, e1 espíritu del helenismo no penetró demasiado en el centro del cristianismo y si no quedaron atrofiados elementos centrales del primitivo mensaje cristiano que, por su origen, son elementos irrenunciables. Tal cuestión decisiva consiste en si esa modificación de los puntos esenciales de la teología cristiana no implica también una modificación de sentido del primitivo mensaje cristiano, del evangelio.



9          Un problemático desplazamiento del centro

Por tanto, quien observe de modo imparcial la evolución de la teología del siglo III, no tachará ese primer cambio de paradigma de «apartamiento del evangelio», pero tampoco lo glorificará como orgánico «despliegue del evangelio». ¿Qué fue entonces? Lo que sucedió, de hecho, fue una transposición extraordinariamente problemática, de los puntos centrales y del sentido del pensamiento cristiano bajo la influencia de un helenismo de impronta neoplatónica. Esa transposición ya se insinuaba desde los primeros apologistas y su concepción metafísica del logos, pero ahora se ha vuelto totalmente evidente. Aunque no se quiera ir tan lejos como Harnack, quien quiso ver en la «inserción de la cristología del logos en la fe de la Iglesia -y ello, como articulus fundamentalis-» ni más ni menos que «la transformación de la fe en una doctrina de la fe con un sello greco-filosófico», Orígenes no podrá librarse de varias preguntas críticas:
- ¿Cuál es para Orígenes el problema fundamental que se le plantea al hombre? Es el dualismo radical de cosmos espiritual y material, de Dios y hombre, cosa desconocida en el Antiguo y en el Nuevo Testamento.
             -   ¿Y cuál es, entonces, para el pensamiento sistemático de Orígenes, el hecho central de la Revelación en esta historia salvífica? La superación de esa infinita diferencia entre Dios y hombre, espíritu y materia, logos y carne, a través del Dios-hombre Cristo, de un modo ajeno al Nuevo Testamento.

 

Porque ¿cuál es el precio? Centro de la teología crítica bajo la influencia del helenismo, ya no son inequívocamente, como lo es en Pablo, en el evangelista Marcos, incluso en Mateo y en Lucas (con sus evangelios de la infancia, e incluso en Juan), la cruz y la resurrección de Jesús. No, el centro es ahora más bien la «encarnación», más exactamente, el problema especulativo de preexistencia eterna y de encarnación del logos divino, y con ello, de la superación del abismo platónico entre arriba y abajo, entre el mundo verdadero, ideal, celestial y el mundo no-verdadero material, terrenal. ¿A través de quién? A través del «Dios-hombre» (theánthropos) Jesucristo. Su imagen tiene que verse ahora cada vez más dessensualizada, descorporeizada, divinizada. Pues un Dios-hombre, hijo de la virgen María -que más tarde será llamada no sólo «madre de Cristo» sino «madre de Dios» (theotókos)-, si bien todavía come y bebe, no hace sus necesidades ni siente deseos sexuales. Una grotesca deformación, si se compara con el mensaje original. Más exactamente: un cambio de paradigma en la cristología que tendrá graves consecuencias.

¿Qué es exactamente lo que caracteriza ese cambio de paradigma que ha alcanzado con Orígenes su primer apogeo? Los historiadores del dogma han puesto de relieve de múltiples maneras lo que los dogmáticos, por su parte, han tomado en general muy poco en serio. Tres puntos de vista:
- En lugar de pensar en un esquema salvífico orientado, apocalíptica y temporalmente, hacia delante (vida terrenal de Jesús- pasión, muerte, resurrección - retorno), ahora se piensa sobre todo de arriba abajo en un esquema cósmico-espacial: preexistencia - descendimiento - ascensión del Redentor e Hijo de Dios.
- En lugar de explicar la relación de Jesús con Dios mediante las formas concretas de expresión propias del lenguaje bíblico (palabras de Jesús, relatos, himnos, profesión bautismal de fe), ahora se explica esa relación con conceptos ontológicos de la metafísica contemporánea helenística. Dominan el centro de la discusión conceptos griegos como hipóstasis, usía, fisis, prósopon, o latinos como substantia, essentia, persona.
- En lugar de seguir reflexionando sobre el hecho dinámico de la revelación de Dios en la historia de este mundo a través de su Hijo y en el Espíritu, se traslada el centro de gravedad de la reflexión a una contemplación estática de Dios en sí mismo, en su eternidad y en su más íntima -supuestamente revelada a nosotros- naturaleza «inmanente» y con ello a los problemas de la preexistencia de tres figuras, personas, hipóstasis divinas. El problema capital teológico no es, como en el Nuevo Testamento: ¿cuál es la relación de ese Jesús, el Mesías, con Dios?, sino que va siendo, cada vez más: ¿cuál es la relación recíproca, ya antes de todos los tiempos, entre Padre, Hijo y Espíritu?

 

Sólo un ejemplo de este cambio de perspectiva: la diferencia entre la antigua profesión de fe, que se halla en la epístola a los Romanos, y la antigua fórmula cristológica de Ignacio de Antioquía, aproximadamente dos generaciones después. Ambos hablan de Cristo como Hijo de Dios, pero de manera claramente distinta:

- De modo semejante al conocido pasaje del discurso de Pedro, en los Hechos de los Apóstoles, la profesión de fe paulina presenta un esquema de la historia de Jesús empezando por abajo, por el hombre Jesús, del linaje de David, el cual fue constituido desde la resurrección Hijo de Dios: «El evangelio de su Hijo, que nació según la carne del linaje de David, constituido Hijo de Dios con poder según el espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, el evangelio de Jesucristo, nuestro Señor».

- Ignacio, por el contrario, habla ya con toda naturalidad de que Jesucristo «estuvo con el Padre desde la eternidad y apareció al final de los tiempos». Es más, él no tiene reparos en poner a un mismo nivel a Dios y a Jesús y habla de Jesús como de un «Dios venido a la carne», lo cual comporta afirmaciones paradójicas, como la siguiente: «Sólo uno es médico, en la carne como en el espíritu, nacido y no nacido, Dios venido a la carne, verdadera vida en la muerte, tanto de María como de Dios, primero capaz de sufrir, luego incapaz de sufrir, Jesucristo, nuestro Señor».

 

Es imposible dejar de ver que, ulteriormente, la cristología de la exaltación (la elevación del Mesías humano a Hijo de Dios, cristología a dos niveles), que en un principio llevaba el sello del cristianismo de origen judío y, arrancando desde abajo, se centraba en la muerte y la resurrección, va siendo eliminada más y más: a través de una cristología de la encarnación, que, arrancando desde arriba (cristología del logos), refuerza ontológicamente las líneas del evangelio de Juan o también de diversas afirmaciones sobre la preexistencia y la mediación en la Creación que se encuentran en los himnos de las epístolas a los Filipenses, Colosenses y Hebreos: preexistencia y encarnación del Hijo de Dios, su enajenación y humillación como condición previa a la posterior elevación a Dios.

 

También se puede decir lo siguiente: para la cristología «ascendente», la filiación divina significa, conforme al Antiguo Testamento, una elección y aceptación como hijo (en la exaltación, el bautismo y el nacimiento). Esa cristología se ve ahora completada o incluso sustituida por una cristología descendente. Para ella, la filiación divina significa, no tanto una dignidad y un poder en el sentido de la Biblia hebrea sino una procreación ontológica de un género superior -que va siendo descrita cada vez más exactamente con conceptos e imágenes helenísticas-, su origen y procedencia divinas. Conceptos como esencia, naturaleza, sustancia, hipóstasis, persona, unión, adquieren una importancia creciente. Con ellos se quería ahora describir la relación de Padre e Hijo (y, finalmente, también del Espíritu). ¿Pero cómo? Sobre ello empezó ahora una larga discusión.




10         La lucha por la ortodoxia

En efecto: lo que en un principio estuvo al margen de la fe y de la profesión de fe, pasa ahora a ser su centro y es objeto de controversia. La cristiandad se ve ahora arrastrada cada vez más, a causa de diversos sistemas filosóficos especulativos, a una crisis de la ortodoxia que tendrá consecuencias catastróficas. Pues en modo alguno era sólo Orígenes quien dominaba la escena teológica.
Por otra parte, la segunda mitad del siglo III, posterior a Orígenes, es extraordinariamente pobre en fuentes, siendo para los historiadores una época más bien oscura. Y eso no sólo porque muchas veces tengamos testimonios muy fragmentarios y no sepamos hasta qué punto hubo comunidades (más o menos grandes) en torno a determinados nombres sino porque:
1. Muchos teólogos independientes (como por ejemplo Pablo de Samosata) fueron condenados por herejes, aunque, como lo demuestra la rehabilitación de que han sido objeto por parte de historiadores de nuestro siglo, fueran a su manera perfectamente ortodoxos.
2. La mayoría de los libros de los «heresiarcas» (entre ellos, algunos de Orígenes después de su anatematización) fueron destruidos, de forma que sólo disponemos de las citas, muchas veces tendenciosas y selectivas, que hicieron sus adversarios.
3. Los términos helenísticos entonces en uso eran empleados con múltiples sentidos y muchas veces de modo contrapuesto: hipostasis, por ejemplo (idéntico a la sub-stantia latina sólo en su significado etimológico) podía aplicarse a Dios solamente (es decir, una hipóstasis divina), o a Dios Padre e Hijo (dos hipóstasis) e incluso al Espíritu Santo (tres hipóstasis divinas).

 

¿Y quién podría enumerar los nombres que se vieron implicados en el decurso de los combates por la correcta «fe verdadera», por la «ortodoxia», una palabra no bíblica y que ahora aparece cada vez más con más frecuencia en el lenguaje eclesiástico? El triste saldo es el siguiente: al mismo tiempo que la teología se intelectualiza más y más, y va adquiriendo calidad científica -Orígenes y sus secuelas-, surgen también de manera creciente problemas de ortodoxia, disputas de herejes, excomuniones, y todo ello en nombre de Jesús...

Y sólo cuando se ha comprendido ese cambio de paradigma en la cristología, se comprende:
- por qué se han distanciado tanto una de otra la fe cristiana y la fe judía en el Mesías, pero también la fe de los cristianos de origen pagano y la de los cristianos de origen judío en el Mesías;
- por qué también la fe en Cristo de las Iglesias helenísticas orientales, de procedencia pagana, ha abocado en cismas que duran hasta hoy, y
- entre la Iglesia oriental y occidental, que posteriormente, en el segundo milenio, llevó al cisma definitivo. ¿Qué se impone en vista de esta situación?


11         Autocrítica cristiana de cara al futuro

Resumo: ya en los primeros Padres de la Iglesia griega, el centro de interés de la teología se había desplazado de la concreta historia sagrada del pueblo de Israel y del rabí de Nazaret al gran sistema soteriológico. Y en Orígenes se había desplazado del Viernes Santo (y de la Pascua de Resurrección) -por otra parte nunca silenciados, evidentemente- a la Natividad (Epifanía), e incluso a la pre-existencia del Hijo de Dios, a su vida divina antes de todos los tiempos. Los fieles sencillos (pistiker) pueden atenerse, según Orígenes, al terrenal crucificado, los avanzados, los neumáticos (gnósticos) deben, por el contrario, ascender hasta el logos trascendental y maestro divino, cuya relación con Dios se ve ahora descrita -a través de categorías filosóficas de la ontología helenística- como relación entre dos o tres hipóstasis.

 

Pero la pregunta de Harnack acerca del primitivo evangelio está justificada, y hoy tiene que plantearse más urgentemente ante el horizonte, mucho más amplio, de las religiones comparadas; pues la teología cristiana tiene más responsabilidad que nunca en cuanto a la coexistencia ecuménica con otras religiones. ¿Qué preguntas se plantean?

-En primer lugar, sobre el propio cristianismo: ¿no se deformará el primitivo mensaje de Jesús y la predicación del Nuevo Testamento de Jesús, el Cristo de Dios, crucificado, resucitado y presente en el Espíritu, si en la teología cristiana, en la literatura y en la vida religiosa el centro de interés se desplaza de la cruz y la resurrección a la concepción, el nacimiento y la «aparición» (epifanía), o incluso a la preexistencia del Hijo de Dios y a su vida divina antes de todos los tiempos? ¿No se ha convertido así el primitivo evangelio, la «palabra de la cruz» paulina, en una doctrina metafísica, triunfalista a priori, en una «teología de la gloria»?
-Después, de cara al judaísmo: ¿está en consonancia con la Biblia hebrea el hecho de que teólogos cristianos, llevando al extremo la inspiración divina de la Biblia, la vean como un libro de profundos misterios cristianos que ellos intentan dilucidar con ayuda del método alegórico, metafórico, de manera que hasta creen descubrir en la Biblia hebrea, en el «Antiguo Testamento», una trinidad formada por Padre, Hijo y Espíritu?
Finalmente, con la mirada puesta en el islam: ¿está en conformidad con la Biblia hebrea, con el Antiguo Testamento, ese acoplamiento, cada vez más riguroso, de la historia de la salvación que narran los libros bíblicos, a un sistema dogmático de creciente complicación, un sistema que ya en el siglo posterior a Orígenes divide a la Iglesia y la involucra en discusiones cada vez más complejas, de tal modo que posteriormente el islam, con su sencillo mensaje -cercano al cristianismo de origen judío- del Dios único, del profeta y Mesías Jesús, y del «sello» de los profetas, Mahoma, tendría tan rotundo éxito?

 

Orígenes estaba firmemente convencido de que él, con toda su teología -exégesis, apologética y teología sistemática- no había hecho otra cosa que descifrar y desentrañar su amadísima sagrada Escritura. Pero no fue consciente de hasta qué punto quedó él mismo prisionero de una muy determinada cosmovisión filosófica. Y he aquí la razón de por qué hemos tenido que hablar tan detalladamete de estas cuestiones teológicas: hasta el día de hoy los ortodoxos orientales siguen teniendo la segura y excesiva convicción de que la doctrina ortodoxa de los Padres de la Iglesia es absolutamente idéntica al mensaje del Nuevo Testamento, más aún, de que las Iglesias orientales, y sólo ellas, son una prolongación, sin solución de continuidad, de la Iglesia primitiva: como si no hubiese existido el cambio del paradigma judeocristiano al paradigma helenístico.

Pero si se examina más detenidamente el desarrollo de la cristología helenística y la formación de una especulación trinitaria, tal y como ya se va configurando claramente en Orígenes y se puede seguir viendo poco después en Agustín, se impone, de cara a la predicación actual y a la fe actual, la necesidad de reflexionar sobre si podemos hoy tomar y repetir sin más las fórmulas y las ideas cristológicas de entonces; si en aquella constelación helenística, para constituir el centro permanente de la fe cristiana, sólo se interpretó el mensaje bíblico -como afirman los teólogos tradicionalistas- o si no quedó desdibujado el mensaje del Nuevo Testamento con aquellos conceptos e ideas helenísticas.

 

¿Cuál es ese centro permanente? Lo que creyó desde el principio la comunidad cristiana; lo que da unidad a Pablo y a Juan, Marcos, Mateo y Lucas y a todos los otros testigos del Nuevo Testamento:

- El hombre Jesús de Nazaret, el crucificado, fue resucitado por Dios a nueva vida y, constituido como Mesías e Hijo, reina como Señor glorificado.
- Dios, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, es también el mismo Dios al que Jesús llamó su Padre y vuestro Padre.
- El poder del Espíritu, que alcanzó ese poder en Jesús y por Jesús, es el Espíritu de Dios mismo, que no sólo está presente en toda la creación, sino que también da fuerza, consuelo y alegría a todos los que creen en Jesús, el Cristo.
El cristiano puede atenerse a esos irrenunciables elementos fundamentales, el cristiano puede hablar de Padre, Hijo y Espíritu sin tener por eso que identificarse, como Orígenes, con la doctrina hipostática neoplatónica. El gran mérito de Orígenes es haber intentado exactamente eso en su época. Nosotros, en cambio, seríamos muy limitados de espíritu si, en nuestra época, no hiciésemos un intento adecuado a nosotros. Orígenes sería el primero en comprenderlo.

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