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Gardner
I.G: Del libro "Orden y Sorpresa", de Martin Gardner
El "solipsismo cuántico" es una respuesta al hecho de que la mecánica cuántica (MC) -una teoría matemática universalmente aceptada que describe y predice las propiedades y la conducta de la materia- está saturada de sorprendentes paradojas, las cuales parecen indicar que el mundo externo no tiene una estructura bien definida hasta que la mente lo observa. Fue la teoría cuántica la que estableció, por ejemplo, la doble naturaleza de la luz, que puede ser descrita o bien como una onda energética, o bien como una corriente de cuantos (diminutos paquetes de energía). La MC reemplazó el estricto determinismo causal de la física clásica por leyes estadísticas sobre los sucesos en las que el azar es tan importante que Einstein se vio obligado a protestar, alegando que él no creía que Dios jugase a los dados con el Universo. Aunque las leyes de la MC han sido confirmadas con gran exactitud, también manifiestan lo que el físico Heinz Pagels, en su maravilloso nuevo libro "El código cósmico" llama «el enigma cuántico», que surge del oscuro misterio de lo que sucede cuando la función de onda de un sistema cuántico es «reducida» o «derrumbada» por el acto de la medición.
En la MC, la función de onda es una expresión matemática que describe una partícula (un electrón o un fotón, por ejemplo) o un sistema de partículas (una mo-lécula, o un árbol, o un sistema solar) y cómo cambia en el tiempo. La función de las probabilidades de que, cuando el sistema es medido, ciertas variables -como la posición, la velocidad, el momento, la energía y el spin- adquieran ciertos valores. Las probabilidades no son las mismas que, por ejemplo, arrojar al aire un penique; es sólo nuestra ignorancia de las muchas fuerzas que actúan sobre el penique lo que hace imposible predecir si saldrá cara o cruz con más del 40 por 100 de exactitud. En el caso de la partícula no hay fuerzas en o cerca de la partícula ni «variables ocultas» que le hagan adquirir propiedades definidas cuando es medida. Es como si la naturaleza no tomase ninguna decisión sobre esas propiedades hasta el instante de la medición, y entonces la decisión se toma por puro azar.
Desgraciadamente, la MC también nos dice que tan pronto como una función de onda es reducida a valores definidos por la medición, todo el sistema, que ahora incluye el aparato de medición, adquiere una nueva función de onda que sólo da probabilidades para las propiedades que se hallarán si se mide todo el sistema. Esto conduce directamente a un famoso experimento imaginario conocido como la "paradoja del gato de Schrödinger" (por Erwin Schrödinger, uno de los grandes arquitectos de la MC, quien la planteó por primera vez).
Imaginemos un gato dentro de una caja opaca cerrada. La caja contiene una sustancia radiactiva que tiene un 50 por 100 de probabilidades de emitir un electrón en un intervalo de tiempo determinado. El electrón producirá un clic en un contador Geiger, que a su vez disparará un mecanismo que matará al gato. Puesto que todo el sistema tiene una función de onda que sólo da probabilidades hasta que el sistema es observado, la MC parece decir que al final del intervalo dado el gato no está vivo ni muerto hasta que alguien mire en la caja. Esta observación, entonces, destruye la función de onda, y en ese instante el gato adquiere la propiedad definida de estar vivo o muerto. Antes de la observación, la vida y la muerte están de algún modo, un modo que nadie comprende, mezcladas con igual probabilidad en la ecuación de onda que describe el sistema gato-caja.
Supongamos que la caja es abierta por un amigo de Wigner, quien ve si el gato está vivo o muerto. La caja el gato y el amigo forman ahora un sistema cuántico mayor con una función de onda más compleja en la que el estado del gato y el estado de la mente del amigo son indefinidos hasta que son observados por Wigner o algún otro. Los físicos llaman a esto "la paradoja de amigo de Wigner". Conduce a un regreso infinito. Si Wigner observa a un amigo que observa al gato, el sistema total de caja-gato-amigo-Wigner sigue siendo indefinido (el gato aún no está vivo o muerto) hasta que es observado por una tercera persona, y así sucesivamente. El regreso a veces es llamado "la catástrofe de Neumann" porque parece seguirse de una formalización clásica de la MC por el gran matemático húngaro John von Neumann.
En su colección de ensayos "Simetrías y reflexiones" (1967), Wigner arguye que el regreso no es infinito. Termina tan pronto como una mente consciente interrumpe la cadena de reducciones de funciones de onda. Sólo una mente, reza su razonamiento, tiene la facultad de introspección que permite saber que «yo estoy en tal o cual estado. Para ser aún más laboriosamente preciso», añade Wigner, es «mi propia conciencia, puesto que soy el único observador, y todas las otras personas son el objeto de mis observaciones». Un amigo que observa al gato sabrá si el animal está vivo o muerto, pero hasta que Wigner observa a su amigo, el gato, para Wigner, aún se halla en un estado indefinido.
Wigner confiesa que encuentra hasta la permanencia de cosas como árboles «profundamente desconcertante». Puesto que un árbol es un sistema cuántico, tampoco parece tener propiedades definidas hasta que su función de onda es reducida por la observación. Ya que para Wigner su propia conciencia es la realidad fundamental, los objetos que están «allí fuera» son poco más que construcciones mentales útiles inferidas de las regularidades de su experiencia. Y cita con aprobación una afirmación de Schrödinger: «¿Sería [el mundo] de otro modo [sin observadores conscientes], una obra representada ante asientos vacíos, sin existir para nadie, y por ende sin existir propiamente?».
La mayoría de los físicos no admiten este solipsismo colectivo. Creen que hay reducciones finales de funciones de onda siempre que se produce un macrosuceso que no puede ser invertido en el tiempo, como la muerte de un gato, el registro en una película de la trayectoria de una partícula en una cámara de burbujas, el sonido que registra el clic de un contador Geiger.
Aunque Wigner raramente invoca a Berkeley, ni a ningún otro filósofo que hubiese abordado problemas similares, sus ideas lo obligan a decir que un árbol no tiene propiedades definidas, y por tanto sólo posee una existencia vaga, hasta que una mente consciente lo percibe.
Wheeler, en numerosos artículos, ha adoptado una posición similar, aunque menos extrema. La MC, dice, en verdad no nos obliga a negar que en el plano subatómico haya un mundo externo de naturaleza precisa, independiente de las mentes. «Ningún fenómeno elemental es un fenómeno mientras no sea un fenómeno observado.» En algún extraño sentido, el Universo es lo que Wheeler llama un «universo participante». No observamos algo allí fuera, detrás de un grueso muro de cristal, dice Wheeler. Debemos hacer añicos el cristal e influir en el estado de lo que vemos.
En la grandiosa visión cosmológica de Wheeler, hay una infinidad de universos oscilantes que nacen continuamente de grandes explosiones y con el tiempo mueren en grandes momentos decisivos. Cada universo tiene su propio conjunto de constantes físicas que surgen por azar de su bola de fuego. Estas constantes deben ser finamente armonizadas para permitir la formación de soles y planetas, y más cuidadosamente aún para permitir la vida. Wheeler cree que, en verdad, la vida es tan improbable que quizá seamos la única vida inteligente que hay en todo el Cosmos. Además, a menos que un universo esté tan finamente armonizado como para permitir la evolución de mentes conscientes, no puede ser observado y, por ende, no es verdaderamente real en ningún sentido fuerte. Un fotón no observado tiene un vago género de realidad, sí; mas para Wheeler es una realidad de un «matiz más pálido y teórico» que la realidad de un fotón observado.
La última cita es del libro de Wheeler "Fronteras del tiempo" (1978). En este libro y en otras partes, propone un nuevo y fantástico experimento imaginario conocido como "la prueba de la elección postergada". Es una variación del famoso experimento de una pantalla con dos ranuras. Un fotón pasa por una ranura (como una partícula) si es medido por un tipo de detector, o por dos ranuras (como una onda) si es medido por otro detector, un experimento que demuestra la doble naturaleza de la luz. Supongamos, dice Wheeler, que esperamos a que el fotón haya pasado por la pantalla y luego decidimos rápidamente cuál detector usar. ¿No determinará nuestra decisión cuál de dos sucesos (el paso por una o por dos ranuras) tuvo lugar en el pasado?
No hay ninguna alteración del pasado, aclara Wheeler, sino una creación del pasado. Nuestra elección del instrumento de medida determina si el fotón ha penetrado en la pantalla como una partícula que pasa por una ranura o como una onda que pasa por dos ranuras. Pero esto, dice Wheeler, es un modo engañoso de plantearlo. ¡El fotón no tiene ningún pasado preciso hasta que lo medimos! Quizá todo el Universo es como un experimento de elección postergada. Comienza con la singularidad de la Gran Explosión, luego crece y se hace más complejo hasta que finalmente crea un ojo gigantesco (nuestra conciencia) mediante el cual se observa a sí mismo, y de este modo «imparte una realidad tangible aun a los primeros días del Universo».
En los últimos años, Wheeler ha declarado su creencia de que la «observación» en MC no necesita involucrar una mente. Puede hacerse con instrumentos, como un contador Geiger, una cámara de burbujas, un grano de bromuro de plata, la retina de un ojo, etc. Los registros dejados por tales mediciones son macroestructuras tan inalterables por las mentes como las rocas y los árboles. Sólo en el micronivel una estructura no observada tiene una realidad de un matiz más pálido y mas teórico. Como Niels Bohr antes que él, Wheeler no lleva su solipsismo hasta el punto wigneriano de sentirse desconcertado por la persistencia de rocas y arboles. Sin embargo, en el plano cuántico, que es subyacente a toda otra cosa, para Bohr y para Wheeler la realidad sigue siendo algo sin forma hasta que entra en interacción con macroobjetos que finalmente serán observados por mentes.
Ningún físico niega que una partícula cuántica es una cosa fantasmal para la que es imposible construir modelos coherentes usando el espacio-tiempo de la física einsteiniana clásica. Hay un sentido en el que un electrón no «existe» hasta que no es medido. Nadie sabe si su función de onda está ligada a ondas tan reales como las ondas de agua o de sonido, o si la función es tan ficticia como la función de probabilidad que nos dice que un dado presentará cualquier cara con igual probabilidad cuando se lo arroja, o si la función describe un tercer tipo de cosa que todavía nadie comprende. Pero del carácter fantasmal de un electrón no se sigue, al menos para la mayoría de los físicos, que una piedra o un árbol sean igualmente fantasmales.
La idea de Wheeler y Wigner según la cual de un universo sin observadores conscientes no puede decirse que existe en un sentido fuerte, en su nivel fundamental, sin duda plantea muchas dificultades. ¿Tiene un chimpancé suficiente conciencia para dar plena realidad a un universo? Y si la tiene un chimpancé, ¿por que no un pájaro o un pez? Como señaló Einstein en uno de los seminarios de Wheeler en Princeton, «es difícil creer que tal descripción [la MC] sea completa. Parece dar al mundo un carácter totalmente nebuloso a menos que alguien, como un ratón, lo esté mirando».
Supongamos que el mecanismo de la caja de Schrödinger no mata al gato sino que sólo le corta una oreja. ¿Es la conciencia del gato bastante fuerte para cortar la cadena de las reducciones de la función de onda o se necesita una mente humana para hacer definido lo que le ocurrió al gato? ¿Debemos decir que el Universo sólo era parcialmente real antes de que apareciera la vida y que se está haciendo lentamente cada vez más real a medida que la vida evoluciona hacia formas superiores de conciencia?
En años recientes, como resultado de nuevos experimentos, se ha producido un acentuado renacimiento del interés por otra famosa paradoja de la MC. Se la conoce como "la paradoja de EPR", por las iniciales de Einstein y dos jóvenes amigos suyos, Boris Podolsky y Nathan Rosen, quienes escribieron en colaboración un artículo sobre ella en 1935. La paradoja de EPR tiene muchas variantes. Una de las más simples involucra a dos fotones que se alejan velozmente en direcciones opuestas cuando un electrón y su equivalente de antimateria, un positrón, se aniquilan mutuamente. Por mucho que se alejen -pueden estar a millones de años-luz- permanecen «correlacionados», en el sentido de que algunas de sus propiedades tienen valores opuestos. Por ejemplo, si se mide el spin del fotón A y el resultado es 1, el spin del fotón B debe ser -1. Recuérdese que una partícula no tiene un spin definido antes de ser medido. De acuerdo con la MC, la función de onda del fotón establece que en el momento de la medición la naturaleza decide darle un spin más o menos, con igual probabilidad. Así, si medimos una corriente de fotones, obtenemos una serie de spins más y menos que se hallan tan distribuidos al azar como las series de caras y cruces obtenidas lanzando al aire una moneda. Estamos ahora en una terrible situación. ¿Cómo puede la medición del fotón A destruir la función de onda de B (dándole un spin opuesto al de A), que puede hallarse a millones de años-luz y no está conectado de ningún modo causal conocido con su gemelo?
Muchos físicos esperaban y creían que las dos partículas seguían correlacionadas a causa de variables ocultas en el interior o cerca de ellas, como la correlación entre dos discos en rotación que son arrojados simultáneamente en direcciones opuestas, uno con cada mano. ¡Ay!, experimentos que contradicen un hermoso pero sumamente complejo teorema descubierto en 1965 por John Bell han descartado todas las variables ocultas como explicación de la correlación de partículas.
El teorema de Bell brindaba un modo de poner a prueba la paradoja de EPR en el laboratorio, y desde 1965 muchas de tales pruebas han confirmado la paradoja. Una de ellas era un nuevo y complicado experimento de un científico francés del que se informó en el número del 30 de julio de Science. Ya no se trata de un experimento imaginario. De algún modo una partícula «sabe» instantáneamente (o casi instantáneamente) el resultado de una medición de la otra partícula. Esto no viola en modo alguno la regla de la relatividad de que la energía y las señales no pueden ir más rápidamente que la luz. No se puede enviar un mensaje codificado mediante fotones correlacionados, como no se puede enviar un mensaje transmitiendo una sucesión de caras y cruces obtenidas lanzando al aire una moneda. Si hubiese algún modo de obligar a un fotón a adquirir un spin deseado cuando se lo mide, sería fácil usar las correlaciones de fotones para enviar mensajes cifrados más rápido que la luz. Pero la MC prohibe tal imposición porque destruiría el carácter irreductiblemente fortuito que está en el corazón de la teoría cuántica.
Sin embargo, la paradoja de EPR sugiere que partes distantes del Universo están conectadas de algún modo peculiar aún no conocido, modo que permite a la información cuántica desplazarse a mayor velocidad que la de la luz. La explicación más extraña propuesta hasta ahora la dio Costa de Beauregard, un respetado físico francés que comparte con Brian Josephson (el ganador irlandés del Premio Nobel que abandonó la física hace muchos años para investigar la Meditación Trascendental y los fenómenos paranormales) la creencia de que la MC es la clave de los presuntos fenómenos de la parapsicología. La información cuántica, dice Beauregard, viaja hacia atrás en el tiempo desde el fotón A, cuando es medido, al instante en que las dos partículas fueron creadas. Luego avanza en el tiempo hasta el fotón B, ¡y llega a él en el preciso momento en que abandona a A!
La paradoja de EPR perturbó profundamente a Einstein. Que la medición de una partícula pudiese destruir la función de onda de otra partícula situada a muchos kilómetros de distancia le parecía tan absurdo como la muerte de una persona en París cuando un brujo de Haití apuñala una muñeca. Y había otros aspectos de la MC que lo perturbaban. Como discípulo de Spinoza, quien creía que todo suceso de la naturaleza está completamente determinado por causas anteriores, Einstein no podía tolerar el azar absoluto en el corazón de la MC. Pero sobre todo objetaba a la MC que pareciese implicar en su nivel fundamental que el Universo no tiene una estructura independiente de las mentes humanas.
Durante las últimas décadas de la vida de Einstein, sus recelos hacia la MC lo aislaron de sus colegas, quienes hablaban con tristeza de su «líder perdido». Hoy, cuando la paradoja de EPR está siendo espectacularmente confirmada en el mundo, algunos físicos están empezando a preocuparse por ella tanto como Einstein. ¿Es posible que las intuiciones del viejo maestro no fuesen tan descabelladas, después de todo? En todo caso, muchos jóvenes físicos están trabajando ahora en ingeniosas teorías destinadas a reemplazar a la MC por una teoría más profunda en la que la MC se convierta en un caso límite, un poco como la teoría de la gravitación de Newton se convirtió en un caso límite de la relati-vidad general. Las leyes de Newton son adecuadas para las velocidades y masas ordinarias de la Tierra. Pero no son suficientemente exactas para explicar fenómenos donde intervienen estrellas masivas y velocidades cercanas a la velocidad de la luz.
En varios artículos recientes Wheeler ha comparado el problema de la medición en la MC con un juego de Veinte Preguntas que antaño jugaba con un grupo de divertidos amigos. Sin saberlo Wheeler, habían convenido no tener ninguna palabra en la mente cuando él empezase a preguntar. Respondían sí o no al azar, pero con la condición de que cada uno tuviese al menos una palabra en la mente que se adecuase a todas las preguntas anteriores. Luego Wheeler y el grupo llegaron a aislar la palabra «nube». El quid es que, en los términos del juego, la palabra no existía hasta que era creada por la interacción de Wheeler con sus amigos.
Me parece que la analogía sólo se aplica a propiedades de partículas, no a la realidad que está detrás de esas propiedades. En verdad, una partícula puede no tener ninguna posición o momento precisos hasta que es medida. Hasta puede no tener un camino exacto en el pasado. Pero a menos que se sea un solipsista extremo, uno debe creer en algún tipo de realidad estructurada que da soporte a las propiedades y que sea tan independiente de la mente como los árboles que nadie observa.
Consideremos un arco iris. Es tan dependiente de un observador como un electrón. No hay nada «allí fuera» que merezca ser llamado el arco iris. Cada persona ve un arco diferente, un arco que no tiene ninguna posición en el espacio hasta que es observado. En cierto sentido, el arco no tiene ninguna realidad aparte de su observación. Por otro lado, el arco es independiente de la mente, en el sentido de que puede ser fotografiado. Es una forma que reposa firmemente en una estructura de relaciones entre gotas de lluvia que caen, luz del sol y un ojo o la lente de una cámara fotográfica. Aun el verde de una hoja depende de un conjunto de relaciones entre la hoja, la luz y un observador. Esto en modo alguno justifica un solipsismo que afirme la irrealidad de la hoja hasta que sea observada, o que las ondas y par-tículas cuánticas no tienen realidad alguna mientras no son observadas.
He aquí cómo consideraba Einstein, en un ensayo sobre «Física y Realidad», el modo en que los científicos elegían sus palabras cuando jugaban al juego de las preguntas con la naturaleza: «Pero la libertad de elección es de un tipo especial; no es en modo alguno similar a la libertad de un escritor de ficción. En cambio, es semejante a la de un hombre empeñado en resolver un crucigrama bien elaborado. Puede, es verdad, proponer como solución cualquier palabra; pero sólo una palabra que realmente resuelve el acertijo en todas sus formas. Es un acto de fe el que la naturaleza -tal como es perceptible por nuestros cinco sentidos- adopte el carácter de un crucigrama tan bien formulado. Los éxitos alcanzados hasta ahora por la ciencia, en verdad, dan cierto estímulo a esa fe».
Ningún físico duda de que en los microniveles abundan los enigmas cuánticos. Ello surge del hecho de que las ondas de la MC son ficciones matemáticas, ondas abstractas de probabilidad en espacios multidimensionales construidos exclusivamente para describir sistemas cuánticos. Qué tipo de realidad está detrás de esas ondas y cómo está estructurada, nadie lo sabe. Pero la mayoría de los físicos están de acuerdo con Pagels en que sólo el micromundo es misterioso. «Una vez que la información sobre el mundo cuántico es irreversible en el mundo macroscópico -escribe-, podemos a buen seguro atribuirle una significación objetiva: no puede volver sigilosamente al país de fantasía del cuanto.»
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Una de las grandes sorpresas del juicio sobre creacionismo y ciencia de Arkansas, en diciembre de 1981, fue la aparición, como testigo clave contra la evolución darwiniana, de Chandra Wickramasinghe, un distinguido astrofísico del University College de Cardiff, Gales. Más sorprendente aún fue su revelación de que él y su más eminente colaborador, el astrónomo británico Sir Fred Hoyle, ambos ex incrédulos en lo concerniente a un dios creador de la vida, están ahora convencidos de que tal dios existe. Y no sólo eso, sino que la existencia de un creador se puede demostrar mediante la matemática, con una probabilidad mayor que 10exp40000 (1 seguido de 40.000 ceros) a 1.
Hoyle y Wickramasinghe han escrito un pintoresco libro sobre todo esto: "Evolution from Space" [Evolución desde el Espacio] (Simón and Schuster, 1982). En una conferencia dada en la Royal Institution en Londres, Hoyle hizo una sorprendente exposición de su revolucionaria nueva teoría. Ya promete despertar más antagonismo que la cosmología -ahora abandonada- del estado estable de Hoyle, un modelo del Universo que defendió vigorosamente hasta que las pruebas a favor de una Gran Explosión se hicieron abrumadoras.
Hoyle y su amigo no niegan que la mayor parte de la vida sobre la Tierra, incluidos los seres humanos, evolucionó a partir de formas simples que aparecieron por primera vez en el planeta hace varios miles de millones de años. Lo que sostienen es que las leyes naturales no pueden explicar el origen de la vida y que la selección natural darviniana no puede explicar su desarrollo.
Su argumentación es una forma matemáticamente compleja de la antigua prueba de la existencia de Dios por el designio. Poned todas las partes de un reloj en un barril, reza una versión conocida, y podéis sacudir el barril hasta el día del juicio sin producir un reloj. La analogía favorita de Hoyle utiliza el cubo de Rubik: dad un cubo desordenado a una persona con los ojos vendados, dejad que haga una movida al azar en cada segundo, y necesitará cien veces más tiempo que la edad de la Tierra para ordenar el cubo. La vida depende de largas cadenas de aminoácidos, y cada eslabón es seleccionado entre veinte aminoácidos. Los cálculos demuestran, informó Hoyle, que las probabilidades de formar una cadena típica combinando aminoácidos al azar son casi las mismas que las de ordenar el cubo de Rubik por giros al azar.
La teoría evolucionista clásica dice: dadas las dimensiones de los mares primitivos de la Tierra y millones de años para que las moléculas den vueltas por esta «sopa orgánica», las cadenas de aminoácidos podrían formarse por puro azar solamente. De ningún modo, dice Hoyle. Aunque usted suponga que todo el espacio es una sopa orgánica, el Universo es aún demasiado joven para hacer probable que las necesarias cadenas de aminoácidos pudiesen haberse formado mediante una mezcla ciega. Además, las mutaciones al azar no pueden explicar en modo alguno la rapidez con que surgieron nuevas especies después de comenzar la vida sobre la Tierra.
Entonces, ¿cómo puede explicarse la vida? Debemos suponer, declara Hoyle, que una inteligencia dentro del Universo está dirigiendo la constante creación de microorganismos en el gas interestelar. Estos organismos andan por la galaxia en ondas de luz. Hace unos miles de millones de años algunos de ellos fueron llevados a la Tierra por cometas, según una teoría propuesta por Hoyle y Wickramasinghe en su libro anterior: "Nube vital", y más recientemente defendida, en una forma un poco diferente, por Francis Crick en "La vida misma".
Pero esto es sólo la mitad de la historia. Para dirigir el curso de la evolución, la inteligencia ha estado durante miles de millones de años derramando microorganismos (quizás hasta insectos) sobre la Tierra, donde interaccionan con formas de vida para promover las grandes mutaciones necesarias para explicar los que parecen saltos repentinos en los registros fósiles. Las pequeñas mutaciones con errores de copia del ADN no hacen más que refinar una especie. El último gran salto, de los animales a los seres humanos, es tan enorme que Hoyle no puede concebirlo como el resultado de errores de copia de ADN. Dice que no hay modo alguno de que la lucha darviniana por la supervivencia pueda explicar «el surgimiento de un Mozart, un Shakespeare o un Karl Friedrich Gauss».
A veces los virus del espacio exterior causan epidemias de gripe y otras enfermedades temibles, audaz hipótesis propuesta por Hoyle y Wickramasinghe en "Viajes del espacio" y en un libro anterior. Enfermedades del espacio. ¿Por qué una deidad permitiría el sufrimiento? O bien Dios quiere que suframos y por ende no es bueno, o Dios es incapaz de impedir el dolor y, por consiguiente, no es todopoderoso. Hoyle contesta estos argumentos, los más antiguos a favor del ateísmo, con una idea que se remonta a David Hume: en verdad, Dios es bueno, pero no es omnipotente. «El creador de la vida carbonosa -decía Hoyle- fue motivado por una dura necesidad, a partir de la cual la presente situación bien puede ser tan óptima como se podía lograr.»
Pero si una inteligencia interior a nuestro Universo dirigió todo esto, ¿mediante qué proceso surgió esta inteligencia? ¿Surgió de las acciones de alguna inteligencia ahora extinguida en un ciclo del Universo que precedió a la Gran Explosión, o de la acción de una inteligencia superior exterior al Universo? ¿Hay una jerarquía infinita de inteligencias? Hoyle no tiene respuestas para estas cuestiones trascendentales.
¿Qué puede, decir un escéptico de esta última bomba del mayor disidente entre los astrónomos vivientes? Sobre las lagunas aparentes en el registro fósil, Stephen Jay Gould y otros «puntuacionistas» (ninguno de los cuales es mencionado por Sir Fred) están proporcionando hipótesis plausibles. En cuanto al viejo argumento de que el ciego azar no puede explicar el origen de la vida, ¿quién imaginó alguna vez, como Isaac Asimov preguntó hace muchos años, que las moléculas se combinan por ciego azar? Volcad mil caramelos sobre una alfombra, y la probabilidad de que adopten bellas formas hexagonales es, en verdad, cercana a cero. Pero cuando cae nieve, se constituyen innumerables cantidades de estas formas. Cuando eran agitadas por una energía externa, decía Asimov, las moléculas orgánicas en la sopa primigenia de la Tierra podían formar los ladrillos necesarios para la vida mediante la acción del «ciego azar». Sería un azar guiado por leyes naturales, leyes sobre las cuales se sabe tan poco todavía que nadie puede siquiera empezar a calcular sus probabilidades. Ni siquiera Hoyle.
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«¡Un triste espectáculo! », exclamó Thomas Carlyle al contemplar la posibilidad de que millones de planetas giraran alrededor de otros soles. «Si están habitados, ¡qué campo de acción para el dolor y la locura!; y si no lo están, ¡qué pérdida de espacio!» Ahora se sabe mucho más sobre el Universo que en tiempos de Carlyle pero la cuestión de si ETI (un nuevo acrónimo de moda para designar la Inteligencia Extraterrestre [Extraterrestrial Inteligence, en inglés]) existe se halla tan poco resuelta como siempre. Sin embargo, un hecho increíble y nuevo ha entrado en el cuadro. Por primera vez en la historia, disponemos de la tecnología para responder, quizá, a la pregunta.
Esta mera posibilidad tiene implicaciones tan enormes que una nueva ciencia llamada la «exobiología» ya existe aunque todavía no exista su objeto de estudio. Sabemos que nuestra galaxia, la Vía Láctea, contiene más de 200 mil millones de soles, y que hay miles de millones de otras galaxias. ¿Hay otros planetas? Hace cincuenta años, las dos teorías más populares sobre el origen del Sistema Solar hacían ambas tan improbables tales sistemas planetarios que los astrónomos de alto rango consideraban el nuestro como el único de la galaxia. Después de encontrarse fallos en esas teorías, los astrónomos volvieron a un modelo propuesto por Immanuel Kant (y más tarde por Laplace) en el que los sistemas solares son tan probables que la mayoría de las estrellas de la Vía Láctea deben tenerlos. Las oscilaciones de algunos soles cercanos parecen indicar que había grandes planetas cerca de ellos, pero nadie lo sabe con certeza.
Si los sistemas solares abundan, nuestra galaxia podría contener miles de millones de planetas suficientemente similares a la Tierra para contener vida basada en el carbono. Los biólogos tienen sólidas razones para limitar la vida a los compuestos del carbono (el silicio y el boro son los mejores candidatos siguientes), pero nadie tiene la menor idea de cómo un planeta semejante a la Tierra puede dar origen a la vida basada en el carbono. Nuestros dos vecinos más cercanos, Venus y Marte, probablemente se formaron al mismo tiempo que la Tierra, pero sus atmósferas son muy diferentes entre sí y de la nuestra. Aunque un planeta pase por una historia exactamente igual a la de nuestra Tierra, nadie conoce la probabilidad de que en su superficie pueda surgir la vida. Y si surge, nadie conoce la probabilidad de que pueda evolucionar hasta algo tan inteligente como un pez.
(...)
El último libro de Nigel Calder, "Naves espaciales de la Mente" (Viking, 1978), está escrito desde un punto de vista que es casi el opuesto al de Carl Sagan. No es que sea un entusiasta de explorar el Sistema Solar, desembarcar astronautas en Marte y fundar colonias en el espacio. Es sólo que Sagan ha concentrado su atención en SETI (Search of ETI), CETI (Communication with ETI) y ETI, en el supuesto de que las ETIS están realmente allí fuera. Puede sorprender al lector que haya un cuerpo creciente de respetables opiniones científicas para las que las ETIS pueden no estar allí en absoluto. Para empezar, algunos astrónomos, descontentos con los modelos aceptados sobre la historia del Sistema Solar, están considerando nuevos modelos en los cuales los planetas, nuevamente, son excepcionales. En segundo lugar, la mayoría de los biólogos están convencidos de que la vida es imposible sin proteínas, y esto implica una gama muy estrecha de condiciones que deben darse en un planeta para que la vida pueda siquiera empezar. Finalmente, si la vida se inicia, consideran su evolución en la Tierra como una sucesión de sucesos tan improbables que es grande la probabilidad contra el surgimiento de la inteligencia.
El físico John Wheeler ha llevado esta opinión hasta las últimas consecuencias. En su visión cósmica, un número infinito de grandes explosiones se están produciendo constantemente en el «superespacio», y en cada explosión factores de azar producen diferentes constantes físicas. Como resultado de esto, cada universo tiene su peculiar conjunto de partículas y leyes matemáticas coherentes. En la mayoría de estos universos no es posible la formación de soles, y menos aún la de planetas. El universo tiene que estar «finamente armonizado» para permitir la existencia de planetas, y más aún para permitir la vida. Para Wheeler, surgen miles de millones de universos sin vida. Puesto que no contienen seres que los «observen», en un sentido berkelyano -que Wheeler, Eugene Wigner y unos pocos físicos más creen fundado en la mecánica cuántica- ni siquiera existen. (En la medida de mi conocimiento, Wheeler y Wigner nunca han seguido al obispo Berkeley en la restauración de la existencia de objetos inobservados permitiendo que Dios los observe.) Cuando los factores de azar forman un universo que la permite, la vida apenas aparece en un planeta. «Son abrumadoras las probabilidades -escribió Wheeler en 1973- de que la Tierra sea el único asiento de la vida en el Universo.»
Los cosmólogos han acuñado una nueva expresión llamada el «principio entrópico». Como lo explica el físico P. C. W. Davies en «El Universo Hecho a Medida» (The Sciences, mayo de 1978), la esencia del principio es que «observamos el mundo que observamos porque estamos aquí. Esto no pretende implicar que nuestra existencia causa el surgimiento de las características observadas, sino sólo que depende decisivamente de que hayan surgido». El aspecto más sorprendente del principio es que permite contestar a ciertos interrogantes sobre cosmología y microfísica considerando la naturaleza de la vida. En vez de preguntar qué tipo de vida puede evolucionar en un universo, invertimos la cuestión y preguntamos qué leyes de un universo nos permiten existir. ¿Por qué nuestras leyes son como son? ¡Porque si fuesen diferentes no estaríamos aquí para descubrirlas!
Nigel Calder, el principal divulgador científico de Inglaterra, revela en "Naves espaciales de la mente" que se adhiere a esta nueva concepción y, por lo tanto, se inclina a pensar que somos los únicos ETIS de la galaxia. Como admite Calder, es una opinión minoritaria, pero probablemente se fortalezca si resulta que Marte está totalmente desprovisto de vida y si no se detectan mensajes de radio de las estrellas en las próximas décadas. Es divertido que el péndulo parezca volver a un punto de vista que era el dominante en el pensamiento occidental durante siglos, antes de que Bruno fuese quemado por (entre otras cosas) ¡sostener que el Cosmos abunda en mundos habitados! "Naves espaciales de la mente", basado en una serie de televisión que Calder presentó en la BBC, trata principalmente del gran salto de la humanidad al espacio no habitado. El libro examina lo que Calder llama las «Grandes Ideas» sobre este salto, las audaces extrapolaciones. ¿Construiremos pronto «máquinas de Santa Claus», fábricas automáticas del espacio que lleven materiales de la Luna, los planetas o los asteroides y los procesen para elaborar sustancias necesarias para una colonia espacial? ¿Construiremos en alguna fecha futura «esferas de Dyson» (propuestas por el físico Reeman Dyson), ciudades espaciales que se acumulen en un masivo caparazón alrededor de una estrella para aprovechar al máximo la energía de ésta? ¿Colonizaremos grandes asteroides, exploraremos las lunas de Saturno, iremos al encuentro de los cometas? ¿Obtendrán las naves espaciales un empuje económico mediante motores de iones que emitan átomos electrizados? ¿Desplegarán enormes velas de laminillas metálicas para captar la débil presión de la luz solar y viajar por el Sistema Solar?
(...)
"En el centro de las inmensidades" (Harper & Row, 1978), de Sir Bernard Lovell, el eminente radioastrónomo británico, es el libro más erudito de los tres. Es esencialmente una historia de la cosmología, escrita con sabiduría y gracia, con un sólido conocimiento de la historia de la ciencia y la filosofía, y desde la perspectiva de la preparación de hoy para el Gran Salto de mañana.
También Lovell se adhiere al principio entrópico. Nuestra presencia en la Tierra, cree, es el resultado de sucesos que tienen probabilidad cercana a cero. «Parece que las probabilidades de la existencia del hombre sobre la Tierra en la actualidad, o de vida inteligente en cualquier parte del Universo, son pequeñísimas.» Hasta el ritmo de expansión del Cosmos tiene que ser exactamente el que es para permitir la vida.
Si el ritmo hubiese sido menor en una cantidad casi insignificante en el primer segundo [después de la explosión primitiva], el Universo se habría desplomado mucho antes de que hubiese podido producirse la evolución biológica. Y a la inversa, si el ritmo hubiese sido marginalmente mayor, la expansión habría alcanzado tales magnitudes que ningún sistema ligado a la gravitación (esto es, galaxias y estrellas) podría haberse formado.
"No estamos solos" es el título de un libro sobre ETI del autor científico Walter Sullivan. Estamos solos, dicen Wheeler, Lovell y Calder. El mensaje del Voyager elaborado por Sagan sólo será oído por nosotros. ¿Quién tiene razón? ¿Es triste y desolador el resurgimiento de esta antigua idea o debemos recibirlo con júbilo? Yo no lo sé.
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