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Davies
I.A._ Conferencia pronunciada por el físico Paul Davies en la Abadía de Westminster en 1995, con ocasión de recibir el premio Templeton. (Traducción del inglés).
Es a la vez un honor y un placer para mí hablar en esta mundialmente famosa Abadía, a pocos metros de los restos de Isaac Newton. Junto a Einstein y Darwin, Newton es uno de los pocos científicos conocidos por casi todo el mundo. Él es uno de los grandes héroes de mi propia disciplina, la física, aunque su carrera como funcionario dejara mucho que desear.
Fueron Newton, Galileo, y sus contemporáneos quienes crearon la ciencia tal como la conocemos, hace tres siglos. Actualmente creemos tan seguro el método de investigación científico que poca gente se detiene a pensar en lo asombroso que es que la ciencia "funcione".
Como todos los escolares, yo aprendí la ciencia como un conjunto de procedimientos que revelan cómo funciona la naturaleza, pero nunca me pregunté por qué somos capaces de hacer esto que llamamos ciencia, tan exitosamente. Fue sólo después de una larga carrera como investigador y profesor que comencé a apreciar cuán profundo es el conocimiento científico, y cuán increíblemente privilegiados somos de poder descifrar los secretos de la naturaleza de un modo tan potente.
Por supuesto que la ciencia no brotó de golpe en las mentes de Newton y sus colegas. Ellos fueron fuertemente influidos por dos antiguas tradiciones que impregnan el pensamiento europeo. La primera fue la filosofía griega. La mayoría de las culturas antiguas se percataron de que el universo no es completamente caótico ni caprichoso: hay un orden definido en la naturaleza. Los griegos creyeron que este orden podía ser comprendido, al menos parcialmente, aplicando el razonamiento humano. Ellos mantuvieron que la existencia física no es absurda, sino racional y lógica, y por lo tanto inteligible en principio para nosotros. Ellos descubrieron que algunos procesos físicos tienen una base matemática oculta, y aspiraron a construir un modelo de la realidad basado en principios matemáticos y geométricos.
La segunda gran tradición fue la cosmovisión judía, según la cual el universo fue creado por Dios en un momento definido del pasado, y ordenado de acuerdo a un conjunto fijo de leyes. Los judíos pensaron que el universo se desarrolla en una secuencia unidireccional, - lo que llamamos actualmente "tiempo lineal" - de acuerdo a un determinado proceso histórico: creación, evolución, y disolución.
Esta noción de tiempo lineal - en la cual la historia del universo tiene un comienzo, un medio, y un final - está en marcado contraste con el concepto de ciclicidad cósmica, la mitología intrínseca a casi todas las culturas antiguas. El tiempo cíclico - el mito del eterno retorno - brota de la íntima asociación de la humanidad con los ciclos y ritmos de la naturaleza, y sigue siendo un componente clave en los sistemas de creencias de muchas culturas actuales. Incluso acecha bajo la superficie del pensamiento occidental, apareciendo ocasionalmente para infundir nuestro arte, nuestro folclore, y nuestra literatura. Un mundo creado libremente por Dios, y ordenado de una manera particular y acertada en el origen del tiempo lineal, constituye un poderoso conjunto de creencias, y fue adoptado tanto por la Cristiandad como por el Islam.
Un elemento esencial en este sistema de creencias es que el universo no tiene que ser necesariamente como es: podría haber sido distinto. Einsten dijo en una ocasión que lo que más le interesaba saber era si Dios tuvo posibilidad de elección en su creación. De acuerdo a la tradición judeo-islámica-cristiana, la respuesta es un resuelto sí.
Aunque no era convencionalmente religioso, Einstein hablaba a menudo de Dios, expresando un sentimiento compartido - creo yo - por muchos científicos, incluso declarados ateos. Es el sentimiento que puede describirse mejor como reverencia por la naturaleza y profunda fascinación por el orden natural del cosmos. Si el universo no tuvo que ser necesariamente como es - si, parafraseando a Einstein, Dios pudo elegir - entonces el hecho de que la naturaleza sea tan fructífera, de que el universo esté tan lleno de riqueza, diversidad, y novedad, es profundamente significativo.
Algunos científicos han tratado de argumentar que si supiésemos lo suficiente acerca de las leyes de la física, si descubriésemos una teoría definitiva que uniera a todas las fuerzas y partículas fundamentales de la naturaleza en un solo modelo matemático, entonces encontraríamos que esta super-ley, o teoría de todo, describiría un único mundo consistente lógicamente con ella. En otras palabras, la naturaleza del mundo físico sería enteramente consecuencia de la necesidad lógica y matemática. No habría elección sobre ello. Yo pienso que esto es demostrablemente erróneo. No hay una brizna de evidencia de que el universo sea lógicamente necesario. La verdad es que, como físico teórico, encuentro más bien fácil imaginar universos alternativos que sean lógicamente consistentes, y por lo tanto competidores con iguales méritos para ser reales.
Fue a partir del fermento intelectual proporcionado por la combinación de la filosofía griega con el pensamiento judeo-islámico-cristiano que emergió la ciencia moderna, con su tiempo lineal unidireccional, su insistencia en la racionalidad de la naturaleza, y su énfasis en los principios matemáticos. Todos los primeros científicos, como Newton, fueron religiosos de una u otra forma. Ellos veían a su ciencia como un medio de descubrir las huellas de la obra de Dios en el universo. Lo que ahora llamamos "leyes de la física", ellos las veían como creación abstracta de Dios: pensamientos, por decirlo así, de la mente de Dios. Así que al hacer ciencia - suponían ellos - se puede atisbar en la mente de Dios; una pretensión estimulante y audaz.
En los siguientes trescientos años, la dimensión teológica de la ciencia ha decaído. La gente toma por seguro que el universo es a la vez ordenado e inteligible. El orden subyacente en la naturaleza: las leyes de la física, son aceptadas simplemente como dadas, como hechos brutos. Nadie pregunta de dónde vinieron; por lo menos no lo hacen en compañía educada. Sin embargo, hasta el científico más ateo acepta como un acto de fe que el universo no es absurdo, que hay una base racional para la existencia física que se manifiesta en un orden legal de la naturaleza, que es, al menos en parte, comprensible para nosotros. De modo que la ciencia puede proceder sólo si el científico adopta una visión del mundo que es esencialmente teológica.
Se ha vuelto de moda en algunos círculos argumentar que la ciencia es en el fondo una ilusión, que nosotros los científicos aplicamos el orden "a" la naturaleza, no lo obtenemos "de" ella, y que las leyes de la física son "nuestras" leyes, no las de la naturaleza. Yo creo que esto es una consumada tontería. Usted se vería en serios apuros para convencer a un físico de que la ley de gravitación de Newton es una mera invención cultural. Las leyes de la física, yo afirmo, realmente existen en el mundo exterior, y el trabajo del científico es descubrirlas, no inventarlas. Es cierto que, en cualquier época dada, las leyes que se encuentran en los libros de texto son tentativas y aproximadas, pero ellas reflejan, bien que imperfectamente, un orden realmente existente en el mundo físico. Por supuesto, muchos científicos no reconocen que al aceptar la realidad de un orden en la naturaleza - la existencia de leyes "allí fuera" - ellos están adoptando un punto de vista teológico. Irónicamente, uno de los más ardientes defensores de la realidad de las leyes físicas es el físico americano Steven Weinberg, una especie de ateo apologético, quien, a pesar de ponerse lírico respecto de la elegancia matemática de la naturaleza, se ha sentido impulsado a escribir las notables palabras: "Cuanto más comprensible parece el universo, también más sin sentido parece."
Aceptemos, pues, que la naturaleza está de verdad ordenada matemáticamente - que "el libro de la naturaleza", como dijo Galileo, "está escrito en lenguaje matemático".
Aun así es fácil imaginar un universo ordenado que, no obstante, quede absolutamente más allá de la humana comprensión, debido a su complejidad y sutileza.
Para mí, la magia de la ciencia consiste en que podamos entender al menos parte de la naturaleza - tal vez en principio toda ella - usando el método de investigación científico. Es absolutamente sorprendente que nosotros los humanos podamos hacer esto; ¿por qué las reglas de funcionamiento del universo tendrían que ser accesibles a los humanos? El misterio es todavía mayor si se toma en cuenta el carácter críptico de las leyes de la naturaleza. Cuando Newton vio caer la manzana, lo que vio fue una manzana cayendo. No vio un conjunto de ecuaciones diferenciales que relacionaran el movimiento de la manzana con el de la Luna. Las leyes matemáticas que subyacen en los fenómenos físicos no son aparentes para nosotros en la observación directa; deben ser penosamente extraídas de la naturaleza usando arcanos procedimientos de laboratorio, experimentos, y teorías matemáticas. Las leyes de la naturaleza están ocultas para nosotros, y se revelan sólo después de mucho trabajo. El Heinz Pagels tardío - otro físico ateo -, describió esto diciendo que las leyes de la naturaleza están escritas en una especie de código cósmico, y que el trabajo del científico consiste en descifrar el código y revelar el mensaje - mensaje de la naturaleza o mensaje de Dios, escojan, pero no mensaje nuestro. Lo extraordinario es que los seres humanos hayamos desarrollado un talento descifrador tan fantástico. Esto es lo maravilloso y lo magnífico de la ciencia: podemos usarla para decodificar la naturaleza y descubrir las leyes secretas que sigue el universo.
Mucha gente pretende encontrar a Dios en la creación del universo, en el "big-bang" con que empezó todo. Imaginan un Super-ser que deliberaba desde toda la eternidad, y que entonces pulsó un botón metafísico y provocó una inmensa explosión. Yo creo que esta imagen está completamente mal concebida. Einstein nos enseñó que el espacio y el tiempo son parte del universo físico, no un escenario pre-existente donde actúa el universo. Los cosmólogos están convencidos de que el "big-bang" fue el nacimiento, no sólo de la materia y la energía, sino también del espacio y del tiempo. El tiempo mismo comenzó con el "big-bang". Aunque esto parezca desconcertante, no es nuevo. Ya en el siglo V San Agustín proclamaba que "el mundo se hizo con el tiempo, no en el tiempo". Según James Hartle y Stephen Hawking, este nacimiento del universo es un proceso no necesariamente sobrenatural, sino que pudo ocurrir de manera completamente natural, de acuerdo con las leyes de la física cuántica, que permiten que ocurran eventos auténticamente espontáneos. El origen del universo, sin embargo, no es ni mucho menos el fin de la cuestión. La evidencia sugiere que en su fase primordial el universo estaba en un estado extremadamente simple, casi informe: tal vez una sopa homogénea de partículas subatómicas, o hasta espacio vacío en expansión, solamente. Toda la riqueza y la diversidad de la materia y la energía que hoy observamos han emergido desde el comienzo, en una larga y complicada secuencia de procesos físicos auto-organizados. Las leyes de la física no sólo admiten que un universo se origine espontánamente, sino que lo animan a organizarse y complicarse, hasta el punto en que emergen seres conscientes capaces de volverse a mirar el gran drama cósmico y reflexionar sobre lo que todo ello significa.
Ahora ustedes quizá piensen que he dejado a Dios completamente fuera del cuadro. ¿Quién necesita a Dios cuando las leyes de la física pueden hacer un trabajo tan espléndido? Pero estamos obligados a volver a esa quemante pregunta: ¿de dónde han venido las leyes de la física? ¿Y por qué esas leyes y no otras? Y más especialmente, ¿por qué un conjunto de leyes que conduzcan a los candentes e informes gases expulsados por el "big-bang" hacia la vida y la conciencia, y la inteligencia y las actividades culturales tales como la religión, el arte, las matemáticas, y la ciencia?
Si hay un sentido o propósito de la existencia, como yo creo que hay, nos equivocamos al detenernos demasiado en el evento originario. A veces se hace referencia al "big-bang" como a "la creación", pero en realidad la naturaleza nunca ha cesado de ser creativa. Esta enérgica actividad, que se manifiesta en la emergencia espontánea de novedad, y complejidad, y organización de sistemas físicos, está permitida, o guiada, por las subyacentes leyes matemáticas que ocupan tanto a los científicos para descubrirlas.
Ahora bien, las leyes de que hablo tienen la condición de verdades eternas atemporales - en contraste con los cambiantes estados físicos del universo, que producen novedades genuinas. Así que aquí nos enfrentamos a la reaparición del más antiguo de los debates filosóficos y teológicos: la conjunción paradójica de lo eterno y lo temporal. Los primeros pensadores cristianos luchaban con el problema del tiempo. ¿Está Dios dentro de la corriente del tiempo o fuera de ella? ¿Cómo puede un Dios verdaderamente atemporal relacionarse con seres temporales como nosotros? ¿Pero cómo un Dios que se relaciona con un universo cambiante puede ser considerado eterno e inmutablemente perfecto?
La física tiene sus propias variaciones sobre este tema. En nuestro siglo, Einstein nos enseñó que el tiempo no está simplemente "allí" como un trasfondo universal y absoluto de la existencia - está íntimamente entrelazado al espacio y la materia. Como he mencionado antes, el tiempo ha revelado ser parte integral del universo físico; en realidad, puede ser deformado por el movimiento y la gravedad. Está claro que algo que puede ser alterado así no es absoluto, sino una parte contingente del mundo físico.
En mi propio campo de investigación - llamado "gravedad cuántica" - se ha dedicado mucha atención a comprender cómo el tiempo mismo pudo originarse en el "big-bang". Sabemos que la materia puede ser creada por procesos cuánticos. Actualmente hay consenso general entre los físicos y los cosmólogos respecto de que el espacio-tiempo también puede originarse en un proceso cuántico. Según las últimas ideas, el tiempo podría no ser un concepto primitivo en absoluto, sino algo que se ha "congelado" a partir del difuso fermento cuántico del "big-bang", una reliquia, por así decir, de un estado particular que se heló desde el ardiente nacimiento cósmico.
Por lo tanto, el tiempo es una propiedad contingente del mundo físico, más que necesaria consecuencia de la existencia, de modo que cualquier intento de remontar el propósito último o el diseño de la naturaleza a un Ser o Principio temporal parece condenado al fracaso. Aunque no pretendo que la física haya resuelto el enigma del tiempo - lejos de ello - creo que nuestra avanzada comprensión científica del tiempo ha iluminado el antiguo debate teológico de forma importante. Cito este tema sólo como un ejemplo del vivo diálogo que continúa entre la ciencia y la teología.
Un montón de gente es hostil a la ciencia porque desmitifica a la naturaleza. Ellos prefieren el misterio. Querrian más bien vivir ignorantes de cómo funciona el mundo y de nuestro lugar en él. Para mí, la belleza de la ciencia consiste precisamente en la desmitificación, porque ello revela justamente cuán maravilloso es en realidad el universo. Es imposible ser un científico de vanguardia sin quedar sobrecogido por la elegancia, el ingenio, y la armonía del orden legal de la naturaleza. En mis intentos de divulgar la ciencia, me conduce el deseo de compartir con muchos mi propio sentimiento de entusiasmo y veneración; quiero contar las buenas nuevas a la gente. El hecho de ser capaces de hacer ciencia, de poder comprender las ocultas leyes de la naturaleza, lo veo como un regalo de inmensa significación. La ciencia, adecuadamente conducida, es una empresa maravillosamente enriquecedora y humanizadora. No puedo entender que usar este don llamado ciencia - usarlo sabiamente, por supuesto - sea equivocado. Es bueno que sepamos.
Así que, ¿dónde está Dios en esta historia? No especialmente en el "big-bang" que inauguró el universo, ni interviniendo adecuadamente en los procesos físicos que generaron la vida y la conciencia. Pienso más bien que la naturaleza cuida de sí misma. La idea de que Dios es únicamente otra fuerza o agente que opera en la naturaleza, moviendo átomos aquí y allí en competencia con las fuerzas físicas, es profundamente decepcionante. Para mí, el verdadero milagro de la naturaleza se encuentra en la ingeniosa e inquebrantable legalidad del cosmos, una legalidad que permite la emergencia del orden complejo a partir del caos, la emergencia de la vida de la materia inanimada, y la emergencia de la conciencia a partir de la vida, sin necesidad de ocasionales prodigios sobrenaturales; una legalidad que produce seres que no sólo son capaces de plantearse grandes preguntas sobre la existencia, sino que además, a través de la ciencia y otras formas de averiguación, están empezando a encontrar respuestas.
Ustedes podrán sentirse tentados de suponer que cualquier vulgar paquete de leyes produciría un complejo universo de algún tipo, con hábiles habitantes convencidos de ser especiales. De ninguna manera. Resulta que unas leyes escogidas al azar conducen casi inevitablemente al caos irreprimible o a una aburrida e inocurrente simplicidad. Nuestro propio universo está exquisitamente ajustado entre estas dos indeseables alternativas, ofreciendo una potente combinación de libertad y disciplina, una especie de creatividad contenida. Las leyes no comprimen tan rígidamente a los sistemas físicos como para que éstos poco puedan hacer, pero tampoco son una receta para la anarquía cósmica. Al contrario, animan a la materia y a la energía a desarrollarse según pautas evolutivas conducentes a una variada novedad - lo que Freeman Dyson ha llamado "principio de diversidad máxima": que en cierto sentido vivimos en el universo más interesante posible. Recientemente, los científicos han identificado un régimen apodado "borde del caos", una descripción que ciertamente caracteriza a organismos vivos, en que la innovación se combina con la coherencia y la cooperación. El "borde del caos" parece implicar la clase de libertad legal que acabo de mencionar. Los estudios matemáticos sugieren que para manejar una situación así se requieren leyes de un tipo muy especial. Si pudiéramos girar un mando para cambiar las leyes existentes, aunque fuera muy levemente, lo más probable sería que el universo que conocemos se derrumbara en el caos. Claramente, la existencia de vida tal como la conocemos, y aun de sistemas menos elaborados como las estrellas estables, sería amenazada por el más tenue cambio en las magnitudes de las fuerzas fundamentales. Las leyes que rigen a nuestro universo real, frente a un número infinito de universos posibles alternativos, parecen ajustadas con tan fina inventiva con objeto de que hayan podido emerger la vida y la conciencia; esto es lo que opinan algunos comentaristas.
Citando nuevamente a Dyson: es casi como si "el universo supiera que nosotros íbamos a venir". No puedo demostrar que esto sea designio, pero, sea lo que sea, es ciertamente algo muy inteligente.
Claro que algunos de mis colegas encaran estos mismos hechos científicos pero les niegan cualquier ulerior significación. Ellos se encogen de hombros delante de la impresionante ingeniosidad de las leyes de la física, el extraordinario acierto de la naturaleza, y la sorprendente inteligibilidad del mundo físico, y aceptan estas cosas como un conjunto de maravillas que "ocurre que son así". Pero yo no puedo hacerlo. Para mí, la inventiva de la existencia física es demasiado fantástica como para asumirla simplemente como "dada". Apunta fuertemente a un significado subyacente más profundo. Algunos lo llaman "propósito", otros "designio". Estas cargadas palabras, que derivan de categorías humanas, expresan sólo imperfectamente lo que se refiere al universo; pero de que hay algo que referir, de eso no tengo dudas en absoluto.
¿Dónde casamos nosotros los humanos dentro de este gran esquema cósmico? ¿Podemos contemplar el cosmos como hicieron nuestros remotos antepasados, y declarar: Dios hizo todo esto para nosotros? Creo que no. ¿No somos sino un accidente de la naturaleza, el caprichoso resultado de fuerzas ciegas y carentes de propósito, casuales sub-productos de un universo mecánico inconsciente? Esto también lo rechazo. Sostengo que las emergencias de la vida y la conciencia están escritas en las leyes del universo de manera muy fundamental. Es verdad que la forma física concreta y las características mentales en general del Homo-sapiens contienen muchos aspectos accidentales, sin particular significación. Si el universo fuese "ejecutado por segunda vez" no habría Sistema Solar, ni Tierra, ni gente. Pero la emergencia de vida y de conciencia en algún lugar y momento del cosmos está garantizada, así lo creo, por las leyes subyacentes de la naturaleza. El origen de la vida y el origen de la conciencia no fueron intervenciones milagrosas, pero tampoco fueron accidentes tremendamente improbables. Fueron, creo yo, parte del trabajo normal de las leyes de la naturaleza, y por eso nuestra existencia como seres conscientes e inquisitivos brota en último término del fundamento de la existencia física: esas ingeniosas, acertadas leyes. En este sentido escribí en (mi libro) "La Mente de Dios": "estamos ciertamente pensados para estar aquí". Quiero decir "nosotros" en el sentido general de seres conscientes, no específicamente homo-sapiens. Así que aunque no estemos situados en el centro del universo, la existencia humana tiene un significado enormemente más amplio. Cualquiera que sea el sentido del universo como un todo, la evidencia científica sugiere que nosotros, de una manera limitada pero profunda, somos parte de su propósito.
¿Cómo podemos comprobar científicamente estas ideas? Uno de los grandes desafíos de la ciencia es entender la naturaleza de la conciencia en general y de la conciencia humana en particular. Todavía no tenemos la clave de cómo están relacionadas la mente y la materia, o de qué proceso condujo a la emergencia de la mente a partir de la materia por primera vez. Ésta es un área de investigación que despierta considerable atención actualmente, y yo intento investigar en este campo por mi parte. Espero que cuando lleguemos a comprender cómo casa la conciencia con el universo físico, mi tesis de que la mente es un producto emergente, y predecible en principio de las leyes del universo, quedará en evidencia. Además, si estoy en lo cierto acerca de que el universo es fundamentalmente creativo, de manera exhaustiva y continua, y de que las leyes de la naturaleza animan a la materia y la energía a organizarse y complejificarse hasta que la vida y la conciencia emergen naturalmente, entonces es que hay una tendencia universal, o direccionalidad, hacia la emergencia de la gran complejidad y diversidad.
Podemos, pues, esperar que la vida y la conciencia existan por todo el universo. Por eso le concedo tanta importancia a la búsqueda de organismos extra-terrestres, sean bacterias de Marte o comunidades de tecnología avanzada al otro lado de la galaxia. La búsqueda puede resultar pesada - las distancias y cantidades implicadas son verdaderamente intimidantes - pero es una gloriosa indagación. Si estamos solos en el universo, si la Tierra es el único planeta portador de vida entre incontables trillones, entonces enfrentamos una dura elección: o bien somos el producto de un único evento sobrenatural en un universo libérrimamente sobre-abundante, o bien un accidente tremendamente improbable e irrelevante. Por otra parte, si la vida y la conciencia son fenómenos universales, si están escritas en lo más profundo de la naturaleza, entonces será forzoso reconocer que hay un propósito ulterior en la existencia.
Se afirma a menudo que la gente está apartándose cada vez más de las religiones establecidas. No obstante sigue siendo cierto, como siempre, que los hombres y mujeres corrientes ansían encontrar un sentido más profundo a sus vidas; lo que a veces, con poco rigor, suele llamarse el aspecto "espiritual".
Nuestra época secular ha llevado a mucha gente a sentirse desmoralizada y desilusionada, alienadas de la naturaleza, a considerar su existencia como un acertijo irresoluble en un universo indiferente y aun hostil, un minúsculo suceso en un remoto planeta que vaga por la vastedad de un cosmos ajeno. Muchos de nuestros males sociales pueden remontarse a la desoladora cosmovisión que nos han impuesto trescientos años de pensamiento mecanicista - una cosmovisión que presenta a los seres humanos como irrelevantes observadores de la naturaleza más bien que como partes integrantes de su orden. Algunos pueden huir de esta filosofía y encontrar refugio en la antigua sabiduría y en textos reverenciados que ponen a la humanidad en el pináculo de la creación y en el centro del universo. Otros escogen depositar su fe en el llamado misticismo "New Age", o recurrir a extraños cultos religiosos.
Me gustaría sugerir una alternativa. Tenemos que encontrar un entramado de ideas que aporte a la gente corriente un contexto más amplio para sus vidas que la rutina cotidiana, un marco referencial que los relacione a unos con otros, con la naturaleza, y con el amplio universo, de una manera llena de sentido, que proporcione un conjunto de principios comunes con los cuales las gentes de todas las culturas puedan tomar decisiones éticas y permanecer fieles a la vez al conocimiento científico; en realidad, que enaltezca ese conocimiento junto a otras concepciones e inspiraciones humanas.
La empresa científica que yo he descrito puede no devolver a los seres humanos al centro del universo, puede rechazar otra noción de milagro que no sea la naturaleza misma, pero no hace irrelevantes a los seres humanos. Un universo en el cual se ve la emergencia de la vida y la conciencia, no como eventos caprichosos, sino como algo fundamental a su funcionamiento legal, es un universo al que podemos verdaderamente llamar nuestro hogar.
Creo que la corriente principal de la ciencia, si somos lo suficientemente valientes para aceptarlo, ofrece el camino más fiable para conocer el mundo físico. No estoy diciendo que los científicos sean infalibles, ni estoy sugiriendo que se haga de la ciencia una nueva religión. Pero creo que si la religión quiere progresar realmente, no puede ignorar a la cultura científica; ni debe temer hacerlo, porque, como he argumentado, la ciencia revela justamente lo maravilloso que es el universo.
Si la religión quiere progresar, debe afrontar el pensamiento científico moderno. En estos últimos años he disfrutado de provechosas discusiones sobre ciencia y religión con teólogos de diversas denominaciones, a puerta cerrada. Lo que más me ha impresionado de mis encuentros con estos teólogos ha sido su apertura de mente y su disposición a aceptar las conclusiones de la ciencia moderna. Aunque la interpretación de la imagen científica del mundo pueda ser discutida, hay considerable consenso sobre los hechos científicos mismos. Las nociones básicas tales como la teoría del "big-bang", el origen de la vida y la conciencia por procesos físicos naturales, y la evolución darwiniana, parecen causar pocas dificultades a estos teólogos.
Pero todavía entre la población en general hay una creencia ampliamente difundida de que la ciencia y la teología están para siempre en contradicción, que cada descubrimiento científico aparta un poco más a Dios fuera del cuadro. Está claro que mucha gente religiosa todavía se aferra a una concepción de Dios "tapa-agujeros", un mago cósmico invocado para explicar todos esos misterios sobre la naturaleza que actualmente están despejando los científicos. Es una posición peligrosa, porque a medida que la ciencia avanza el Dios "tapa-agujeros" retrocede, quizá para ser apartado fuera del marco del espacio y el tiempo, a la redundancia.
La posición que les he presentado es radicalmente distinta. Es la que considera al universo, no como el juego de una deidad caprichosa, sino como una expresión coherente, racional, elegante, y armoniosa, de un profundo significado lleno de propósito. Creo que ha llegado la hora de que aquellos teólogos que compartan esta visión se unan a mí y a mis colegas científicos para llevar el mensaje a la gente.
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