CONCLUSIÓN
61._ TRINIDAD
En conclusión, hemos contemplado --sin malabarismos metafísicos-- cómo Dios se nos ha manifestado bajo tres aspectos:
1º._ Dios trascendente, el Emergente Final, la Novedad Última, el Creador, el Padre benevolente.
2º._ Dios encarnado, la representación única y auténtica de Dios, el Mesías o Cristo, el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios, el Verbo, el Emmanuel:"Dios con nosotros", Jesucristo, el Señor, el Redentor.
3º._ Dios inmanente, el espíritu de Dios, la capacidad creadora, la inspiración ética-estética-cognitiva, la fuente de profecía, el bautizador, el iluminador, el confortador, el intercesor, el dispensador de gracia, el Espíritu Santo.
62._ MARÍA
Por otra parte, también nos hemos contemplado a nosotros mismos, junto a toda la Humanidad, y a la Naturaleza, y al Universo, como objetos de su Creación y de su Redención; y aquí también podemos distinguir tres aspectos:
1º._ La Naturaleza imperfecta; la Humanidad pecadora; Israel, el pueblo apóstata; Jerusalén, la ciudad corrupta; la Iglesia, negadora de Cristo, traidora a su mensaje; la persona, culpable, ínfima y efímera.
2º._ La Naturaleza, proceso de emergencia creativa; la Humanidad ética, estética, cognoscente; Israel, el pueblo de la Promesa, el "resto" fiel; Jerusalén, la ciudad santa; la Iglesia, testigo y anticipación de Cristo; la persona, amada de Dios, receptora de la redención.
3º._ El Cielo Nuevo y la Tierra Nueva; el Reino de Dios; el pueblo santo, la comunidad de los santos; la Nueva Jerusalén; el Cuerpo Místico de Cristo; la persona redimida, transformada, salvada.
Estos aspectos los concebimos simbolizados, respectivamente, en las figuras de:
1º._ Eva, la "madre", pecadora, de la Humanidad.
2º._ María de Nazaret, la "sierva del Señor" que aceptó la voluntad de Dios; la madre de Jesús, la virgen "madre" de Dios.
3º._ María Santísima, inmaculada, "esposa" de Dios, asunta a los cielos, "madre" nuestra.
63._ GARANTÍA
Anteriormente habíamos afirmado que la fe en Dios, y toda "visión de vuelta" por lo tanto, --aparte de ser legítima y plausible--, requiere de otros fundamentos: se trata del testimonio histórico que hemos recibido --desgraciadamente alterado y deformado por "ruidos humanos", pero reconocible, coherente, y convincente todavía--, de que Jesús de Nazaret, en un momento concreto de la historia, vivió, murió y resucitó, en representación plena y auténtica de ese Dios plausible pero problemático.
Ahí está, propuesta a nuestra fe, la garantía de la verdad de Dios, de su obra creadora, y de nuestra salvación.
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64._ EPÍLOGO
1. (Tomado del Génesis):
<<Érase un anciano de noventa y nueve años llamado Abram; su mujer Saray era casi tan anciana como él, y no podía tener hijos. Abram tuvo una visión de Dios que le decía: "Mira al cielo y cuenta las estrellas, si puedes; así de numerosa será tu descendencia; ya no te llamarás Abram sino Abraham: "padre de muchos", y tu mujer se llamará Sara: "madre de reyes".
Abram --ahora Abraham-- se echó a reír; y cuando se lo contó a su mujer --ahora Sara--, ella también rió de sorpresa e incredulidad: ¡Cómo iban a tener hijos ahora que eran tan viejos!
Pero así fue: Sara concibió y tuvo un niño al que pusieron el nombre de Isaac: "Dios ríe". Ella, y también Abraham, rieron de alegría junto con Dios.
(Pasó el tiempo. Isaac creció hasta convertirse en un muchacho.)
Y Dios habló a Abraham y le dijo: "toma a tu querido hijo Isaac, llévalo al monte Moria y una vez allí, sacrifícamelo". Abraham obedeció a Dios; fue al monte, construyó allí un pequeño altar, puso sobre él a Isaac atado, y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo.
Pero Dios intervino para impedirlo. Habló a Abraham, por intermedio de su ángel, y le dijo: "Detente, no alargues tu mano contra el niño, no le hagas nada; que ahora sé que tienes una gran confianza en mí, puesto que no me has negado a tu único hijo." Entonces vio Abraham a un carnero trabado en un zarzal por los cuernos. Fue, tomó el carnero, y lo sacrificó en lugar de Isaac; y llamó a aquel monte "Dios provee".>>
2. (Poema teológico)
Dios ríe
Si nos remontáramos imaginariamente, en alas de la ciencia,
al momento primero del universo,
aquél en que solamente había vacío, sólo una nada, ¿acaso virtualidad?,
hubiésemos pensado, sin duda, que de esa nada, nada podía esperarse,
que era más yerma y estéril que una mujer anciana de noventa años.
Pero, ¡he aquí que ese vacío cuántico fluctúa
y produce el espaciotiempo con sus dimensiones, y los campos de energía-materia!
Nuestra risa de incredulidad se transforma en risa de sorpresa y regocijo.
Y Dios ríe. Y Dios vio que era bueno.
Después, reímos al ver emerger partículas, átomos y moléculas,
elementos, galaxias, estrellas y planetas.
Y vio Dios que era bueno.
Y Dios reía.
Pero cuando más hemos reído es cuando hemos visto cómo,
de la vastedad de gases y de rocas,
del torbellino incandescente y de las gélidas soledades,
emergía un puntito de vida.
Allí apareció esa fuente inagotable de maravillosa complejidad,
esa célula procariota y eucariota,
ese programa de creciente organización y conciencia,
esos sutiles organismos,
esos delicados, hermosísimos, tiernísimos seres vivos:
queridas plantas, queridos animalitos, queridos pájaros, queridísima Naturaleza.
Surgida de lo que parecía inerte y frío.
Alegre como malabarismos que vienen a disipar el tedio.
Y hemos visto, con Dios, que era bueno.
Y con Él hemos reído.
Ya no hubiéramos esperado otra cosa, de no caer en la cuenta
de nosotros mismos.
Nada más irrisorio e improbable que nuestra propia libertad,
en medio del determinismo de la materia y el instinto.
Aparece en el mundo ese hijo imposible, ese Isaac inesperado: el Hombre.
Y, satisfecho de su obra, bondadosamente, Dios ríe.
Entonces reparamos en que somos imperfectos y desgraciados.
Que hemos nacido para una existencia de sufrimientos e injusticias.
Que somos culpables, ínfimos y efímeros.
Que, como individuos, hemos de ser sacrificados al proceso.
Que el proceso mismo parece conducir a la disolución de toda existencia y de todo valor.
Que este universo es indiferente a nosotros, que volverá al vacío.
Que hemos sido creados para ser víctimas de un sacrificio en aras de un Dios cruel.
Ahora, pues, ya no reímos.
Ahora lloramos.
Como Isaac sobre el altar,
cuando vio que el cuchillo de su padre se cernía sobre su garganta.
Pero Dios tampoco ríe. También Dios ahora llora.
Todo era bueno porque Él es bueno.
No es cruel.
Nos pide que confiemos en su intención y en su poder.
Cuando todo parece perdido y triste, Él puede volver a hacernos reír.
Todavía se reserva su mayor malabarismo.
Él mismo aparecerá, como última sorpresa,
en la cima del proceso.
Tendrá todo el poder sobre todas las cosas.
Tendrá el poder de detener el sacrificio.
Llora al ver a Isaac atado, e impedirá que perezca degollado por Su propio cuchillo.
Ha proveído otra víctima para el sacrificio: Su Hijo amado, Su Cordero inocente,
para así solidarizarse con nosotros.
Creará un nuevo universo, más regocijante que el antiguo.
Nos rescatará de la nada. Nos liberará de todas nuestras ataduras
y nos invitará a una mesa de banquete,
donde comeremos con Él de Su Cordero
en indecible amor y armonía.
Entonces Dios reirá.
Y nosotros volveremos a reír.
Y no pararemos nunca de reír.
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65._ APÉNDICE
TRES VISIONES METAFÓRICAS
Primera Visión Metafórica
Un espacio infinito lleno por completo de algo indefinible e inefable, que por lo tanto no pretendemos describir, y que denominamos "Todo".
El Todo "es": así expresamos nuestra visión inicial, que consideramos una imagen metafórica de Dios.
Pero en un punto o región de ese espacio infinito, Dios produce un hueco, o agujero, o grieta, o desgarramiento, o burbuja. En ese punto ya no "es" el Todo. El Todo se ha retirado de ahí.
Donde había "ser" hay ahora "no-ser", esto es, nada. Allí el Todo se ha hecho nada, se ha anonadado. Este anonadamiento, aniquilación, rebajamiento, o vaciamiento, de Dios, se llama "kenosis".
La kenosis es una acción positiva voluntaria de Dios. De no ser por ella, sólo habría el Todo, estable e inmutable, infinito y eterno. Pero en dicho punto ya no es el Todo, sino la nada.
La nada no "es". La nada no puede "ser". Por eso, en ese punto o región no puede haber algo que "sea" sino algo que "deviene": un proceso que tiende a colmar el vacío, a reparar lo roto, a restaurar el ser.
De no ser por la continuada acción voluntaria de Dios, la kenosis sería borrada "instantáneamente"; el Todo sería restaurado "de inmediato", puesto que el predominio del Todo sobre la nada es infinito.
Pero Dios quiere que haya un proceso mediato de restitución, que llamamos "devenir". Es el proceso mediante el cual el "no-ser" busca llegar al ser, el caos busca al cosmos: el "proceso cósmico".
La potencia de Dios que crea al proceso cósmico es el "espíritu de Dios". Es primero acción de anonadamiento y luego de restauración paulatina, de ansia impetuosa por el Todo, voluntariamente moderada para posibilitar el proceso. Acción de "kenosis" y luego de "eros".
Una moderación que implica aceptar resistencias y espontaneidades que obstaculizan y demoran la restitución completa del Todo. Es así como el espíritu de Dios crea el espacio-tiempo y admite el azar, aunque sólo para vencerlo mediante su amorosa providencia.
La voluntad de Dios ha sido: primero rebajarse, anonadarse hasta aceptar la imperfección, el azar, la nada, para que lo finito pudiera existir. Pero esto finito está lleno del espíritu de Dios, que lo empuja incesantemente hacia la trascendencia, hacia la emergencia del Todo, que es Dios mismo.
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Segunda Visión Metafórica
Un inmenso volcán en erupción, metáfora del proceso cósmico de evolución creadora.
La lava empuja y asciende por su interior, como el espíritu de Dios por el interior del Proceso, a través de numerosos niveles de emergencia, hasta eruptar finalmente en el nivel último que alcanza la trascendencia.
La trascendencia final es la Novedad Última: Dios, cuya metáfora es la erupción que brota de la cúspide. Así, el volcán es el monte donde se manifiesta Dios.
El proceso evolutivo también ha sido representado por un monte, o pirámide, o cono.
O por un árbol cuyas ramas son familias y géneros de especies, entroncándose y enlazándose según avanza y se expande la evolución.
Un árbol que en nuestra visión se inscribe dentro de la montaña, y cuya savia es la lava, el espíritu de Dios. Una savia de fuego, que no consume sino alimenta al árbol de la vida. Imagen que nos recuerda inevitablemente aquella zarza ardiente -o arbusto ardiente- donde se revela Yahvé a Moisés.
Desde la cúspide de esta altísima montaña, desde la cima del proceso creativo, desde las alturas, Dios se asoma y atiende al clamor de sus criaturas, que aparecen y desaparecen durante el Proceso, como ínfimos y efímeros chisporroteos de lava.
Y Dios se compadece de sus criaturas, y quiere hacerlas compartir su trascendencia, y derrama de arriba a abajo su espíritu redentor hasta llegar a todas ellas. Como la lava que se derrama por las faldas del volcán. (Acción de ágape y segunda kenosis).
Es el monte Moria -este volcán- donde el individuo humano es sacrificado en aras de Dios, en aras del Proceso, cuando este mismo Dios acude presuroso a socorrerlo.
Es el monte Horeb -este volcán- donde Dios habla al hombre para revelarle su nombre y prometerle la redención.
Es el monte Sión -este volcán- donde Dios construye su ciudad santa y su templo, para habitar cerca de los hombres.
Es el monte Calvario -este volcán- donde Dios ama hasta el extremo a sus criaturas, muriendo como ellas para que ellas vivan como Él.
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Tercera Visión Metafórica
Un gran cristal incandescente inmerso en una solución.
El gran cristal tiene en su centro una figura de hombre: es el Hijo-del-hombre crucificado/resucitado. Sus brazos en cruz son los ejes del cristal, y quieren extenderse hasta abrazar toda la solución.
La solución va cristalizando. Aparecen miríadas de minúsculos cristalitos que flotan en ella, atraídos por el gran cristal central.
Cada cristalito lleva también en su centro una figurita humana.
Los cristalitos que llegan a alcanzar al Central, se adhieren a Él, se integran en Él. Y así, el gran Cristal incandescente va creciendo.
Está hecho de multitud de cristalitos apiñados en torno de su Centro, unidos estrechamente entre sí sin llegar a estar fundidos, bañados todos por el mismo fulgor incandescente. Los cristalitos palpitan y crecen incesantemente.
El gran Cristal no es frío ni rígido. Es cálido, blando y suave, como tierna carne viviente. Es un Cuerpo que siente y sustenta amorosamente a sus cristalitos miembros.
Su fulgor incandescente es la sangre espiritual de ese Cuerpo, que fluye inagotablemente desde su Centro para vivificar a todos sus miembros.
Su resplandor es una armonía indecible.
Los cristalitos que nadan todavía por la solución perciben el llamado seductor de esa armonía. Se dirigen presurosos hacia ella; quieren adherirse a ella para incorporarse al gran Cristal y crecer en Él.
Lo conseguirán. Seguro que todos lo conseguirán. El gran Cristal crecerá hasta abarcar finalmente toda la solución. Entonces será el Todo en todas partes.
Y allá estaremos también nosotros. Estaremos riendo y cantando.
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