Situados
como estamos en el nivel humano, tal vez podamos reconocer
"a posteriori" la acción del Espíritu, en las tendencias
hacia organizaciones cada vez más complejas en el ámbito de
la materia inanimada, en el impulso a constituir organismos auto-organizados
y ecosistemas en el ámbito de los seres vivos, y en el perfeccionamiento
de los sistemas sensitivos y nerviosos que condujo a la conciencia y al
pensamiento.
En el ámbito humano, creemos que la podemos descubrir particularmente
presente en las tendencias éticas, estéticas y cognitivas
que, apareciendo originalmente en cada individuo como fuerzas de autoafirmación,
autorrealización y supervivencia, se desarrollan abriéndose
en el espacio y en el tiempo hacia el resto de la realidad y hacia el futuro,
hacia sus límites ideales: el bien, la belleza y la verdad, que sólo
en Dios alcanzarán completa realización.
6._ DOS VISIONES
En
este nivel humano, que se caracteriza por la aparición de la autoconciencia
y el pensamiento simbólico, es lógico esperar que se tome conciencia
--como hemos hecho-- del proceso creativo, con sus niveles de emergencia,
y por consiguiente de la presencia y actividad inmanente del espíritu
de Dios.
Sin
embargo, tenemos que admitir que hemos postulado la existencia de Dios, como
emergente final y definitivo, sólo como hipótesis plausible. De
aquí hemos deducido la capacidad universal de evolucionar hacia Dios,
el "espíritu de Dios". Claro que un pensamiento riguroso y
escéptico no tiene por qué aceptar esta hipótesis.
En
primer lugar, puede rechazar el concepto de niveles de emergencia como realidades
ontológicas. Desde un punto de vista reduccionista, puede calificar
de real sólo al nivel más básico discernible, y de "meros
epifenómenos" a los niveles superiores, que quedan así
limitados a una realidad "epistemológica".
Luego,
aun admitiendo el proceso de emergencia, puede pensar que su desarrollo no progresa
hacia un estadio superior, sino que discurre erráticamente, aleatoriamente,
o cíclicamente. No tiene por qué aceptar una tendencia inmanente
que venza al azar para controlar o gobernar el proceso, dándole una finalidad
trascendente.
Por
otra parte, como todo desarrollo creativo implica un gasto neto de energía
útil, que aparece como irrecuperable, y la energía total disponible
sería finita, piensa que es imposible un progreso indefinido, que se
llegará finalmente al agotamiento, a la "muerte térmica"
o a la disolución del universo en la nada.
Por supuesto, el conocimiento humano actual es incompleto, y todas sus hipótesis
y conclusiones son discutibles y provisionales. No obstante, es una función
principal e irrenunciable del pensamiento el hacer estas hipótesis
científicas apoyándose en el razonamiento y en la experiencia,
y no exclusivamente en intuiciones o supuestas iluminaciones.
Ya
hemos afirmado que los niveles de emergencia superiores son completamente
incognoscibles para la razón y la experiencia, salvo quizá como
dudosas extrapolaciones. Por lo tanto, resulta por lo menos admisible el negar
toda finalidad intrínseca al proceso de cambios en la Naturaleza.
Reconocemos pues una actitud que llamamos "de ida", que ve (provisionalmente)
en la potencia de cambio de la Naturaleza, una característica limitada,
dominada por leyes físicas y estadísticas, carente de finalidad,
o que admite una finalidad ulterior sólo como hipótesis no-científica,
más o menos plausible.
Sin embargo, aceptamos la otra actitud, que llamamos "de vuelta",
que es la descrita anteriormente: la que cree en una Novedad Última,
en un estado emergente final trascendente --o sea en Dios-- como finalidad
del proceso de creación cósmico, e interpreta la capacidad creativa
de la Naturaleza como el espíritu inmanente de Dios.
Además,
sostenemos que ambas actitudes, aunque aparentemente opuestas e irreconciliables,
son asumibles, convenientes, y mutuamente enriquecedoras, si bien nunca deben
mezclarse pues esto da lugar a lamentables errores y conflictos.
7._ TEÍSMO
Quien
cree en Dios, llama "visión de ida (a Dios)" al hecho de advertir
la capacidad creativa de la naturaleza y todo lo que ello implica, mientras
atribuye a su propia visión, que llama "de vuelta (de Dios)",
el reconocer esa capacidad como "espíritu de Dios", Dios inmanente
a la naturaleza.
Capacidad
creativa de la naturaleza <------> Espíritu de Dios
(Visión
de ida) (Visión
de vuelta)
Y
esto no quiere decir, de ningún modo, que el espíritu de Dios
sea algo externo a la naturaleza, que se añade a ella para conferirle
su capacidad creativa (lo que correspondería a una concepción
deísta), sino que, siendo verdaderamente inmanente, el Espíritu
es inherente a la esencia de la naturaleza de forma que es inseparable de
ella. Por eso podemos identificar plenamente el decir que la naturaleza tiene
la capacidad creativa "por sí misma" con decir que la tiene
"en virtud del espíritu de Dios". Esto corresponde a nuestra
concepción teísta, que sostiene tanto la verdadera inmanencia
como la verdadera trascendencia de Dios.
Sabemos
bien que el deísmo es una concepción de Dios que suele contraponerse
al teísmo mítico y antropomórfico. El deísmo sería
pues la concepción racional, ilustrada, que concibe a Dios como distinto
de las fuerzas de la naturaleza y de las personas humanas. Sería el
Dios trascendente, inmaterial, inmutable e impasible, "de los filósofos".
Sin
embargo, desde nuestro punto de vista, desde nuestro "teísmo emergentista",
el deísmo filosófico y el teísmo mítico se parecen
entre sí mucho más de lo que suele creerse. El deísmo
es mítico en tanto cuanto supone una relación o actividad entre
la trascendencia y la naturaleza que no alcanza a ser una verdadera inmanencia,
como por ejemplo por vía de "emanaciones", o como "motor
inmóvil" o como "agente eficiente sobrenatural". Por
otra parte, el teísmo mítico es deísmo también
en la medida en que no es verdaderamente inmanentista, cuando separa la actividad
de Dios de su inherencia en la esencia de la naturaleza, y la concibe como
causa eficiente externa antropomórfica.
Ambas
concepciones, el deísmo filosófico y el teísmo antropomórfico,
tienen en común el separar a Dios de la naturaleza, haciendo ininteligibles
sus relaciones mutuas. El remedio parece estar en admitir la inmanencia de
Dios, la inherencia de Dios en la esencia misma de la naturaleza, y eso parece
conducir a lo que ha sido considerado como otra forma de deísmo: el
panteísmo. Pues parece implicar el renunciar a toda distinción
real entre Dios y la naturaleza, lo que viene a ser --como suele decirse--
meramente un "ateísmo cortés". (Con razón compara
Schopenhauer al panteísta con un príncipe que, para acabar con
las abusivas diferencias entre la nobleza y el pueblo, resuelve otorgar títulos
de nobleza a todos sus súbditos.)
En suma, nosotros vemos al deísmo filosófico y al
teísmo mítico como dos formas --una filosófica, la otra
ingenua-antropomórfica-- de "deísmo", es decir de
trascendentalismo con ausencia de verdadera inmanencia. Y vemos al panteísmo
como un inmanentismo que, al no concebir tensión hacia la trascendencia,
cae simplemente en el ateísmo.
La solución está en reconocer tanto la verdadera trascendencia
como la verdadera inmanencia de Dios, y esa continua y aguda tensión
y dinamismo entre ambas, que provoca y se manifiesta en el proceso de emergencia
cósmico. Esto es el "teísmo emergentista".
Así
como nuestro teísmo se opone al deísmo, por su no verdadera
inmanencia, también se opone al panteísmo y al panenteísmo,
por su no verdadera trascendencia. En
el panteísmo no hay verdaderamente lugar para la criatura, la que
sería meramente una apariencia de Dios, y en el deísmo no
hay verdaderamente lugar para Dios, que sería sólo una apariencia
(o proyección) de la criatura (Dios "ad-hoc", "Deus
ex machina", "Dios tapagujeros", Dios "milagrero",
etc.). Pensamos que en el panenteísmo hegeliano hay un intento válido
de conciliar a la criatura con Dios, mediante una dialéctica, pero
nos parece que le falta la radicalidad del emergentismo para lograrlo plenamente.
Para
afirmar la trascendencia a partir de la inmanencia, nos apoyamos en la "emergencia"
que sostiene el "emergentismo". El concepto de radical novedad,
implícito en la emergencia, nos lleva a la trascendencia real.
Inmanencia ------> Emergencia ------>
Trascendencia
Panteísmo Panenteísmo Deísmo
______________________ _______________________
V
Teísmo Emergentista
8._ A-DEÍSMO
El
"giro antropológico" de Feuerbach fue una crítica
del deísmo que, sin el apoyo de una concepción emergentista,
derivó a un ateísmo (más bien un a-deísmo) humanista.
El
panenteísmo hegeliano, que correspondía a una visión
"de vuelta", fue sometido a crítica para conformarlo a una
visión "de ida", en el "ponerlo sobre los pies"
de Marx. Así, el "espiritualismo dialéctico" se convirtió
en "materialismo dialéctico", y, con el humanismo feuerbachiano,
en "materialismo histórico".
Un marxismo luego transformado para hacerlo cósmico
y emergentista --¿como el de Ernst Bloch?--, si bien sigue siendo una
visión sólo "de ida", se aproxima a nuestra concepción
teísta, aunque ésta incluye además como algo fundamental
una visión "de vuelta" que implica la fe en Dios. ¿Un
retorno al hegelianismo? No, porque sostiene el emergentismo --una dialéctica
mucho más radical-- y acepta también la visión "de
ida" como contrapunto válido.
Por
su parte, Nietszche negó no sólo cualquier concepción
de Dios, y cualquier visión "de vuelta" por lo tanto (ya
que Dios está presente "hasta en la gramática"), sino
además cualquier dialéctica progresista, cualquier posibilidad
real de progreso, junto con cualquier medida objetiva de éste. Era
consecuente, pues cualquier dialéctica progresista implica la posibilidad
del Dios teísta (aunque no la del deísta). El concepto de "muerte
de Dios" tiene aquí tres grados de significación:
1º._ Fin de la creencia en el Dios del deísmo.
(A-deísmo).
2º._ Fin de cualquier visión "de vuelta".
(A-apolineísmo).
3º._ Fin de la creencia en cualquier posibilidad real
--o criterio objetivo-- de progreso. (Nihilismo).
Nosotros compartimos el primer grado gustosamente, y nos oponemos al
segundo, pero reconociendo la necesidad de las visiones "de ida"
con su ámbito de autonomía inviolable. En cambio, al aceptar
como un hecho básico el proceso evolutivo cósmico, y la capacidad
creativa de la naturaleza, atribuyéndole finalidad (aunque no propósito
en todos los niveles), rechazamos su nihilismo, incluso en visión "de
ida", y creemos en la posibilidad real de un progreso que podemos medir
y protagonizar válidamente según nuestro criterio cognitivo,
ético y estético.
9._ PARMENISMO
A
veces utilizamos también el término "visión de vuelta"
en otro sentido, más lato, pero íntimamente relacionado con el
anteriormente mencionado. Se trata de la concepción "parmenídea",
que atribuye verdadera realidad sólo al ser inmutable y eterno, oponiéndose
así a la concepción "heraclídea" que ve en el
cambio el fundamento de lo real. Desde el interior del proceso evolutivo, en
medio del movimiento y devenir de todas las cosas, el punto de vista "heraclídeo",
que también en este sentido amplio llamamos "visión de ida",
es el más inmediato y natural. Sin embargo, la mentalidad humana, en
su afán de orden y estabilidad, necesita construir entidades permanentes,
captar sustancias, causas, esencias inmutables, para proporcionarse un conocimiento
sólido de la verdad que se esconde tras las apariencias; así llega
a la metafísica, al reino inteligible del ser, al platónico mundo
de las ideas. Desde este "mundo ideal" contempla al "mundo engañoso"
de la apariencia sensible como si se tratase de una prisión, o una oscura
caverna, de la que el espíritu humano necesita liberarse. Ambas visiones,
la parmenídea y la heraclídea, la "de vuelta" y la "de
ida", aparecen pues como contradictorias, aún siendo ambas naturales
a la mente humana; pero su mezcla o confusión conduce a la paradoja,
a las aporías, a la perplejidad.
La
visión "de vuelta" parmenídea, platónica, apolínea,
ha sido y es fundamental en nuestra cultura; pero su predominio, con su dualismo
que conlleva el menosprecio de lo material --y del cuerpo, por consiguiente--
ha llevado muchas veces a una concepción incompleta de la naturaleza
humana, a lastrar el pensamiento con ideas absolutas indiscutibles, y a obstaculizar
el conocimiento empírico. También ha conducido a las concepciones
deístas, que separan a Dios de la naturaleza, excepto por "emanaciones"
involuntarias o por supuestas intervenciones sobrenaturales.
Sin
embargo, al ser sometida dicha concepción a crítica para corregir
sus errores y abusos, ha sido rechazada también en sus aspectos indispensables
para la mentalidad humana, lo que ha conducido al relativismo, al nihilismo,
a la licencia indiscriminada, y al ateísmo.
Pensamos
que nuestra "visión de vuelta" teísta, que cree en
el Ser uno y trascendente, pero también en su inmanencia y en su emergencia,
y que, sin mezclarse con la "visión de ida", la acepta como
válida e incluso como complementaria, es la que resulta más
adecuada para la mentalidad humana.
Por
otra parte, conviene señalar que con el emergentismo quedan superados,
a nuestro juicio, tanto el dualismo materia-espíritu como el monismo
materialista o espiritualista. Cada nivel de emergencia determina un nuevo
aspecto de la materia, o del espíritu que es su contrapartida. Así
se define una especie de pluralismo emergente, que va más allá
del monismo sugerido por la relativa continuidad del proceso. Esa continuidad
no es realmente tal, debido a que cada nivel trasciende radicalmente a los
anteriores. Puede, entonces, concebirse a la materia como aspectos --inmanentes--
del espíritu, o al espíritu como aspectos --emergentes-- de
la materia.
Señalemos
también que la lógica clásica, con su concepción
estática cimentada en los principios de identidad, no-contradicción,
tercero excluído, y de que "nada sale de la nada", debe
quedar superada por una nueva lógica dinámica, basada en el
principio de devenir de todas las cosas, la composición de contrarios
y la síntesis dialéctica, y la emergencia espontánea
creativa de auténtica novedad. Nos parece que la lógica
estática es de la dinámica --como la física newtoniana
de la relativista, como la geometría euclidiana de la riemanniana--,
una "simplificación localmente válida", indispensable
para efectos prácticos, para el ámbito usual, --"de andar
por casa"--, pero insuficiente para la cabal comprensión de
la totalidad.
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